La Opinión de Zamora

La Opinión de Zamora

Cristina García Casado.

Los telares de Cris

Cristina García Casado

Pequeñas resistencias

Caminar y hacernos nuestra propia comida son también maneras de esquivar el sistema

RESTAURANTE CASA LODEIRO A DE RAFAEL, EN GRES ( VILA DE CRUCES ), QUE LLEVA CUARENTA AÑOS SIENDO UNA REFERENCIA DE LA COCINA APGADA A LAS RAICES. CARMEN IGLESIAS Y SU HIJO RAFAEL LODEIRO. COCIDO GALLEGO. BERNABE/JAVIER LALIN

Todo el mundo se lleva las manos a la cabeza porque camino 20 minutos para llevar a mi hijo al colegio, pero que después me meta hora y media en un gimnasio a hacerlo sobre máquinas que no van a ninguna parte les parece perfectamente normal, recomendable incluso. Qué sana ella.

Durante milenios, el ser humano ha caminado para llegar de un lugar a otro. Nunca se ha utilizado tan poco la movilidad, la resistencia física individual, como en nuestras sociedades contemporáneas, recuerda David Le Breton en su ensayo Elogio del caminar.

Caminar ya apenas se considera lo que siempre ha sido, un medio de transporte, pero triunfa como actividad de fin de semana pertrecharse de expedición y subir montes. Si lo llamas “senderismo” gusta más. Es como lo de las máquinas del gimnasio.

Yo tengo alma de posguerra hasta para esto. Si caminas, te ahorras los gastos y el engorro del coche o las esperas del transporte público y, además, a las dos de la tarde ya tienes tu ejercicio diario hecho. Todo ventajas, chica. El planeta también te lo agradece, que esto de los veranos a 40 grados no hay quien lo aguante.

Yo también habité un día a día diseñado para llegar a casa y no tener espíritu de nada y pedir comida, y aún así siempre cocinaba: era mi manera de demostrarme a mí misma que todavía no me habían aplastado del todo

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Caminar es, además, un acto de resistencia en este sistema macabro que nos condena a existir corriendo. Esta semana, el mismo día de esta semana, varias personas me dijeron que, a 28 de septiembre, estaban ya que no podían más. Eso no es normal y tenemos que dejar de pretender que sí lo es. Hay que imaginar otro estar posible.

El peor personaje de una serie que ha envejecido fatal, Cómo conocí a vuestra madre, decía que hay una edad en la que ya tienes que irte a un hotel en lugar de quedarte en casas de amigos y contratar un servicio profesional de mudanza para no pedirles ayuda. Es decir, pagar por todo. La letra pequeña de pagar por todo es vivir para trabajar.

Caminar es una forma de burlar esa lógica perversa, como lo es hacerte tu propia comida o darle un plátano y una botella de agua a alguien antes de que se vaya al tren, para que no tire el dinero en un bocadillo infame de mala cafetería. Las pequeñas labores de las que hablábamos en la columna precedente son también pequeñas resistencias.

El fin de semana pasado encadenamos algunas: una buena amiga nos acogió tres días en su casa de Madrid y nosotras le dejamos un lote zamorano en agradecimiento. Win-win, que dicen en Estados Unidos. Todas ganamos y el sistema mirando inútil desde un bordillo. El domingo vino con nosotras a Zamora una amiga argentina a la que obligué a cancelar su hotel porque si yo te digo que te recibo en Zamora es que ya tienes una habitación preparada con toallas de tu color favorito (morado) y libros que pienso que te pueden gustar sobre la mesilla.

Si cuento fuera de Zamora que a mediodía comemos los tuppers de mi madre, me dirán “mira esta”, pero si pongo una foto en Instagram de comida a domicilio llueven corazones. Que cocinemos platos resultones, que no complicados, por las noches es algo que me señalan a veces como si fuera extraordinario. Yo también habité un día a día diseñado para llegar a casa y no tener espíritu de nada y pedir comida, y aún así siempre cocinaba: era mi manera de demostrarme a mí misma que todavía no me habían aplastado del todo.

Escribo esta columna en Ávila antes de dar una charla sobre oportunidades para fijar población joven en Castilla y León y voy a hablar sobre esto. Estas ciudades y pueblos plácidos aún permiten, aún valoran, aún conservan, las pequeñas resistencias que nos liberan, aunque sea un rato, del sistema que a todos nos está quitando el aire.

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