Hace pocos días veía en un anuncio televisivo cómo iban a retomar la historia de una saga mítica del cine para continuar con la historia de ciencia ficción cargada de efectos especiales. Ya no nos asombra ni nos deslumbra casi nada. Cualquier cosa que nos narren puede hacerse cuasi real en la pantalla, en formato digital, aunque bien sabemos que no deja de ser una historia irreal.

Lo que no es irreal es la resurrección de Cristo que nos deslumbra y hace que a veces no le reconozcamos como los discípulos de Emaús. Muchas veces vivimos como si Cristo no estuviera resucitado y presente en nuestras vidas y decimos como los discípulos que Jesús murió, que es cierto que algunas mujeres lo vieron, pero que otros no... Vivimos con una fe desesperanzada, pobre porque no tiene la certeza absoluta de la fe pascual: Cristo ha resucitado y vive entre nosotros.

Hay muchas veces que arde nuestro corazón cuando escuchamos a alguien que nos habla de Dios o simplemente se preocupa por nosotros y no reconocemos la voz del Señor que nos habla o las manos que parten el pan y nos ayudan a través de los demás.

Cristo ha resucitado y vive en cada uno de nosotros, en cada uno de los bautizados que fuimos unidos a su resurrección por el sacramento, en cada uno de los que participamos de su Cuerpo que se entrega por nosotros en la cruz y resucita en cada cristiano, en todos los que hemos recibido el Espíritu Santo para continuar la predicación del evangelio. La Pascua es deslumbrante cuando podemos encontrar que Dios actúa en los demás y en uno mismo; pero si no tomamos conciencia de esto, la Pascua volveremos a vivirla de forma rutinaria: confesando una fe desesperanzada en la resurrección, una fe confesada por los labios, pero no sentida con el corazón.

Los discípulos pensaron que ya todo había acabado y marchaban a Emaús como caminando de retorno a ninguna parte. Fue su encuentro deslumbrante con Jesús el que los invitó a volver atrás, a volver y anunciar que Cristo había resucitado, a volver y seguir el verdadero camino. Es necesario que nosotros después de las procesiones y actos de piedad de la Semana Santa nos sintamos envueltos por la Pascua, por la resurrección del Señor, para no sentir que esto acabó con el Viernes Santo: tenemos que regresar, volver sobre nuestros pasos y confesar con el corazón rebosante de vida que Cristo resucitó.