No recuerdo ahora quién utilizaba la frase que encabeza este artículo como latiguillo para intentar hacernos reír en aquellos lejanos tiempos de la tele prehistórica. Mi memoria, acostumbrada ya a otros sonsonetes y llena de asuntos perfectamente olvidables, se niega a darme aclaraciones. La Wikipedia tampoco me despeja la incógnita por mucho que tecleo las tres palabras de marras rodeadas de signos de admiración. Tras mucho meditar, dudo entre el Tony Leblanc que interpretaba al niño Cristobalito Gazmoño y el entrañable Locomotoro de los inolvidables Chiripitifláuticos que nos alegraban las duras tardes de los inviernos en el pueblo. (Tal vez fuera otro, pero la evocación no me da para más). Los críos mirábamos extasiados aquel artefacto colocado en las alturas del café del señor Amador o del bar del señor Adolfo, abríamos ojos como palanganas y soltábamos ruidosas carcajadas, acompañadas de gritos y aplausos, cada vez que algún personaje televisivo se caía, recibía una bofetada o pronunciaba una frase sonora que se nos grababa en el magín y se convertía en lema para repetir en los corrillos o, al día siguiente, en la escuela. Uno de aquellos estribillos era la citada «¡¡¡Qué contento estoy!!!», que soltábamos con guasa y recochineo cada vez que ganábamos en el fútbol, en los bochiles, en el gincache, en los marros, en la peona, en la semana o en cualquier otro de los juegos que nos ocupaban horas y horas. Y era verdad: nos sentíamos muy alegres, tanto por nuestra victoria como por chinchar al de al lado. La frasecita tenía, por tanto, dos vertientes: exaltación del triunfo propio y guasa por la derrota ajena.

No sé por qué he rememorado todo esto al escuchar a Mariano Rajoy decir que estaba muy contento después de conocer los datos de la última Encuesta de Población Activa (EPA) correspondiente al primer trimestre del año. Sí, esa EPA que reveló que, en los tres meses, se habían destruido 184.600 puestos de trabajo, o sea unos 2000 al día, y que el número de empleados en España había caído por debajo de los 17 millones, la menor cifra desde el 2002. La tasa de paro se incrementó en dos décimas hasta alcanzar el 25,9%, mientras que la población activa (la que está en edad y disposición de trabajar) cayó en el último año en 424.500 personas. ¿Existían motivos para que el presidente del Gobierno perpetrara la frase: «Estoy muy contento; las cosas van bien y van a ir mejor»? Ustedes dirán?

Los expertos en comunicación aseguran que don Mariano trató de lanzar un mensaje en positivo agarrándose a una cifra más que discutible: el descenso del paro en 344.900 ciudadanos en el último año y en 2300 entre enero y abril del 2014. Pero, claro, ni Rajoy ni la guay Fátima Báñez han explicado que ese descenso se debe a la pérdida de población activa (187.000 en el primer trimestre del año), concretada en emigración de jóvenes españoles, regreso de inmigrantes a sus países de origen, jubilaciones y desaparición de las listas del paro de gentes que se han cansado de buscar trabajo por esa vía y que se han ido a la economía sumergida, a las chapuzas o directamente a la desesperación. Si el personal se larga de España o se borra de las listas del INEM, ¿cómo no va a descender el desempleo? Otra cosa muy distinta es que los que ya no están apuntados en el paro estén trabajando y cotizando a la Seguridad Social, que pierde afiliados y que algunos de los que tiene cotizan por un par de días, por una semana, por medio mes e, incluso, por horas. Y, para más inri, el sartenazo de la EPA llegó poquitas fechas después de que el avance del padrón de 2013 revelara que España perdió 404.619 habitantes el pasado año. ¿Se habrían fugado si las cosas fueran tan sobre ruedas como declaró, henchida de satisfacción, la ministra de Empleo? Ustedes dirán?

Tras la variante rajoniana del ¡¡¡Qué contento estoy!!!, vino la presentación pública y a bombo y platillo (a escena nada menos que la vicepresidenta y los titulares de Economía y Hacienda) del llamado Plan de Estabilidad. Su anuncio más llamativo y sobresaliente es que se crearán 600.000 nuevos empleos de aquí a finales de 2015. Un poco lejos de los 3,5 millones que prometió González Pons en 2011, pero no está mal, es una buena cifra, esperanzadora, ilusionante. Le pondríamos más calificativos elogiosos si no fuera porque, desde que gobierna el señor Rajoy, se ha perdido un millón de puestos de trabajo. Hagan sus cuentas; y háganlas con las cifras que aporta el propio Ejecutivo. Si se cumplen las previsiones de los 600.000, resultará que, en estos cuatro años de recuperación, superación de la crisis, mejoras, optimismo y demás, España habrá perdido 400.000 empleos. Dicho de otra manera: el malvado e inútil Zapatero dejó 400.000 trabajadores más que el eficaz, eficiente y prestigioso Rajoy. ¿Cómo se come y digiere esto? Pues, muy fácil: con el bombardeo continuo de noticias, declaraciones y valoraciones sobre lo bien que vamos, lo que progresamos, lo que creceremos, lo que nos admiran en el extranjero, lo que exportamos, lo que, lo que? Es decir, comiéndole el coco al personal sobre lo bien que va todo y el paraíso que nos espera. Así que ya saben: si mañana alguien les pregunta algo, no importa el tema, contesten rápido y firme: ¡¡¡Qué contento estoyyy!!! Los llamarán buen patriota y, quizás, les pongan la medalla de la Santa Resignación y de la Inmaculada Tragadera.