Era a finales de los años sesenta, en la España del tardofranquismo y del predesarrollo, de la televisión en blanco y negro, y de los Seat 600 y los Renault Dhauphine llenando ya las calles y las viejas carreteras de ruido y humos. En los escaparates de la librerías triunfaba la novela social española en la que se daban cita, a través de la literatura, muchos testimonios de una época que no tenían reflejo, o apenas lo tenían, en los periódicos. Y el boom de la literatura hispanoamericana se cernía ya con nuevos autores que iban llegando de allende el mar en ediciones poco menos que subrepticias. En esto, 1969, Edhasa publicaba con licencia de la Editorial Sudamericana, un libro del periodista y escritor colombiano Gabriel García Márquez que iba a causar sensación: «Cien años de soledad», una novela que había visto la luz después de haber sido escrita hacía bastantes años y que había sufrido un arduo peregrinaje hasta que por fin alguien la convirtió en un libro que arrasaba en todo el mundo.

Tengo esa edición delante de mí. Tapas en rústica acusando el desgaste de tantos años y de varias lecturas y relecturas. Papel amarillento, tinta escasa y 350 páginas de densa lectura, apasionante y apasionada. Lo mismo que siempre se recuerda el comienzo de «El Quijote»? «En un lugar de la Mancha?» todavía recordamos el comienzo de la novela - «Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo»- de un autor que más tarde, en el 82, sería distinguido con el Nobel de Literatura. Más de 80.000 ejemplares de aquella época se vendieron en España de aquella edición con la que nacía Macondo, y el realismo mágico, hecho de ensueños, maravillas e irrealidades que en la literatura de García Márquez se hacían reales y admitidas y deslumbrantes. Lo descubrí en el seno del «Norte», el diario de Valladolid del que era un joven redactor, aquel «Norte» de Delibes, Jiménez Lozano, Umbral, Leguineche, y otros de aquella generación irrepetible. Tertulias en la madrugada con whisky Dic y música de Serrat. El deslumbramiento fue tal, en mi caso, que decidí no volver a escribir nada fuera de mi labor periodística, pese a que había ganado un premio de novela y tener ya dos publicadas en una importante editorial.

Las obras de García Márquez han sido otros tantos hitos para sus lectores, siempre a la espera de nuevos libros, que jamás decepcionaron. Periodista de vocación y de raza, su impronta quedaba clara hasta en los títulos: «Relato de un náufrago», «Crónica de una muerte anunciada», «Noticia de un secuestro». Así hasta el final: la primera parte de sus memorias: «Vivir para contarla» -para contar la vida- un relato vitalista que quedaría inconcluso, pues el deterioro físico y mental de la edad pasa su factura también a los mejores. Ha muerto en México, a los 87 años, donde llevaba tiempo residiendo. En Cartagena de Indias pude ver su casa, en la que le gustaba vivir. Lo mismo que en Cuba, donde su amistad y sintonía ideológica con Fidel Castro lo alejó, sin embargo, de ciertos ámbitos. Por España anduvo con frecuencia. Ahora se ha ido, definitivamente, a su Macondo, que «era entonces una aldea de veinte casas de barro».