Seguro que nadie de su entorno se lo dice, porque en el poder así son las cosas. Seguro que tampoco hará caso de opiniones de fuera, que pensará vienen del enemigo. Pero hay consenso en que esos remates, en los que va de sobrado, lo pierden. Es una rebaba, una guasa, un estrambote en el que se quiere a si mismo de más: salido de madre, se ve desde fuera, se gusta y no puede evitar recrearse. En el fondo del fondo siempre ha pensado que no se le daba el valor justo a su talento (innegable): no lo hizo desde luego Fraga (con el que era el sobrero), tampoco Aznar (que lo eligió por eso), ni durante tiempo su partido, ni por supuesto los medios. Ahora es su hora, ha superado las pruebas más arduas, incluida ésta (la más difícil de todas, tal vez), ¿no se puede permitir un desplante, un adorno, un caracoleo, tras decir lo que dice y que encima le crean?. Ahí se pierde Rajoy, en el regodeo.