Opinión

Agustín Ferrero

¿De poco sirve ser idealista?

No debemos comportarnos en base a principios basados en la destrucción y la discordia

Ilustración

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De poco sirve ser de la opinión de que todo lo que brilla en el firmamento son las estrellas, si lo que luce aquí abajo, en la Tierra, son los fogonazos de los bombardeos que proliferan a lo ancho y a lo largo del planeta. Y no sonaría tan poético hablar de ellas si se pensara que su brillo se debe a la fusión nuclear del hidrógeno para producir helio.

De poco le sirve al poeta adornar con bellas palabras, minuciosamente elegidas, las múltiples bellezas de este mundo, si detrás de ellas emerge con fuerza la negra silueta de la corrupción.

De poco les sirve a los niños distraerse con consolas, y a los adolescentes disfrutar en los conciertos de famosos cantantes, si eso les impide ser conscientes de que a muchos colegas suyos de otras latitudes les está acechando la miseria.

De poco sirve alegrarse hasta el paroxismo cuando el balón, impulsado por un afortunado futbolista, penetra en la portería contraria, si ese millonario deportista se escaquea a la hora de pagar sus impuestos.

De poco sirve votar al partido político por el que uno cree estar representado, si sus actuaciones y manera de gestionar nada tienen que ver con los ideales que predica.

De poco sirve cerrar el grifo del agua corriente, inmediatamente después de lavarse, al objeto de ahorrar ese bien tan escaso, si los campos de golf la despilfarran a espuertas.

De poco sirve llevar a casa los papeles y el material de desecho generado en la calle, al objeto de depositarlos en la basura, para contribuir al aseo de la ciudad, si proliferan los ciudadanos que los arrojan al suelo en cualquier parte.

De poco sirve mantenerse en silencio en la sala de espera de un hospital, si en el asiento de al lado hay un individuo que no se recata en hablar en voz alta por teléfono.

De poco sirve que llueva en abundancia si no se es capaz de embalsarla antes de que llegue a perderse en el mar.

El camino más corto no tiene por qué ser, necesariamente, el más recto posible, sino el que los vientos que impulsan nuestras velas sean más propicios

Y así podríamos llenar infinidad de cuartillas, y hacer miles de considerandos. Porque "hay gente pa tó" , como, al parecer, solía decir el torero Rafael el Gallo. Hay gente pa tó: para cumplir con la sociedad, o para incumplir las leyes. Para dar y tomar. Hay gente para pensar que el mañana dependerá en gran parte del hoy, aunque las más de las veces, ser un idealista equivalga a apoyar la cabeza en un hombro que no se presta a ello.

Hay gente pa tó. Y si no que se lo pregunten a Hobbes y a Rousseau, que aun perteneciendo a la misma corriente filosófica (la contractualista) opinaban de manera opuesta respecto al comportamiento de la naturaleza humana. Así, mientras Hobbes decía que "el hombre era un lobo para el hombre", Rousseau decía que "la naturaleza estaba poblada de buenos salvajes". Para uno el hombre era un ser agresivo y egoísta; para el otro algo bueno y empático.

Entre el uno y el otro podríamos quedarnos con la conocida sentencia de Rousseau: "Es más valioso ganarse el respeto que la admiración de las personas". Aunque tampoco sería mala cosa considerar que cada uno de nosotros, seremos justo aquello que hayamos sido capaces de aportar a la sociedad, sea cual sea nuestro granito de arena (Esto último no sé si lo habrá llegado a decir algún personaje importante).

Pero claro, las cosas cambian en la medida que avanzan los tiempos. Así la corriente que defendían tanto Hobbes (SXVII) como Rousseau (SXVIII) era partidaria de limitar las libertades a cambio de disponer de leyes que permitieran ventajas sociales (Pensamiento muy avanzado entonces). También decía que "el rey lo era por la gracia de Dios" y que "los esclavos lo eran por su propia naturaleza".

A fin de cuentas, lo cierto es que las ideas van mutando. De hecho, hay quien dice que ser idealista sirve de poco. Menos mal que también hay quien defiende que no debemos comportarnos en base a principios basados en la destrucción y la discordia. Tampoco faltan quienes hacen lo posible por apoyarse en el sentido común y en el respeto mutuo. Y quienes defienden que el camino más corto no tiene por qué ser, necesariamente, el más recto posible, sino el que los vientos que impulsan nuestras velas sean más propicios.

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