Lo que sucede estos días con los dos partidos mayoritarios me recuerda a esa lamentable práctica de no arreglar el peralte o la curva peligrosa de una carretera hasta que se produce un trágico accidente. Por lo visto hay que esperar a que suceda un grave percance para que la reacción sea contundente. Es triste, pero algo de esto parece suceder en las filas de las grandes formaciones políticas, que asisten atónitas a una debacle sin precedentes, mientras algunos de sus principales dirigentes confían en que las cosas recobren la calma por sí mismas y que el grueso de sus electores no cambie el signo de su voto. No se creen ni los resultados de las encuestas que ellos mismos encargan, y eso que alguna, de acreditada solvencia, augura en Castilla y León un posible arco parlamentario muy fragmentado, en el que el PP perdería la mayoría absoluta, el PSOE cedería más escaños y Podemos entraría hasta con 16 procuradores. Vamos que la cosa pinta mal para quienes piensan repetir gloria y holgada bancada en las Cortes.

Pero ni con esas, las alarmas han saltado del todo en las sedes centrales de los grandes partidos. Da la sensación de que los comicios locales y autonómicos vayan a ser la perfecta ofrenda que arrojar al fuego para purgar los pecados y que, precisamente, no será hasta después de mayo cuando aflore la reacción esperada. La preocupación es más intensa, si cabe, en el ámbito regional que en el nacional, cuando lo que reclama la sociedad es anteponer medidas de enorme calado a pusilánimes actitudes que solo avivan la desconfianza y aumentan el hartazgo. Mal harían quienes defienden que los sondeos solo marcan una tendencia de opinión en un momento concreto y que, llegado el momento de las urnas, el electorado mantendrá su fidelidad. Eso, en política, es un ejercicio de funambulismo, como se ha encargado de recordar el CIS. Para empezar, bien podrían copiar en Madrid las comparecencias en sede parlamentaria que, al menos aquí, sí se están materializando. Lo demás es tan peligroso como esa fatídica curva de carretera sin arreglar.