No soy la única ciudadana de este país que está hasta el mismísimo moño de las ínfulas soberanistas de Arturo «el separatista». En estos momentos cruciales para la salud económica y laboral de España y de los españoles, tenemos que vernos envueltos en guerras absurdas de banderas, territorios, lenguas y demás. Me parece en exceso beligerante el lenguaje de las gentes de CiU. Se están pasando. Es más, están haciendo comulgar a los ciudadanos catalanes con una rueda de molino que acabará por atragantárseles. No se le puede decir a los catalanes que ellos y solo ellos están sosteniendo a España. Que gracias a ellos comemos, bebemos, compramos y nos vamos de vacaciones. No discuta estas y otras cuestiones con catalanes de pura cepa y aún con charnegos reconvertidos porque sale usted perdiendo y encima se la tiene que envainar porque ellos y solo ellos tienen la razón, toda la razón y nada más que la razón. ¡Y ya está bien!

No solo soportamos sus arremetidas verbales. También tenemos que aguantar que hagan de nuestra bandera una burla constante, ninguneándola, retirándola de los despachos y edificios oficiales a favor de las «estelades», es decir, la bandera independentista catalana. Se les ha dicho por activa y por pasiva que por ese camino, además tortuoso, no van a ninguna parte. Que es un camino que acaba frente a un precipicio insondable. No hacen caso. Siguen empeñados en la aventura independentista. Eso sí, para ello cuentan con que España financie, con que España suelte la tela, y no precisamente la de la bandera, si no la otra más prosaica en formato papel y moneda.

Arturo Mas es insaciable y despreciable. Lo es cuando nos ningunea, cuando nos insulta, cuando nos señala permanentemente con el índice acusador, como causantes de todos los males que asolan Cataluña y que pasan por el despilfarro y los sueldazos de los Convergentes y Unionista y por la mala gestión de sus autoridades. Y una está ya hasta los ovarios y un poco más arriba de verse obligada a probar todos los días una taza de lo mismo, servida por presidente y consejeros catalanes, cuando no por militantes, concejales, alcaldes o simples ciudadanos que no viven la realidad porque se han dejado embaucar por el listo de Mas. Un hombre que no ve más allá de la montura de sus gafas. Un hombre limitado que ve en la independencia una salida a la crisis económica de Cataluña y a otras crisis, actuando como un mero y mediocre político. Me parece que fue Bismarck quien sostenía: «El político piensa en la próxima elección; el estadista en la próxima generación».

Si Mas fuera un auténtico estadista no le daría importancia a las próximas elecciones, se la daría a las futuras generaciones, sacando de su error monumental a los que piensan y actúan como él. Porque, en Cataluña se ha pasado de las palabras a los hechos. Y ahí es donde radica el peligro. En Cataluña se ha dejado de cumplir la ley que, demostrado está, no es igual para todos los españoles como no lo es para todas las comunidades autónomas, haciendo lo que quieren, creyéndose un país como Francia, cuyo arbitraje reclaman en materia de soberanía que solo tiene España y creyendo absurdamente que van a ser recibidos en la UE, con todos los honores. ¿De qué van? Están provocando y lo mismo algún día, con un presidente con dos bien puestos, les sale la provocación por la culata. Y no como hasta ahora.