Muga de Alba cuenta entre sus vecinas con dos centenarias, las señoras Consuelo y María, dos mujeres, tan admiradas como queridas y respetadas que encierran en sus corazones y en sus memorias un millón de historias, unas alegres y otras tristes, cultivadas durante más de cien años desde la sencillez, la humanidad, la honradez y el amor incondicional a su tierra y a sus gentes.

Consuelo Rodríguez Viñas vino al mundo un 27 de septiembre de 1911, hija de Domingo y Antonia. Su hermana María moría con sólo 9 años, la otra, Rosario, con 42. Sus padres tenían una de las dos tabernas del pueblo y ese sería para siempre su modo de vida pues se casó, en abril de 1940, con Felipe Martín López, cuya familia regentaba la otra. Tuvo seis hijos, Mónica, Antonio, Felipe, Benjamín, Juan y Consuelo, «pero tuve que criar diez». Y así fue pues, ella crió también a sus cuatro sobrinos, huérfanos, al morir su joven hermana en al flor de la vida.

En la escuela fue a aprender, aunque, «aprendí poco, bueno nada. El maestro nos dejaba solos y se iba a pasar el rato con el zapatero olvidándose de nosotros». En su infancia y juventud recorrió los pueblos de Aliste y Alba junto a su madre vendiendo golosinas en las ferias y fiestas patronales, al Cristo de San Vitero y al Viernes Santo de Bercianos. Guapa es y guapa era y «los mozos de los pueblos querían bailar conmigo, pretendientes tenía muchos, podía haberme echado novio, había buenos mozos, pero mi madre no me dejaba, me decía que allí no íbamos a bailar, que íbamos a ganar unas perras para sobrevivir».

Consuelo, a lo largo de su vida, a sus seis hijos, ha sumado 5 nietos y 2 bisnietos, el mayor cumplió el día 21 de junio 26 años. Sólo una vez ha salido de la provincia para visitar San Sebastián y Bilbao, pero asegura que «como la casa y el pueblo de uno no hay para ser feliz».

Por su parte, María Oliveira Gago nacía el 12 de febrero de 1912, hija de Mercedes y Fermín, fue la séptima de once hermanos. Su abuelo materno era de Pino del Oro. Recuerda el cantar que le hicieron a su abuela cuando salió de Alba camino de los Arribes del Duero en Aliste: «María cuando vayas a Pino / no te asustes de las peñas / que las vas a ver más juntas / que en el cielo las estrellas». Su vida laboral comenzó muy pronto, con solo nueve años, cuidando los hijos de su padrino en Muga. Con once emigró a tierras alistanas, a Alcañices, donde entró a trabajar en la casa de uno de los hombres más ricos de la Villa, Corcovado. «Comencé ganando sólo un real al día, luego llegué a los 3 duros. Le subieron a las otras criadas y a mi la señora no quería subirme porque decía que yo había aprendido a trabajar allí. Al final accedió a mis pretensiones: llegué a cobrar hasta 7,5 duros, una fortuna».

La vida le dio un giro al casarse, el 20 de junio de 1940, tras una larga Guerra Civil. Su marido, Alfredo Fraile Funcia, de Videmala, era Sargento del Ejército. La luna de miel llegó con la noticia de la elección de su marido, dentro de un grupo de 50 oficiales, para marchar a Rusia con la División Azul. Cuando todo se daba por perdido una carta llegó anunciando que se habían reducido a 25: su marido se libró.

Como Sargento del Ejército Alfredo la familia tuvo su primer destino en Málaga, luego fue integrado en la Guardia Civil, pasando a Cartagena (Murcia) y a Huelva. Tras la aventura andaluza llegó el traslado a la Provincia de Zamora, más concretamente a Calabor, en Sanabria, donde vivieron dos años. En 1952 el Estado creaba la Casa Cuartel de Ceadea y Alfredo Fraile fue uno de los 9 Guardias Civiles nombrados para abrir sus puertas. «Era importante, había Linea, con sargento, teniente y brigada». El problema estuvo en que no había casas libres y hubo que acomodarse como se pudo».