Cuando Carlos del Río y Juan Manuel Arias vieron publicada la noticia sobre la mejora de la accesibilidad en las estaciones de la comarca de Aliste se les abrió el cielo. Tanta lucha para que los discapacitados tengan acceso al transporte público como el resto de los morales parecía haber merecido la pena.. Los dos han dirigido escritos a los responsables de la gestión ferroviaria (Adif) y al Ayuntamiento de Riofrío demandando la «plena accesibilidad» por la estación de Sarracín. Parecía que, por fin, alguien atendía sus demandas. Pero la alegría duró un suspiro. Lo que ambos, obligados al uso de silla de ruedas -Carlos por un accidente laboral y Juan Manuel por enfermedad- tardaron en comprobar que «de nada sirven las obras si no podemos subir al tren».

Tal es la realidad con la que se encuentran estas dos personas, como tantos otros minusválidos anónimos. «Está muy bien lo que han hecho porque antes ni siquiera podíamos acceder a la estación, pero qué sentido tiene que se hayan gastado tanto dinero si luego no podemos subir a los trenes», se pregunta Carlos sin disimular su contrariedad. «Andan todo el día con campañas a favor del transporte público y nosotros parece que no tenemos derecho a utilizarlo como cualquier persona».

Los trenes que pasan por Sarracín no disponen de la plataforma que permite el acceso al vagón con la silla de ruedas. Todo lo contrario, tres escalones insalvables para ese tipo de vehículos. «Me fastidia que se hayan gastado 75.000 euros en hacer una estación perfectamente accesible para luego no poder coger el tren porque no está adaptado».

La información oficial de Adif (Administrador de Infraestructuras Ferroviarias) suena a música celestial: «ofrecer a sus clientes un servicio de mayor calidad y con mejores prestaciones de seguridad, accesibilidad y confort» en el que se ha bautizado como «Plan de modernización de estaciones». Un objetivo que en Aliste ha supuesto una inversión en su conjunto de 147.019 euros en las obras de accesibilidad de las estaciones de Linarejos-Pedroso y Sarracín, y el apeadero de Cabañas.

Como tantas veces, la realidad es bien distinta. Cuando Carlos ha intentado subir al tren ha lidiado toda una batalla. La última vez, para asistir a una comunión en Sarracín. «Me dieron el billete en Zamora y ya me pusieron alguna pega; así que como lo veía negro, desde el tren llamé a la familia del pueblo para que fueran a buscarme. Me puse las piernas ortopédicas y entre mi hermano y mi padre bajaron la silla».

Habitualmente vive en Zamora pero «en el tiempo bueno, me gustaría ir mas al pueblo, sobre todo los fines de semana, y así estoy condenado a quedarme. Después de gastarse 75.000 euros, ¡cuesta tanto adaptar el tren o por lo menos un vagón!», insiste.

Ante semejante desatino, de poco sirven reglamentos de accesibilidad y supresión de barreras o cualquier rosario de normas a favor de los minusválidos si se incumplen en casos tan fundamentales como los transportes públicos. Una situación que Carlos del Río lleva sufriendo años, desde que un fatídico septiembre de 1995 un accidente laboral le segara las piernas con apenas 27 años. «Hacen las obras y no cuentan con nosotros, que somos los que sabemos. De verdad, me ofrezco para que, si crean una oficina de accesibilidad, ir a todos los edificios a comprobar que está bien hecha la obra, Sería una forma de hacer las cosas bien. Porque, de poco me valen las normativas si no se cumplen», expresa un tanto desesperado.

Y si ser minusválido implica luchar cada día contra innumerables elementos, en el mundo rural se agranda el problema. De entrada, Juan Manuel y Carlos se encuentran con el muro del transporte público, en ningún caso adaptado cuando se vive en Sarracín o cuando se trata de ir al pueblo desde Zamora.

«Yo en el invierno estoy en Asturias y allí me muevo bastante sin ningún problema, tanto en tren como en autobús. Pero cuando llego a Sarracín todo son dificultades. No puedo ir a ningún sitio si no es en taxi», explica Juan Manuel. Una alternativa que no está al alcance del bolsillo si se tiene en cuenta que «en tren, la ida y vuelta a Zamora me cuesta 5 euros y el otro día, que tuve que coger un taxi para ir a Zamora, me costó 55 euros. Nos es plan. Así no hay quien salga de aquí. Ya que han arreglado la estación, que pongan el tren adaptado».

A diferencia de Carlos, que conduce su propio vehículo aunque con un esfuerzo que a veces no le merece la pena ni moverlo, Juan Manuel tiene una dependencia total a la hora de viajar. «Si quiero ir a Zamora, a Valladolid o a Medina dependo del tren (la línea de Medina a Galicia pasa por Sarracín), pero no puedo ir».

Aunque hartos de reclamar con la callada por respuesta, estos dos ciudadanos están dispuestos «llegar a donde sea» hasta despertar la sensibilidad de las administraciones con un colectivo que no por minoritario está dispuesto a ver mermados sus derechos.

«Me paso el invierno en Asturias y allí me muevo sin ningún problema con cualquier transporte público. Aquí, si quiero ir a Zamora, no hay más solución que el taxi»