Uriarte, ETA y la tregua que se gestó en Zamora

Jaime Mayor Oreja y Juan María Uriarte en uno de sus encuentros en Zamora.

Jaime Mayor Oreja y Juan María Uriarte en uno de sus encuentros en Zamora. / Archivo

Begoña Galache

Begoña Galache

El 24 de noviembre de 1991 tomó posesión como obispo de Zamora Juan María Uriarte Goiricelaya, que con 58 años hacía añicos el prototipo de prelado que esperaba la sociedad zamorana cada vez que se producía un relevo en la Diócesis. Hubo reticencias hacia él desde el primer día y no solo en el ámbito de la Semana Santa. Jovial y enérgico, poco tardó en mostrar su impecable faceta intelectual con homilías capaces de remover las conciencias más apagadas y duros mensajes cuando la ocasión lo requería. ¿Qué hacía en Zamora fuera de su querido País Vasco? ¿Tenía encomendada una misión cuyo contenido estaba al alcance de muy pocos? Así era. Siete años después la organización terrorista ETA, acorralada por una sociedad que hizo suyo el "espíritu de Ermua" tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco en julio de 1997, anunciaba una tregua indefinida y sin condiciones. Una figura clave en las negociaciones entre los dirigentes etarras y el Gobierno de Aznar fue Uriarte, quien organizó varios encuentros secretos en el propio Palacio Episcopal, donde en ocasiones se podía entrever dentro de coches oficiales al entonces secretario de Estado de Seguridad, Ricardo Martí Fluxá y, con mayor visibilidad, al ministro del Interior, Jaime Mayor Oreja, que con los años se convertiría en un asiduo a la Semana Santa zamorana, un lazo que aún mantiene.

En aquellas reuniones en pleno casco histórico de la capital se dio forma a una estrategia para afrontar el diálogo con los terroristas y se planificaron contactos como el que tuvo lugar en Suiza entre el Ejecutivo de Aznar y ETA, y en el que también estuvo presente el obispo de Zamora. El mismo que a finales de 1999, a punto de regresar a San Sebastián, trasladó la última carta del Gobierno a la organización criminal, como admitiría el propio Mayor Oreja. Un destacado papel que Uriarte compatibilizaba con sus obligaciones como máximo responsable diocesano en una provincia que le permitió actuar de forma discreta, y a la que también amó profundamente.

La banda volvió a tomar las armas 439 días después al considerar insuficientes los pasos que se habían dado desde el ámbito político, pese al acercamiento de decenas de etarras a cárceles de provincias vacas. Juan María Uriarte, desencantado al ver cómo se esfumaba esa ansiada paz, se alejó de cualquier nueva negociación. Volvió a San Sebastián como obispo hasta 2009, cuando decidió que había llegado el momento de retirarse. En esa etapa, el 20 de octubre de 2011, pudo vivir el cese definitivo de la actividad armada de ETA y el posterior proceso de pacificación. Con su muerte se ha ido mucho más que un hombre de Iglesia. "Juanmari", el vasco campechano, lúcido y comprometido que desembarcó con su eterna sonrisa en Zamora se ha llevado a la eternidad un valioso equipaje, esta vez blindado bajo el "secreto de confesión".

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