A nuestra compañera Belén Alonso: "Las campanas repican en tu honor"

Vuela alto, amiga

Belén, las campanas repican en tu honor

Belén, las campanas repican en tu honor / Marisol López

Marisol López

Marisol López

- ¡Belén!

- ¡Campanas!

Tenías tan asumido el chiste, en aquellos tiempos en los que la risa lo tapaba todo, que la respuesta era automática. Hasta cuando te reclamábamos de verdad, como aquella vez que Manolo Sueiras intentaba avisarte de que acababa de llegar tu padre. Tu padre y tú, tú y tu padre, visita anhelada a diario, una charlita en una esquina de la redacción. Manuel Alonso, artesano de la madera que dejó huella en la Semana Santa de Zamora. Y tú, Belén Alonso Moreno, que dejas huella en cada rincón del periódico, que formas y formarás parte de nuestras vidas. De lo mejor de nuestras vidas, porque estás guardada en un pedacito de nuestros corazones, ahora heridos, como el de una Dolorosa.

Las complicaciones diarias en este oficio nuestro nunca fueron las mismas desde que dejamos de oírte gritar desde tu silla: "Houston, tenemos un problema".

Y sí que tenemos un problema Belén, un problema que no lo resuelve ni la NASA, porque hay ausencias de tamaño estelar, inabarcables. La tuya es una de ellas.

Pero basta, que tú amabas el grupo de la Despedida, en el que hoy cargan tus orgullosos hijos, porque sabías que al final llega el verdadero Encuentro. Tú eras de Esperanza y lucías cada Jueves Santo que para sí hubiera querido Julio Romero de Torres semejante modelo, antes de enfrentarse al lienzo en blanco. Te has ido también un jueves, en agosto, con las Perseidas. Una lluvia de estrellas sale a recibirte, una vez libre de tanta Amargura.

Has representado mejor que nadie a tu querida Esperanza, levantándote a cada caída, a cada golpe que te asestaba este tramo de vida en el que fuiste capaz de revestir todo tu sufrimiento con una sonrisa, la que iluminaba toda la Rúa cuando bailaban para ti, delante del periódico, a tu Virgen la tarde del Martes Santo. Apuesto que, donde estés, cuando leas estas líneas echarás una lagrimita, así eras de sensible. Nunca te quejaste ni de horas, ni de trabajo. Despachabas alcaldes y concejales con un "adiós, vida", que los desarmaba sin remedio. Seguro que la Puerta Villa de Villalpando, en cuya restauración pusiste tanto tesón, se ha estremecido al saber que andas ahora por otros caminos, más verdes que la Tierra de Campos agostada por la sequía.

La envidia y el ego de los que tanto pecamos en esta profesión jamás hicieron mella en ti. Al contrario, tu llegabas y felicitabas al compañero, te habías leído todo de cabo a rabo. Nos piropeabas sin reparo, con admiración sincera. Eres, me resisto a utilizar el tiempo pasado, así, sin dobleces ni aristas, noble y leal. Y de la misma forma te queremos, sin condiciones.

"Ay que ver guapa, lo que me has hecho llorar", con tal artículo o tal reportaje, me dijiste más de una vez. Y a continuación un chismorreo tonto, un comentario picarón y la risa, siempre, tu risa. Por eso, Belén, las campanas que oiremos sonar en tu nombre nunca serán ni de viático ni de difunto. Repicarán victoriosas y celebraremos la vida, tu vida, en la que diste tanto, tanto como nos ha quedado por vivir por el tiempo robado por el maldito cáncer. Estaremos atentos cada Martes Santo al paso de la Esperanza. Y si una estrella del manto o de la corona emite un destello especial cuando atraviese la Rúa, entenderemos que es el brillo de tu sonrisa, tu saludo, nunca tu despedida. Vuela alto, amiga.