Duerme más tranquila desde este martes, cuando sus padres decidieron coger un avión y trasladarse a casa de su hermano, que vive en Tenerife. Laura Pino reside en Zamora desde hace ya más de una década, pero siente igualmente la angustia de todos los palmeros desde la distancia, porque es su tierra. “Sigo día a día todas las noticias en los informativos y a veces incluso en directo la televisión canaria”, relata esta zamorana de adopción, que precisamente se encontraba hablando con su madre el pasado domingo cuando el volcán de la Cumbre Vieja entró en erupción. “Me estaba comentando que había sido un día de continuos temblores y fue a la hora de comer cuando sucedió todo. Mi madre lo vio desde la azotea y me lo retransmitió en directo mientras hablábamos”, rememora.

Sus padres viven en Los Llanos y Todoque, una de las zonas más afectadas, es un barrio de esa localidad, aunque en ningún momento la vivienda familiar de los Pino ha corrido peligro. “Se puede ver el volcán a tan solo cinco kilómetros de distancia en línea recta, pero la casa no se ha visto afectada por la lava, porque esta sigue otro curso, aunque sí han notado las consecuencias de los gases, del ruido continuo y de los temblores”, enumera.

Es por esas razones de peso por las que insistía a sus padres en que se alejaran de esta zona de la isla. “Ahora además se está hablando de la posibilidad de la aparición de otra boca del volcán, aunque no se sabe dónde puede surgir, por lo que yo les decía a mis padres que no había que esperar al momento de necesidad extrema de marcharse. Aunque ahora estuvieran a salvo, en una población de cerca de 20.000 habitantes como la de Los Llanos, podía generarse un auténtico caos si se diera la circunstancia de tener que abandonar sus casas”, razona.

Al principio su padre se mostraba tranquilo porque argumentaba que la lava avanzaba muy lentamente, pero ya habían tomado la decisión de viajar al norte de la isla, para alojarse en casa de unos amigos. Pero la noche y la oscuridad “magnifica” más las situaciones de peligro y, finalmente, cambiaron de planes, sintiendo que “cada vez más, le quemaban los ojos cuando salían a la calle y tenían también un sabor raro en la boca”, describe.

La lava del volcán de La Palma llega cerca de una vivienda. A. G.

Este martes decidían viajar a casa de su otro hijo, en Tenerife. “La idea era viajar el viernes, pero viendo la situación, adelantaron el vuelo y no hubo ningún problema para cambiar el billete. Además, era mejor hacerlo ahora que más adelante, cuando quizá la ceniza del volcán pueda afectar al tráfico aéreo”, indica.

No es la primera vez que los padres de Laura Pino viven la experiencia de estar cerca de un volcán, pues ambos residían en la isla cuando se produjo la anterior erupción en 1971. “Aun así, mi madre asegura que no recuerda ese tremor tan extremo, como se escucha ahora. Además, en ese año la lava no afectó a las casas, porque lo que hizo fue ganar terreno al mar, así que no afectó a la población. Ahora ves las viviendas y parece que son casas de papel”, considera la palmera al ver las imágenes en los medios de comunicación.

Otras diferencias que encuentra entre las dos catástrofes es la información que se recibe casi al momento y, por otro lado, la labor que están haciendo los expertos y científicos, a quienes agradece que alerten a la población. Por ese motivo repara en que, afortunadamente, no ha tenido que lamentarse víctimas mortales en esta ocasión. “Creo que ha habido mucha información a la población y por eso se han evitado males mayores”, señala sobre la cobertura que se ha realizado en estos últimos días y la cantidad de expertos que han salido a la palestra para explicar lo que estaba pasando y las medidas que había que tomar. Y aunque el desastre ha llegado, defiende la labor de estos profesionales. “Está claro que no es una ciencia exacta, aunque es algo que se puede prever, pero no evitar”, justifica.

Viviendas afectadas por la erupción del volcán en La Palma. EFE

Se emociona al comentar todo lo que se está viviendo estos días en la isla, a que considera su hogar. “Es mi tierra. Yo me vine a vivir a Zamora en 2008, pero viajo allí por lo menos cuatro veces al año”, calcula. Por eso reconoce que sabiendo que se trata de una isla volcánica, estaban más que acostumbrados a algunos temblores, “pero mínimos, era algo habitual, pero nunca creíamos que fuera a haber este riesgo real”, señala.

Las imágenes en la televisión son especialmente dolorosas para ella. “Ver a gente conocida que lo está pasando tan mal y no poder hacer nada por ellos es horrible”, subraya, esperando que las autoridades cumplan con su palabra de enviar ayudas “que hacen falta ya”, exige. Y es que señala que los terrenos que han sido devorados por la lava se han quedado baldíos. “Esas tierras ya no sirven para nada, ni para cultivar de nuevo ni para construir”, apunta, lo que dificulta la recuperación económica de la zona, puesto que mucha gente vive o bien del plátano o del turismo rural.