El Castillo ha vuelto a abrir sus puertas, ha renacido de sus cenizas. Durante la Edad Media, en el siglo XI, el rey Fernando I mandó construir un castillo en Zamora, que sirviera como fortaleza para la ciudad. El Castillo tuvo su bautizo de fuego en el año 1072 cuando Doña Urraca lo utilizó para defenderse de los ataques de su hermano Sancho. En el XII, casi todo el Castillo se transformó, posteriormente mostró un aspecto parecido hasta el siglo XVIII. Fue entonces cuando, por los avances de la época se convirtió en un castillo artillero. Finalmente, tras los oscuros siglos XIX y XX, la reforma del siglo XXI le ha vuelto a poner de moda.

Tanto los zamoranos como los turistas, han respondido fenomenal a la apertura de este recinto que, como comenta una de las responsables de las visitas guiadas, Estrella Torrecilla, «han acudido en masa a ver el Castillo. No tenemos datos de la asistencia libre, pero los guardias de seguridad me han comentado que hay días que seguramente han pasado más de 10.000 personas por aquí.

De lo que sí hay datos es de la asistencia a las visitas guiadas, que durante el mes de agosto se han venido realizando por el recinto de forma gratuita. Estrella Torrecilla comenta que «hemos programado dos visitas por día, una a las 10 de la mañana y otra a las 10 de la noche, en cada grupo acuden unas 35 personas, y hasta final de mes tenemos completo todo el cupo». Por lo tanto, cuando el día 31 de agosto se acaben las visitas, habrán hecho estas visitas más de 2.000 personas. «Todas ella salen encantadas», apunta Estrella.

La visita se inicia con una explicación sobre los orígenes del Castillo y las remodelaciones que ha sufrido a lo largo de la historia, antes de atravesar la puerta y adentrarse en el recinto medieval. Entre aquellos que no conocían el pasado reciente del lugar se ven caras de sorpresa al conocer que hasta hace apenas cinco años era la sede de la Escuela Oficial de Idiomas.

La primera parada sirve para que los visitantes empiecen a conocer las entrañas del Castillo y su organización, cómo estaba dispuesto para resistir los ataques de los enemigos. Observan con detenimiento la barbacana, el muro defensivo del Castillo, se ven transportados al siglo XVIII cuando conocen los ventanucos donde se colocaban los artilleros y se sorprenden al conocer que por donde ellos están pisando se han encontrado cadáveres, ajuares e incluso dos cabañas de arcilla de la Edad de Hierro.

La ruta continúa por el paseo construido con granito sayagués que guía a los visitantes por el Castillo. Según van avanzando, se van encontrando con las esculturas de Baltasar Lobo, que se hayan repartidas por todo el recinto. Por sus caras, se puede percibir que están encantados con la inclusión de las obras del artista de Cerecinos y algunos destacan las espectaculares sombras que producen y que sólo se pueden apreciar en las visitas nocturnas.

Tras comprobar los restantes detalles que aún quedan en la parte de abajo del Castillo, destacando por encima de todo la parte más antigua que data del siglo XI, el murete y las arcadas, hasta ahora desconocidas, los visitantes suben las 52 escaleras que les conducen hacia la parte de arriba. Allí, la visita discurre por una pasarela donde los asistentes comprueban que la planta está compuesta, efectivamente, por cuatros rombos concéntricos y contemplan las excelentes vistas que hay de la capital zamorana: La zona de Valorio, la carretera de Almaraz, más adelante San Frontís...

Cuando se completa esta pasarela se llega una pequeña estancia, que servía para que descansaran los soldados que montaban guardia. Allí observan divertidos la televisión de plasma que servirá para mostrar una historia del Castillo a quienes lo visiten cuando se produzca su reapertura tras el cierre temporal que se producirá el 1 de septiembre. Tan sólo unos pasos más adelante, se topan con las escaleras que les llevarán al lugar más esperado del Castillo, la Torre del Homenaje. Tras ascender unos pocos peldaños, un «!Oh!» de admiración generalizada recorre la estancia cuando los participantes en la visita contemplan anonadados la Catedral de Zamora en todo su esplendor, con la torre y la cúpula iluminadas y acaparando la atención de todo aquel que se asome.

La llegada a la torre del homenaje constituye el culmen de una visita que además finaliza aquí. Los visitantes se quedan aún unos minutos apreciando unas vistas realmente espectaculares. Definitivamente, el Castillo ha redescubierto Zamora y la ciudad y los visitantes han redescubierto el Castillo.