El mirador vacío

A Belén Alonso, la estrella más brillante del manto de la Esperanza

PROCESION VIRGEN DE LA ESPERANZA

PROCESION VIRGEN DE LA ESPERANZA / Emilio Fraile

Marisol López

Marisol López

Hoy, que regreso a la "Ciudad del alma" de Claudio Rodríguez, siento que te extraño. Que estos días tu recuerdo me revolotea como si fuera una de las primeras golondrinas que sortean con su vuelo rápido la cúpula de la Catedral en el rojo atardecer del Miércoles Santo. Que a esta Semana Santa le robaron la primavera florecida y nos ha dejado a cambio un cielo plomizo, tan propenso a cobijar penas y nostalgias.

Nostalgias de otros días más benévolos, despreocupados, cuando salíamos a recibir el sol de la mañana del Jueves Santo, a la espera del cortejo de la Virgen de la Esperanza, que empezó a llamar a tu puerta de la Plaza Mayor en el momento en que la enfermedad te obligó a posponer sin fecha el recorrido de vuelta desde el convento de Cabañales. O eso nos gusta pensar.

Que cuando la Virgen ascendía por Balborraz y encaraba la Plaza Mayor, de camino a la Catedral, lo hacía para saludarte, asomada al balcón de tu casa, que te decía que también ella aguardaba tu regreso, como lo hicimos nosotros aquella primera vez que tuviste que encarar tu propio calvario. Decidimos entonces, jugar a Penélope a la espera de "nuestra Ulises", a la que esperábamos ver regresar triunfal de una guerra que resultó ser más cruenta que la de la propia Troya.

No sé si habrá Salve en la Catedral o si la Virgen ha decidido esperar este año para evitar la sensación de soledad que nos acongoja al contemplar ese mirador, vacío de ti, Belén

Tejimos entre todos una manta de mil colores, cada uno un ovillo. Muchos aprendimos a hacer punto, "punto bobo", no podía ser otro, vista ahora, desde la distancia, nuestra ingenuidad. Nos habías dicho que el tratamiento te provocaba frío como efecto secundario. Y nosotros corrimos a prestarte abrigo y a lanzarte el mensaje de que confiábamos en tu vuelta. Que tu estabas hecha de un material maleable pero indestructible.

No sabíamos que aquella manta, elaborada a tramos, con más o menos destreza según las manos del tejedor o tejedora de turno, se quedaría corta para una batalla tan larga e injusta. No queríamos una heroína. Queríamos a nuestra Belén, siempre dispuesta y ocurrente, de sonrisa amplia y vestida manola tocada con peineta y mantilla colocada con pulcritud.

Cuando escribo estas líneas no sé si el viento habrá amainado, si la lluvia habrá dejado de arreciar con furia y si los nubarrones dejarán paso al sol que, por mandato refranero, debe relucir en Jueves Santo. No sé si la Virgen de la Esperanza volverá a doblar Balborraz hasta situarse debajo del mirador de tu casa. Y quién dice que es la propia Esperanza la que se niega a pasar por delante del balcón en el que tu ausencia se revela en forma de un vacío descorazonador.

Hace ahora un año, ahí estabas, rodeada del amor de los tuyos, cuando la Virgen ascendió mecida sobre los hombros de Carlos y Héctor. Tus hijos te bailaron a la Virgen mientras tú, llorando y sobreponiéndote una vez más, te erguías desde la silla, "porque a la Virgen yo la recibo de pie". ¿Intuías acaso que esa sí sería la última vez? Porque en alguna ocasión hemos dudado de si, aquella socarronería con la que encaraste unos últimos años tan difíciles, no era, tal vez, una coraza como esas que llevaban los romanos del "Cinco de Copas", con la que defenderte de los vientos huracanados que barrieron gran parte de la felicidad que merecías y a la que tenías derecho. Ahora, el trabajo me ha llevado a tierras más al sur, a otra ciudad vieja y semanasantera, donde también las manolas enlutadas de peineta y mantilla acompañan a otra Virgen de la Esperanza.

De sus mejillas también resbalan lágrimas de cristal fino. Desfila bajo el palio de color verde, pero echo en falta las estrellas bordadas. Las extraño, como te extrañamos a ti. Fuera, sigue lloviendo. No sé si habrá Salve en la Catedral o si la Virgen ha decidido esperar este año para evitar la sensación de soledad que nos acongoja al contemplar ese mirador, vacío de ti, Belén.