Opinión

La verdad amenazada

Lo último que hay que normalizar son las amenazas hacia empresas periodísticas y profesionales de los medios de comunicación

No hay democracia sin pluralidad informativa ni libertad de opinión. Basta con ver el hermetismo de países como Cuba o la oligarquía reinante en Rusia, cuyas recientes elecciones presidencialistas se han convertido en una especie de teatro sobre el que danzaba un solo bailarín.

Desde tiempos inmemorables, los medios de comunicación se han visto por parte de algunos como el mal menor para cerrar el círculo democrático. Para otros, en cambio, son la necesaria tabla sobre la que surfear el despotismo y la opacidad de gobiernos y dirigentes. Pero más allá de disquisiciones e interpretaciones, lo cierto es que son la muestra fehaciente de que sin ellos, el poder público y la injusticia social serían no ya una simple quimera, sino la constatación de un Estado inverosímil y amorfo.

Se dice que constituyen el llamado cuarto poder y, seguramente, así es. Son parte indisoluble de nuestras vidas, y más desde la llegada de Internet, desempeñando un papel esencial en la formación de la opinión pública. Su capacidad de divulgación es innata, como lo es su legítima influencia para contrarrestar esa incorregible tendencia del poder público a crear problemas donde no los hay.

Al igual que es imprescindible la pluralidad de partidos e ideologías, en más o menos una sana convivencia, lo son también los medios de comunicación con sus diferentes formas de ver o interpretar un mismo hecho. Sólo hay una línea roja, la ética que debe imperar en todas y cada una de sus acciones para no saltarse su auténtico cometido.

¿Se imaginan una España sin medios de comunicación? ¡Piénselo! ¿Qué libertad habría sin libertad de prensa? Ninguna. Por eso, y aunque no compartamos en muchas ocasiones lo que leemos, escuchamos y vemos, lo último que hay que normalizar son las amenazas hacia empresas periodísticas y profesionales de los medios. Y mucho menos si emanan de instituciones, administraciones o responsables públicos.

Para quien es y se siente periodista, lo más abyecto en esta profesión es recibir la descarnada e impune amenaza de un político. Pero esto ya será harina de otro costal.

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