Opinión

Semana Santa del recuerdo

ZAMORA FOTOS ANTIGUAS SEMANA SANTA 1916

ZAMORA FOTOS ANTIGUAS SEMANA SANTA 1916 / Ruth Anderson

Paseando hoy por mi memoria, entre ruinas y sombras, aún me huelen las calles a tierra con incienso mezclada; a harina amarga con cornezuelo y sarmientos retorciéndose en el horno. Sí, me huele a hurmiento y perronillas; a hacheros y velones dejando lagrimones de cera en el suelo. Me huele a sonidos de matracas y carracas atronando por las calles; a silencio de campanas; a santos escondidos tras una tela negra en la iglesia. Quietos en hornacinas de un retablo barroco magistralmente adornado. Por los rincones mas recónditos, oigo sones de misereres y salmos huyendo entre silencios y olvidos. Por encima de todos estos mis recuerdos, todo me conduce a aquella hermandad de fraternal encadenada a la generosidad y ayuda por eslabones de una vieja Cofradía de La Vera Cruz. Recuerdo el orgullo de mi padre y mis abuelos, porgue más que cofradía era puro compromiso de vida heredados por vía de sangre.

Eran años en los que nazarenos y vírgenes me parecían fiel retrato de mis propios vecinos; ellos vivían su propio calvario y resultaban ser los actores más sinceros de su propia pasión. Ellos cargaban la cruz; ellos sudaban sangre arrancando espigas a la tierra entre espinas de cardos, tobas y gatinas cenicientas. Ellos, que aún vivían cercados por el eco de una guerra y asediados por el miedo, mirando a cielo y a esa tierra herida por la reja del arado.

Tiempos de duros de miradas retenidas tras los visillos y cuarterones de sus ventanas. Tiempos en los que el hambre y la miseria horadaban aún más los clavos en las manos y los pies de aquellos sufridos hombres y mujeres. Años ruines de soles oscuros y sombras alargadas que generaban angustia infinita en las entrañas, dejando "Gólgotas" por los rincones.

Semana Santa distinta, distante de las de hoy, aferrada a la necesidad de hermandad y facendera. Aderezada por olores distintos y flores bravas de raíces escondidas al acecho. Sí, distinta, sencilla, interpretable y nacida de la herencia de la sangre.

Siempre en el aire la disposición para ayudar a los hermanos y dejar puertas y corazones abiertos. Semana de fe y del fervor que aún recuerdo con nostalgia y me llena de orgullo sin haber sido, apenas, partícipe de la misma. Semana Santa de vida y del vivir cada día y cada noche; de hermanos pobres dispuestos a tender la mano a otros hermanos mas menesterosos.

Recuerdo, cómo todos enfilaban la ladera del cementerio para despedir a un hermano. Uniformados, vestidos con el mismo atuerndo heredado; con su capa negra que olía a viejas semanas santas y generosidad infinita que parecía desprenderse de su propia urdimbre. Siempre regalando manos a otros hermanos a quienes "la reuma" y el salitre iban carcomiendo sus huesos y su vida. Esos hombres y, hoy también, por fin, mujeres de cofradía, me parecían los santos de hornacina aposentados en las esquinas del pueblo. Es que esas Semanas Santas eran puro modelo de vida cargadas de valores que nunca debieron perder. Semana santa de pactos y promesas cumplidas con un apretón de manos. De un sentimiento partícipe y patrimonio de todos.

Transcurría el tiempo, en Matilla de Arzón, pero podía ser espejo de todos nuestros pueblos hoy heridos de soledad.

Benjamín Charro

Suscríbete para seguir leyendo