El trasluz

A ver si pasa algo

Las cosas ocurren cuando bajas la guardia

Un parque.

Un parque. / Shutterstock

Juan José Millás

Juan José Millás

Fingí que olvidaba el móvil en casa y me fui a dar un paseo de una hora sin él. Aunque no dejaba de percibir su ausencia, intentaba quitármelo de la cabeza mientras llevaba a cabo mi recorrido habitual por el parque. Era temprano y había un poco de niebla que se iba disipando a medida que mi mente se despejaba. Había “olvidado” el móvil en la idea de que quizá, al dejar de prestarle atención durante un tiempo, ocurriera algo, pues las cosas ocurren cuando bajas la guardia. Que ocurriera algo significaba para mí recibir una llamada o un mensaje de Dios. Utilizo “Dios” como metáfora (o quizá no, no sé). Estoy convencido de que un invento tan prodigioso como el móvil no puede limitarse a realizar tareas meramente prácticas. Está bien que te permita escuchar música y oír la radio y ver vídeos y escribir mensajes y hacer videollamadas, etc., etc., etc., pero no me resigno a que se quedé ahí. Tiene que ser por fuerza el vehículo de algo mágico, de algo que sucederá cuando menos lo espere. El otro día, al disponerme a cruzar una calle con el semáforo en rojo, salió del bolsillo interior de mi chaqueta una voz que me alertó:

-¡Aguarda a que se ponga en verde, Juanjo!

Lo que llevaba en ese bolsillo era el móvil. Lo extraje, para ver si se había operado algún cambio en él, pero no le vi nada raro. ¿Habría sido una alucinación? A veces, me parece también que vibra, pero se trata de un engaño. En fin.

Cuando llevaba media hora caminando, me pareció escuchar el sonido de su timbre. El teléfono se hallaba en la casa y yo en el parque, muy alejados el uno del otro, pero su sonido llegaba perfectamente a mis oídos. Cuando falleció mi madre, me ocurrió algo parecido. Yo estaba de viaje, a mil quilómetros de su cama, pero me habló para que regresara y pudiéramos despedirnos.

Estuve por acortar el paseo y regresar corriendo para ver el mensaje que me había dejado Dios (o quien quiera que sea cuando hablo de Dios), pero me contuve. Me había propuesto bajar la guardia una hora y resistí hasta el último minuto. Ya de vuelta, revisé el aparato y no había nada: ni llamada perdida ni wasap, nada. Lo sacudí para ver si reaccionaba, pero permaneció mudo. No me lo podía creer, aún no me lo creo. Mañana volveré a “olvidarlo”, a ver qué pasa.