A Don José Iglesias, el sacerdote. A mi Tío José

José Iglesias

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Cartas de los lectores

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En su juventud le llamaban "Pepe, el Bueno". Bastaba con mirarle. No conozco caso más ajustado a una definición que el suyo, con eso de que "la cara es el espejo del alma". El domingo 21 de enero le hicimos, sin saberlo, la última visita. Rebosaba ilusión por los cuatro costados al ver a Miguel, a David y a Pablo, tres de sus sobrinos más pequeños y, como ese mismo día dijo, su vitamina.

Hoy cumplo 40 años y, como no le tendré al otro lado del teléfono diciéndome "¡Felicidades, sobrinita!", he pensado que dedicarle unas líneas me va a servir de autorregalo y homenaje.

Cuando supe que se había ido, sonreí al pensarlo reencontrándose con sus padres y sus cuatro hermanos, entre ellos mi abuelo Antonio, del que me acuerdo más de lo que cualquiera pueda imaginar, y al que sigo echando de menos. Mucho. Luego llegó la tristeza, porque echaré de menos las visitas en ese rincón, casi poético, en el que siempre entraba un rayo de luz y donde vivía rodeado de las sonrisas de su familia, de alegrías infantiles y de esa fe que marcó cada paso que dio.

Formaste una comunidad más allá de la religión y, eso, está al alcance de muy pocos. Así que, querido Tío José, qué alegría ver cómo tanta gente te quiere y te recuerda, y cómo todos ellos tienen en común esa pincelada de bondad en sus palabras, cuando se refieren a ti.

Con él se va un trocito de mi infancia, ese último cachito de lo que quedaba de la generación de mis abuelos. A la vez, viene un tropel de recuerdos difícil de frenar. Pero se queda la esencia, ahí, en un rinconcito del corazón donde nada se borra y todo permanece.

Hasta siempre, Tío José.

Fátima Román Iglesias