Crónicas de un paso de cebra

Epílogos letales

No hay nada que nos inmunice contra la muerte de la democracia

Urnas.

Urnas. / Diego Radamés

Concha Ventura

Concha Ventura

Últimamente he oído palabras de Cicerón, un escritor latino del siglo I antes de Cristo, puestas en boca de diversas personas de renombre en España, sacadas de su Discurso contra Verres, que recuerdan, por imposible que parezca, las formas de actuar de algunos políticos, que ocupan cargos en nuestro país, muchos de los cuales hasta hace poco tiempo defendían en sus campañas electorales lo contrario para seguir en el poder.

Pero, como siempre pasa, para entender el texto, hemos de acudir al contexto en que se enmarca.

Verres, en el año 74 a.C. mediante sobornos acabó siendo tirano en la isla de Sicilia, abusó de su autoridad y además se entrometió en la labor de los magistrados para aumentar su poder y su fortuna, lo cual consiguió con creces.

Llevó a los ciudadanos de la isla al borde de la miseria y de la desesperación. Arruinó a "Los empresarios de la época", a los recaudadores de impuestos y a los cultivadores de trigo, por los tributos exorbitantes que impuso, para mejorar según él la vida de todos los ciudadanos; también saqueó los templos y las casas privadas haciéndose propietario de todos sus bienes, ya que sentía debilidad por el arte. Era un hombre tan sensible y con tan buena pinta…

Crucificó a los esclavos, y a los terratenientes que los defendieron y los encerró en prisión hasta que le pagaron un rescate muy elevado por su liberación.

Cuando regresó a Roma en el año 70 a.C. Cicerón ante la petición furibunda de justicia de los sicilianos por estos hechos, lo procesó, y el acusado contrató a uno de los más prestigiosos abogados del Imperio, muy amigo de las familias nobles de patricios y magistrados.

El jurado además estaba formado en su mayoría por los amigos del tirano. Pero el presidente del tribunal era un hombre honrado, por lo que Verres intentó retrasar el juicio hasta el año 69 a.C., ya que había otro sobre el gobernador de Bitinia que debía resolverse antes.

Después de ese, presidiría un nuevo juez el tribunal de Verres, al cual había comprado con anterioridad; sin embargo, Cicerón consiguió abrir el juicio con unas muy elocuentes palabras, que no pudo contrarrestar el abogado defensor del tirano.

Verres acabó en el exilio, pero por supuesto no devolvió nada de lo robado.

(Qué buen maestro ha sido para muchos).

Destacan en dicho discurso algunas frases como las que siguen, y sobre todo el significado de la palabra "epílogo" que siempre es la parte final de algo.

"Los pueblos que ya no tienen solución, que viven a la desesperada, suelen tener estos epílogos letales: se rehabilita en todos sus derechos a los condenados, se libera a los presidiarios, se hace regresar a los exiliados, se invalidan las sentencias judiciales. Cuando esto sucede, no hay nadie que no comprenda que eso es el colapso total del Estado; donde esto acontece, nadie hay que confíe en esperanza alguna de salvación".

Y en estas andamos por aquí.

Además, da la casualidad de que este mensaje que circuló como la pólvora por las redes, me pilló leyendo la obra de dos profesores de la Universidad de Harvard, Steven Levitsky y Daniel Ziblat, titulada Cómo mueren las democracias que, por cierto, no la han copiado de ningún otro libro, porque son personas cultas, dotadas de un espíritu noble de alto voltaje, ya que han estado investigando durante veinte años dicho fenómeno.

Para ello, se han basado fundamentalmente en la involución que ha sufrido Estados Unidos y en la deriva que han tomado numerosos gobiernos, sobre todo de países hispanoamericanos, también europeos a lo largo de la historia, los cuales se han ido radicalizando tanto por los populismos como por las falsas izquierdas y las falsas derechas, es decir, como muchos de los políticos que nos gobiernan en esta España nuestra.

Por lo tanto, el título es perfectamente aplicable a nuestro país en estos momentos tan peligrosos, que nos está tocando vivir.

No hay nada que nos inmunice contra la muerte de la democracia.

Sin embargo, según ellos todavía hay alguna solución, si no dejamos pasar el tiempo y nos oponemos con uñas y dientes a todos aquellos que intentan dinamitarla.

Nos advierten a los ciudadanos que no permitamos a aquellos que para consolidarse en el poder quieran reformar la Constitución, el sistema electoral y otras instituciones, porque el pretexto de hacer un bien público, en ese caso siempre se identifica con favorecer a los suyos, para que ellos puedan seguir ostentado el poder.

Más claro, el agua.

Y es que la mejor cura para la democracia es más democracia.

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