El legado de Baltasar Lobo está por encima de las disputas partidistas

Obra de Baltasar Lobo

Obra de Baltasar Lobo

Editorial

Editorial

Treinta años después del fallecimiento en París del escultor Baltasar Lobo, nacido en el seno de una humilde familia de Cerecinos de Campos y cuya obra se disputarían los mejores museos del mundo, las instituciones zamoranas siguen enrocadas en batallas políticas que bloquean la creación de un espacio dedicado al artista. La donación a su provincia natal de la mayor parte del legado, primero en vida del propio Lobo y luego a través de su familia, se recibió en Zamora como un gran revulsivo cultural y turístico. Tras aquellos vítores y algaradas, la decepcionante realidad es que su obra se encuentra repartida entre algunas plazas y espacios públicos sin la adecuada señalización, en la Casa de los Gigantes junto a la Catedral y, sobre todo, en el almacén del Museo de Zamora donde se custodian sus creaciones. Ni políticos, ni expertos o amigos del artista son capaces de ponerse de acuerdo para elegir el lugar en el que poner a disposición de toda la ciudadanía el fruto de toda una vida de trabajo y de exilio.

A los visitantes que algún día lleguen a Zamora con el reclamo internacional de contemplar las singulares esculturas de Lobo poco les va a importar la titularidad de un edificio. Gestionar una institución que representa al pueblo jamás debe convertirse en una fortaleza desde la que atacar al contrincante político

El futuro Museo de Lobo debe ser un punto de encuentro de toda su obra, ahora dispersa, y para lograrlo el primer paso es otra unión, la de los responsables políticos con competencias en las tensas y duras negociaciones que se vienen desarrollando desde hace años, pero que se han enconado en este inicio de 2024. El Ayuntamiento no mueve su postura, que es la de llevar el espacio expositivo al antiguo ayuntamiento viejo (una vez se consume el inmediato traslado de la Policía Municipal al antiguo Banco de España). La Diputación, por su parte, tampoco está dispuesta a ceder en su apuesta, la de trasladarlo al Castillo, inmueble de su titularidad y que hace dos décadas cedió al Ayuntamiento a través de un convenio a fin de que albergara el museo del artista. Hasta tal punto ha llegado la crispación que la institución provincial amenaza con resolver ese documento al considerar que no se ha cumplido el objetivo con el que se suscribió. A las instituciones se suman disputas entre reconocidos arquitectos, como Moneo que se decanta sin paliativos por el Castillo, expertos en arte y la propia Asociación de Amigos de Baltasar Lobo. Ninguno de ellos puede que sea consciente de que a los visitantes que algún día lleguen a Zamora con el reclamo internacional de contemplar las singulares esculturas de Lobo poco les va a importar la titularidad de un edificio. Gestionar una institución que representa al pueblo jamás debe convertirse en una fortaleza desde la que atacar al contrincante político.

La obra de Lobo, como también ocurrió con la trayectoria del artista, ha saltado a diferentes países, se ha ocultado en la semiclandestinidad y ha vivido en estancias provisionales, como la Iglesia de San Esteban (entre 1998 y 20906) que albergó 25 esculturas y 16 dibujos. Cuando llegó todo el legado, las 675 unidades catalogadas se depositaron en el Museo de Zamora, donde a día de hoy la mayor parte aguarda, cual tesoro escondido, que impere la cordura, se aparquen las ideologías, las filias y las fobias para dar a la ciudad lo que es suyo por decisión de Baltasar Lobo, las creaciones que nacieron en toda una vida alejado de sus raíces. Un lujo que no entiende de colores y que los herederos del escultor supieron entender al entregar a la ciudad todas las obras existentes en su taller de París y los 37 moldes de gran formato ubicados en la fundición de Bonvicini, en la localidad italiana de Verona. El patrimonio artístico del escultor, integrado actualmente por un total de 872 obras, distribuidas en 750 esculturas (182 piezas de bronce, 465 modelos de yeso, 15 piezas de arcilla, 65 piezas de mármol y 23 piezas de otra) y 122 dibujos, ahora está pendiente de lograr la protección de Bien de Interés Cultural.

Antes de la dicotomía entre Castillo y Ayuntamiento viejo, se sopesaron variopintos espacios para agrupar la colección escultórica, como el Colegio Universitario, la antigua Diputación, el Banco de España o incluso el Consejo Consultivo. Ni hubo entonces consenso ni lo hay ahora. Zamora pierde la gran oportunidad de situarse en el mapa de los enclaves mundiales de la cultura por la generosidad de uno de sus ilustres paisanos, el mismo que al final de la guerra en 1939 tuvo que exiliarse junto a su esposa para fijar su residencia en París. En la capital del arte moderno forjó una gran amistad con Pablo Picasso y el escultor Henri Laurens. A diferencia de lo que le pasaría en España, la obra de Lobo fue elogiada en Francia y recorrió también galerías y museos de ciudades como Praga, Bruselas, Luxemburgo, Zúrich, Caracas o Tokio, lo que le otorgó desde los años 70 un lugar destacado dentro de la escultura contemporánea europea.

Es paradójico que la muerte sorprendiera a Lobo en París cuando se había "reconciliado" con su tierra natal y trabajaba en la creación de un Museo en la capital zamorana para poder depositar sus esculturas, bocetos y dibujos. Hágase su voluntad.

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