Carlos II y la melancolía

La enfermedad, cuando se ensaña con un ser humano marca la vida de una forma brutal

Retrato

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Antonio López Alonso

Antonio López Alonso

Ni siquiera tenía 39 años, y parecía un anciano de 90. La enfermedad, cuando se ensaña con un ser humano marca la vida de una forma brutal.

Nació enfermo, ¡cuánta inocencia la suya!, por un masivo tropel de genes que tanta consanguinidad torpedeo. No fue culpable de su herencia. Nadie lo es. Nos envían al mundo, marcados; para bien y para mal. Y contra el destino, nada se puede hacer. Cuando la terapia génica, modifique las aberraciones cromosómicas, y lo errado se rectifique mediante microscópica manipulación, el ser humano podrá partir virgen de enfermedad, en este atolladero del camino de la vida.

Todavía la ciencia no ha llegado ahí, aunque bien cierto es que estamos a punto. Pero la Casa de Austria erró una vez y otra, cruzando sangre con sangre, casi idénticas, y la biología rechaza esta circunstancia.

Todo este marasmo de carne informe, débil, alicaída, y enferma; todo este montón de células apretujadas entre sí de mala forma, marcaron los 39 años de vida del monarca.

Y la enfermedad se ensaña con el cuerpo biológicamente inerte. Y Carlos II, fue sufriendo año tras año diferentes grupos morbosos que hicieron de su vida un personaje huidizo y melancólico. Un desecho de hombre.

Los años que vivió se injertaron en su mundo de una manera rápida; fulminante. Cada año, multiplicado por 10.

No debe sorprendernos en absoluto que su ancianidad se revistiera de 39 años.

Nos envían al mundo, marcados; para bien y para mal. Y contra el destino, nada se puede hacer. Cuando la terapia génica, modifique las aberraciones cromosómicas, y lo errado se rectifique mediante microscópica manipulación, el ser humano podrá partir virgen de enfermedad, en este atolladero del camino de la vida

El envejecimiento fisiológico de los tejidos se acelero en Carlos II, de una manera asombrosa. Y cuando se dio cuenta, se estaba muriendo. Y pidió perdón, en la cama de la muerte, a todos y por todos. Perdón, ¿Por qué? ¿Por haber nacido enfermo? ¿Por haber nacido derrotado biológicamente? ¿Por ser como lo hicieron? Pero no todo tiene el talante depresivo en su vida, pues a pesar de su aparente indiferencia, si bien tuvo tiempo para sufrir, también lo tuvo para amar. A María Luisa - su eterno enamoramiento -, sin seducirla, le sedujo, y se encontró en la trampa de la propia seducción de la joven francesa. Fue su etapa feliz, a la que tuvo derecho. Fue su exigencia. Su cielo. El infierno fue su enfermedad; que intento controlar, pero se le advirtió que podía estar endemoniado.

Enmarañado entre tanto vomito, tanta impotencia, y tanta melancolía, se desdijo de sí mismo; renuncio a pelear y se dejo llevar casi siempre.

Nació enfermo; vivió «endemoniado» y murió totalmente deshecho, con las vísceras de su cuerpo destrozadas y su alma agrietada por tanta desventura junta.

La historia le reconoce como Carlos II «El Hechizado».

A mí, me parece que la historia debería reconocerle, como el rey más doliente de la monarquía española.

Dolor que se ensañó con su vida, con su cuerpo y con su alma.

Enfermó de todo y casi se le olvidó vivir.

Yo diría que no vivió nunca. Su enfermedad no se lo permitió.

(*) Catedrático emérito de la Universidad de Alcalá de Henares

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