No a las guerras, sí. ¿Pero, cómo?

El rechazo al Estado israelí por los palestinos fue y sigue siendo la madre de todos los males en esa región del Oriente Medio

Bombardeo israelí en el campo de refugiados de Jabalia en Gaza.

Bombardeo israelí en el campo de refugiados de Jabalia en Gaza. / Reuters

Manuel Antón

Manuel Antón

Vivir y dejar vivir a los demás, sabiendo respetar sus derechos, puede que sea el camino a seguir para alcanzar la paz. La Lástima es que, visto lo visto, no parece que sea una tarea al alcance de todos.

Hace algo más de un año, cuando Rusia empezó su ofensiva contra Ucrania, lancé a través de este mismo medio la siguiente pregunta: ¿Para qué sirve la ONU? Hoy, año y medio después, Rusia sigue queriendo invadir Ucrania, y ésta, con la ayuda de buena parte de los países miembros de la UE (Unión Europea) y de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), fundamentalmente EE.UU., continua defendiéndose del furibundo ataque de las fuerzas armadas de la Federación Rusa que, aunque no lo necesita, dado su potencial armamentístico, tampoco está sola en esto; otros países, básicamente los pertenecientes a la OTSC (Organización del Tratado de Seguridad Colectiva), como era de esperar, se han posicionado a su lado.

Atentos al conflicto abierto en Ucrania, y habiéndose postulado en favor de la ofensiva militar rusa, están Cuba, Venezuela, Siria, Nicaragua e Irán; sin olvidarnos de que China, La India, los Emiratos Árabes Unidos y Corea del Norte siguen sin condenar la invasión, lo que desde un punto de vista político y moral es un dato tan significativo como preocupante.

En otras latitudes de la Tierra y de manera permanente en muchos países africanos, los problemas derivados de la discriminación racial y de las desigualdades que se dan son la causa de que África siga ostentando la cifra más alta de conflictos armados de todo el planeta, lo que hace que en ellos la precariedad sea la norma y la migración la «solución».

En Centroamérica y los países más al norte de Sudamérica, los conflictos bélicos que enfrentan a los grupos criminales que rivalizan por el control del tráfico de drogas, que mueve miles de millones de dólares al año, han ocasionado una crisis migratoria que se vive con verdadero estupor porque la población está atemorizada en grado sumo por los narcos y por quienes los secundan.

En Oriente Medio, la lucha por el territorio, la disputa por el control de los hidrocarburos, la intromisión de terceros países y los enfrentamientos de origen religioso llevan años provocando y manteniendo activas unas guerras interminables que han sumido a gran parte de los Estados en conflicto en una crisis humanitaria de dimensiones incalculables. En la actualidad, más del 80% de la población de las regiones afectadas vive por debajo del umbral de la pobreza, lo que ha convertido tales guerras en un problema mundial de primera magnitud.

En concreto, el conflicto palestino-israelí, que vuelve a estar de actualidad, se viene arrastrando desde que, a finales del siglo XIX, como respuesta a la ola antisemita que recorría Europa central por entonces, se organizó un movimiento de liberación nacional, denominado movimiento sionista, cuyo objetivo era la autodeterminación del pueblo judío y el restablecimiento de un estado judío en la antigua tierra de Israel, entonces ya Palestina. La colonización de Palestina por los sionistas contó con el apoyo de Gran Bretaña y EEUU, y culminó con la fundación, por expresa resolución de la ONU (resolución 181-II, de 1947), del Estado de Israel, en 1948.

Desde que la Tierra Prometida del judaísmo, localizada en la Palestina histórica, en cumplimiento de la citada resolución, quedó repartida en dos Estados, uno árabe (Palestina), y otro judío (Israel), se han sucedido numerosos enfrentamientos entre ambos que han devenido en un conflicto de muy difícil solución. El rechazo al Estado israelí por los palestinos fue y sigue siendo la madre de todos los males en esa región del Oriente Medio.

Si repasáramos continente por continente y país por país, para saber con cierta aproximación cuantos se encuentran inmersos en algún tipo de guerra o conflicto bélico, llegaríamos a la conclusión de que son demasiados los que, por el afán imperialista o la ambición desmedida de algunos sátrapas, las desigualdades y discriminaciones raciales, sociales, culturales, económicas… o los extremismos religiosos, o de cualquier otro tipo llevan tiempo enzarzados en una sinrazón que muchos quieren ignorar y otros azuzan.

La Carta de las Naciones Unidas, que es un tratado internacional que codifica los principios básicos de las relaciones entre los Estados miembros que integran la ONU (en la actualidad 193, más Palestina y la Santa Sede) entre otras muchas cosas, dice:

–«Es ilícito recurrir al uso de la fuerza contra otros Estados...».

–«El uso de la fuerza no constituye una manera aceptable de resolver las controversias entre Estados...».

–«En el supuesto de ser atacados, los Estados conservan el derecho a defenderse, individual o colectivamente contra los ataques que amenacen su independencia o su territorio...».

–«Lo referido no es aplicable a los conflictos armados internos...» que, dicho sea de paso, son la mayoría.

La responsabilidad de mantener la paz y la seguridad internacionales corresponde al Consejo de Seguridad de la ONU, al que incumbe cuando y donde se debe desplegar una operación para el mantenimiento de la paz allá donde pueda estar en peligro. El Consejo lo conforman 15 de los Estados miembros, de los cuales 5 se renuevan cada año, por un mandato de dos, y 5 son permanentes y tienen derecho de veto (China, Francia, Federación Rusa, Gran Bretaña e Irlanda del Norte y Estados Unidos), lo que quiere decir que cada vez que alguno de los miembros permanentes hace valer tal derecho, las resoluciones del Consejo «quedan en agua de borrajas», o sea, suspendidas.

¡Demasiada paja para tan poco grano…!

A lo largo de la historia, muchos fueron los que predicaron y lucharon por la paz y apenas consiguieron nada. Según está escrito, Jesucristo predicó la paz y acabó siendo crucificado. Otros y otras, anteriores y posteriores a Él corrieron similar suerte.

En la era moderna, muchas personas han luchado por la igualdad, los derechos humanos y la paz, y no pocas sufrieron lo indecible o murieron por ello: Nelson Mandela, Martin Luther King, Mahatma Gandhi, Malala Yousafdai, Rigoberta Menchú, Teresa de Calcuta, John Lennon, Dalai Lama, Bob Marley, Jane Addams…

Servidor, que se considera pacifista, es consciente de sus debilidades y limitaciones, como de las de la inmensa mayoría de los ciudadanos del mundo, sean de donde sean, para luchar por la paz y poder evitar las desigualdades y el sufrimiento exagerado que sufren millones y millones de seres humanos en las innumerables partes del planeta que están en guerra o en conflictos internos de todo tipo. Tal vez por ello cree que tiene que haber algo más allá de la muerte que dé sentido a la vida y, sobre todo, paz a los que no la han podido encontrar en la Tierra.

No a las guerras, no a la violencia, no a la corrupción, no al odio, por supuesto. Pero como, a la vista está, poco podemos hacer por evitarlas, sí a la libertad de expresión, sí al derecho a la vida, a la supervivencia y al desarrollo en paz de todos los seres humanos, y sí a la esperanza.

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