Casa Real

El día que el príncipe anunció su boda con mi profesora del IEPA

El 1 de noviembre de 2003 los medios recibieron un fax de La Zarzuela que convirtió el rumor de boda real en noticia

Los reyes recrean veinte años después su primer saludo en público.

Los reyes recrean veinte años después su primer saludo en público. / EFE

Armando Huerta

Una tarde, tal día como hoy hace justo veinte años, los españoles asistieron pasmados a una de esas bombas de la actualidad informativa que viralizan los mondadientes de bar, los secadores de peluquería y las faldas de mesa camilla. La Casa del Rey anunciaba el compromiso nupcial del príncipe de Asturias con la joven presentadora de la segunda edición del Telediario, Letizia Ortiz Rocasolano.

La condición social y civil de la novia, sin sangre azul, y su visibilidad a través de la pequeña pantalla generaron un debate periodístico y una expectación mediática inusitados. Al magnífico filón de comidillas y chismorreos y al ardor dialéctico de tertulianos partidarios y detractores añadió sal y pimienta el hecho de que Madrid no celebraba una boda de tal alcurnia y abolengo desde la que, casi un siglo antes, en 1906, había llevado al altar de los Jerónimos a Alfonso XIII y a la princesa Victoria Eugenia de Battenberg.

Aquel sábado, 1 de noviembre de 2003, se respiraba en las redacciones de muchos medios de comunicación una atmósfera extraña, cargada de contrariedad y latente incertidumbre. Se sentía la calma tensa que precede, a veces, al frenesí informativo. La víspera había saltado el rumor sobre un posible noviazgo de don Felipe, y la hija mayor de María Teresa Campos, Terelu, después de muchas dudas por ella confesadas, se había atrevido a deslizar el nombre de la periodista asturiana en Con T de tarde, el programa de Telemadrid que la popularizó.

Recuerdo que aquel sábado el subdirector de Informativos de Telemadrid, Isidoro Jiménez, madrugó y se acercó a los estudios de la Ciudad de la Imagen para pedir al equipo de periodistas de fin de semana, del que yo formaba parte, que, "por si acaso" saltaba la noticia, tuviésemos montadas unas colas.

Recuerdo que aquel sábado el subdirector de Informativos de Telemadrid, Isidoro Jiménez, madrugó y se acercó a los estudios de la Ciudad de la Imagen para pedir al equipo de periodistas de fin de semana, del que yo formaba parte, que, "por si acaso" saltaba la noticia, tuviésemos montadas unas colas. Esto es una secuencia mínima de imágenes que, llegado el caso, se pudiese reproducir en pantalla a modo de bucle con apenas un par de instantáneas y la célebre escena del heredero a la Corona y la periodista en el hotel Reconquista de Oviedo donde, unos días antes, las cámaras de Televisión Española habían captado su primer encuentro público con motivo de la gala de los premios Príncipe de Asturias.

Sepan los lectores que quien firma estas letras es consciente, y se disculpa por ello, de que el manual del buen periodismo consagra, como principio elemental, que el informador nunca sea la noticia, nunca robe protagonismo a los hechos y nunca se deje arrastrar por su particular marejada de vivencias personales. 

Dicho esto, y quizá porque conocía a Letizia, reconozco que viví con cierta incredulidad la posibilidad de que ese rumor cada vez más extendido se transformase en noticia. Cinco años antes, el Grupo Recoletos, donde yo trabajaba, había lanzado en Vía Digital el canal Expansión Financiera que, a través de una joint venture con los mexicanos de Televisa, conducía Carmelo Calvo, hoy director general de Relaciones Institucionales de Prensa Ibérica.

Con la actual reina como docente asistimos a unas clases eminentemente prácticas en las que ella, periodista de vocación, nos dio algunas claves de comunicación verbal y no verbal frente a cámara que después me resultaron de utilidad.

Recoletos cerró entonces un acuerdo con el Instituto de Especialistas en Periodismo Audiovisual (IEPA), que dirigía el padre de Letizia, Jesús Ortiz, para que jóvenes informadores como yo recibiésemos un curso de la mano de profesionales de la radio y la televisión como los periodistas Javier García de la Vega y Rafael Luque, el cámara Javier Durá, la locutora Marisol del Valle, tía abuela de la actual reina, con quien perfeccionamos la dicción, o la propia Letizia Ortiz, que había sido becaria en La Nueva España (Prensa Ibérica) y trabajaba entonces para la cadena estadounidense Bloomberg TV. 

Con la actual reina como docente asistimos a unas clases eminentemente prácticas en las que ella, periodista de vocación, nos dio algunas claves de comunicación verbal y no verbal frente a cámara que después me resultaron de utilidad. 

Coincidí con ella además, poco después, en la entrega del premio Larra de Periodismo, que recibió ex aequo -muchas veces se olvida- con mi amigo Javier Mayoral, uno de los periodistas más brillantes e íntegros con que he trabajado.

El caso es que ese día de 2003, hace dos décadas, quiso el destino que, como presentador de informativos en Telemadrid, yo fuese el primer periodista en contar a los espectadores el anuncio oficial del enlace real. El mérito de la primicia correspondió al entonces director general de Radio Televisión Madrid, Francisco Giménez Alemán, que había sido director del ABC de Sevilla y subdirector de la cabecera en Madrid y tenía acceso en Zarzuela a información de primera mano.

El príncipe Felipe y Letizia Ortiz se saludan en Oviedo en el año 2003

El príncipe Felipe y Letizia Ortiz se saludan en Oviedo en el año 2003 / TVE

A media tarde, contesté una llamada del director de Informativos, Alfonso García, para decirme que nuestro director general sabía que, en cuestión de un par de horas, la Casa Real iba a enviar un fax oficial -entonces aún se recibían las comunicaciones oficiales por fax- informando de la boda.

Confieso que no salía de mi asombro. Él me dijo: "¡Vamos a contarlo!" Y recuerdo que, como yo era el que iba a poner la cara, insistí: "Pero, Alfonso, ¿es cien por cien seguro? ¿lo tenemos amarrado?". "Lo sabe de buena tinta Giménez Alemán", me contestó. Suspiré y le dije: "Bueno, está todo preparado y todo el mundo prevenido. No te preocupes. Tan pronto como llegue ese fax, lo contamos".

"No te estás enterando, Armando", me contestó. "Vamos a interrumpir ya la programación y quiero que te metas en plató ahora mismo y empieces a contarlo con las imágenes que encargamos esta mañana". Tragué saliva y, con mariposas en el estómago, me metí en el estudio, como va el buey al degolladero, a contarle a los madrileños, en un acto de fe, sin tenerlo yo contrastado, que el príncipe Felipe se iba a casar con la presentadora de televisión.

Me senté en plató, se encendió el piloto y, con el íntimo y disimulado regocijo del periodista que se adelanta a los demás, lo conté. En muchos momentos, durante aquella retransmisión, recé cuanto supe por que ese fax llegase. Transcurrida al menos una hora y media de directo con las mismas imágenes en bucle y con un faldón en el que, por error, se leía Leticia con ‘c’, el dichoso fax finalmente llegó. Lo hizo con algunos minutos de retraso, pero llegó.

Con tanto alivio como alegría contenida, lo leí literalmente: "Sus Majestades los Reyes tienen la gran satisfacción de anunciar el compromiso matrimonial de Su hijo, Su Alteza Real el Príncipe de Asturias Don Felipe, con Doña Letizia Ortiz Rocasolano". El texto también decía que la petición de mano sería en la Zarzuela el 6 de noviembre y que la boda se celebraría a principios del verano de 2004 en La Almudena.

Como es lógico, nadie se acuerda de que, por méritos del director general, yo fui el primer periodista en contar el anuncio oficial, pero tiemblo al pensar cuántas veces, durante años, para mi sonrojo, habría sido "carne de zapping" si, por lo que quiera que fuese, ese fax no hubiese llegado nunca.

Telemadrid logró adelantarse a Televisión Española, que no interrumpió la película de José Manuel Parada en Cine de Barrio. Pero recuerdo también que nuestro especial informativo cortó en seco, durante el descanso, la retransmisión del partido de fútbol que enfrentaba al Rayo Vallecano y al Eibar. Nunca ofrecimos la segunda parte de aquel encuentro para enfado monumental de muchos vecinos de Vallecas, un barrio de Madrid no excesivamente monárquico, que aquella tarde colapsaron en señal de protesta la centralita de la cadena autonómica.

Nunca llueve a gusto de todos.