Crónicas de un paso de cebra

Trazos de una belleza en decadencia

El alma de Roma está hecha de luces y sombras

Concha Ventura

Concha Ventura

Vuelvo a Roma, la ciudad que está hecha de escenarios de sorprendente belleza, con un corazón de aire repleto de historias, palacios, fuentes de agua feliz, dioses y ninfas, basílicas, puentes y lugares donde los emperadores, que se creían los amos del mundo, forman ya parte del suelo que pisaron. Se les repetía insistentemente esta frase a lo largo de los desfiles triunfales, cuando regresaban de sus campañas: "Recuerda que vas a morir".

Siguen refulgiendo las teselas de los mosaicos bizantinos y el oro de las estatuas, donde se huele la historia de los hechos heroicos pasados, que apenas nadie recuerda, contadas también en gruesas columnas historiadas.

Las bigas y las cuadrigas, tiradas por veloces caballos vencedores, campean a sus anchas por los aires, sobrevolando edificios majestuosos donde los coches, la polución y también toneladas de basura que se amontonan en calles aceras y jardines, acompañan a la marea humana de turistas y peregrinos que acaban pisando la plaza de San Pedro, con soberbia columnata, que es considerada el abrazo más grande de la cristiandad, llegados de todos los lugares del mundo.

Fue ideada por Bernini, sobre el circo del sanguinario emperador Nerón, justamente donde fue martirizado el discípulo de Cristo, San Pedro.

Me acerco, una vez más, al Vaticano y al Castillo de Sant’Angelo, cuyo nombre entronca con leyendas antiguas, pues fue el lugar de enterramiento de un emperador, la Mole Adriana. Se llega a él por el puente del mismo nombre donde después se añadieron unos ángeles que llevan las "armas Christi" o símbolos de la pasión de Cristo.

A fines del siglo VI, el papa Gregorio Magno, durante una solemne procesión penitencial, para alejar la peste que afligía a la ciudad de Roma, tuvo una visión consoladora, que interpretó como el final de la pandemia, por eso mandó construir dicho castillo, apropiándose de un edificio profano que había perdido su significado y le añadió un pasadizo en la muralla que lleva al Vaticano.

Se cuenta que, según desfilaban por la ciudad, el aire se iba purificando y el papa al llegar al Mausoleo de Adriano, vio al arcángel San Miguel en lo alto del castillo de Crescencio, limpiando una espada ensangrentada y envainándola. Gregorio entendió aquello como una señal del final de la peste, como de hecho sucedió, de ahí su nombre actual, e hizo coronar el castillo con una representación del aparecido con las alas extendidas, el cual sufrió numerosas vicisitudes, el primero era de madera y se quemó en un incendio tras un asedio, el segundo de mármol acabó derribado por un rayo, que hizo estallar un depósito de pólvora del castillo y otro se hizo de bronce dorado, que fue fundido para fabricar cañones, luego le sucedió otro también de mármol y el actual es de Peter Anton.

Por la zona de la plaza Navona me pasé a ver al Pasquino, busto de una estatua colosal donde las gentes acostumbraban a pegar anuncios, avisos y libelos o panfletos críticos contra el poder. Ahora han prohibido que se pegue nada en él, ha perdido la nueva esencia que le otorgó la ciudadanía, que harta de la política, tenía en él una válvula de expresión callejera. Por allí está una de las mejores pizzerías del mundo. Todo abarrotado de gente y ruido, mucho ruido.

Y me acerqué a ver el Ara Pacis, el cual, tras siglos de abandono, afortunadamente ha sido restaurada. Richard Meyer, para evitar la polución, la ha cubierto con un edificio acristalado de líneas minimalistas muy conseguidas que permiten ver desde afuera, parte del monumento, que ya es visitable.

Fue dedicado a la diosa Paz, para celebrar y enaltecer las campañas del emperador Augusto, ya que no hubo guerras durante 15 años en el imperio en su mandato.

Es un espacio rectangular espléndido, rodeado de paredones de mármol historiados y en el centro se encuentra el ara de la diosa. Los frisos de las paredes que rodean a dicho altar están delicadamente decorados con adornos de flora y fauna de todo el mundo conocido en ese tiempo, también aparece un desfile del emperador y su familia acompañado de amigos magistrados y senadores en la parte más alta. Preside el cortejo el lictor o ministro de justicia, que era el encargado de inmovilizar y arrestar a quienes incurrían en falta o delito, y podían aplicar el castigo ordenado previamente por los magistrados, en el sitio que se había cometido.

Fuera de Roma vestían los lictores la túnica escarlata y portaban en el hombro los fasces, un haz de varillas de madera, atadas con una correa de cuero, de donde proviene la palabra fascismo.

Las varillas flexibles se rompían fácilmente por separado, pero unidas era imposible romperlas, simbolizando a su vez que, "la unión hace la fuerza".

Flanqueando sus puertas aparecen alegorías de la mítica fundación de Roma, y en lo alto de algunas paredes símbolos hindúes que recuerdan a las esvásticas.

Pude pasear por el barrio del Trastévere, por algunas de las callejas y callejones que eligió Fellini para su película La Dolce Vita y, por donde la princesa Audrey Hepburn aprendió a montar en Vespa con Gregory Peck en Vacaciones en Roma. Hablé con el jardinero que cuidaba de las plantas de dichas calles, que no era romano, sino brasileño.

Me acerqué a visitar la Basílica de San Pablo de Extramuros y la antigua fábrica de electricidad Montemartini, actualmente convertida en Museo, con piezas excepcionales. Me impresionó la estatua del sátiro Marsias, de mármol, colgado de la columna, tras ser despellejado por el dios Apolo, al enfrentarse con él en un concurso musical de lira, y aunque este tocó mejor que el dios, Apolo la tocó volteada, por lo que ganó la competición.

De todo esto, de luces y sombras y de muchas cosas más está hecha el alma de esta ciudad, que cuenta con miles y miles de escenarios de sorprendente belleza.

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