El ciervo Carlitos de Linarejos destripa lo peor del ser humano

Señores de la mentira, váyanse o quédense allí donde la mentira les proteja

El Ciervo Carlitos en las cercanías de Linarejos

El Ciervo Carlitos en las cercanías de Linarejos / Cedida

Julio Fernández Peláez

Julio Fernández Peláez

Señores de lo abyecto, dimitan. Dimitan porque la lección de ausencia de empatía es tan magistral que se ha convertido en un reclamo de odio hacia los animales, y por extensión, a la naturaleza, y por lo tanto: hacia nosotros mismos. Señores del asco, dediquen su tiempo libre a trabajar en una carnicería pero dejen el monte en paz, el monte no les necesita, el monte no es suyo. Señores de la mentira, váyanse o quédense allí donde la mentira les proteja, y no se molesten en decir la verdad, que la verdad ya la sabemos, es la verdad de los vecinos.

Al final os habéis salido con la vuestra, cierto, aún a costa de sembrar el pánico entre los habitantes de la Culebra. Mi hija me pregunta: ¿matarán también al ciervo que pasta en la era de nuestro pueblo todos los veranos? Espero que esta pregunta les resuene en los oídos, señores de los señoritos.

A ese ciervo de nuestro pueblo, en nada diferente al ciervo de otros pueblos, aún no le hemos puesto nombre, pero es igual, es el ciervo que se come las manzanas del ayuntamiento y que se pasea entre palo y palo de la portería al llegar el crepúsculo, para regocijo de habitantes y veraneantes sorprendidos.

La no muerte de Carlitos es una no muerte lasciva, fruto de la prepotencia y la soberbia. Es una no muerte porque es imposible que Carlitos muera, vivirá siempre en el imaginario de Linarejos. Es ya el símbolo de ese pueblo.

El mensaje, sin embargo, es claro: no tenéis derecho a decidir por vosotros mismos, habitantes de la soledad de los cotos de caza, auténticos propietarios de los terrenos; habéis de someteros, queráis o no, al vasallaje feudal de los que mandan, de los herederos de la nobleza y de la administración pública autoritaria, sorda como un piano en el fondo del océano. Nos dicen: recoger firmas, no es que sea delito, pero no es lo que esperábamos de vosotros, votantes desagradecidos, libertarios seguidores de Fuenteovejuna y de algún que otro comunero. 50.000 en tres días, ¿pero estamos locos? ¿Qué os creéis, que por salir en los periódicos vamos a dar marcha atrás y declarar a Carlitos no cazable? Estáis apañados, pueblerinos.

Carlitos, o el hermano o el primo de Carlitos, que todos se llaman Carlitos, luce sus cornamentas en el salón de un cazador que pagó por ellas como buen ciudadano unos miles de euros

Carlitos ha subido al Olimpo, y desde ahí nos mira con sus ojos tiernos, destripando lo peor del ser humano. Él no se esperaba esto, no se esperaba que de forma tan miserable se llegara a producir este golpe tan duro, no contra él, no contra su no cuerpo, contra su no vida, sino contra la no existencia de los lugares, de los paisajes, del tiempo.

Bambi nos destapó los ojos a toda una generación, Bambi, huyendo de la horrenda persecución de los cazadores antes de perder a su madre, nos vino a decir: lo siento, los salvajes son otros. Y ahí se produjo el despertar, la consciencia de estar en un mundo dominado por seres despreciables y llenos de maldad. Ahí se nos cayó la infancia a pedazos. Pero así es la vida, nos dijeron, y está bien que lo sepáis, que sepáis cómo somos.

Y ahora Carlitos, pero no este Carlitos, sino todos los Carlitos que son igualmente despiezados en mitad del monte con la presencia de quienes deberían perder el culo por defender el monte y no por colaborar en su degradación biológica, y en la degradación consiguiente de nuestra moral como espectadores, Carlitos, se ha convertido en un nuevo Bambi.

Carlitos, o el hermano o el primo de Carlitos, que todos se llaman Carlitos, luce sus cornamentas en el salón de un cazador que pagó por ellas como buen ciudadano unos miles de euros. Cuando abra las puertas de su casa a las visitas, se ufanará de haber sido tan afortunado, porque tener un Carlitos de 14 puntas es mucho. Tanto o más que conseguir unos marfiles de elefante.

Siento pena y vergüenza por lo que le están haciendo a la Culebra, primero fue autorizar la caza en zonas quemadas, y ahora esto. ¡Qué imagen estamos dando! ¿Pero en manos de quién estamos?

No sé ni tan siquiera si entre los cazadores habrá alguien que justifique esta barbarie. Da igual, en las próximas ganarán de calle, porque la gente olvida la enorme falta de sensibilidad, olvida que el desprecio hacia los sentimientos de las personas que aman la naturaleza es una de las cuestiones más deleznables hoy por hoy, tal y como vamos. O no, quizá esto no lo olviden nunca.

A Carlitos, a ese Carlitos que mataron, lo fueron a buscar el mismo día que se pedía su indulto, en Linarejos, el pequeño pueblo zamorano que con su altivo gesto, su dignidad y su osadía, está demostrando que pueden matar lo que más queremos, pero solo su carne. Lo más importante seguirá por siempre dentro, de los corazones, me refiero.

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