El uso indiscriminado de algunas palabras, como "joven" y "presunto"

Si se es mayor para unas cosas, también se debería ser para otras, como por ejemplo para elegir ser o no ser un delincuente

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Agustín Ferrero

Agustín Ferrero

Es evidente que la palabra "joven", ya sea utilizada como nombre o como adjetivo, va unida a una interpretación positiva de la vida: a la prestancia, a la fuerza, a la iniciativa, a la creencia en determinadas doctrinas, al límite infinito de los sentidos. Por eso, cuando alguien la utiliza no podemos por menos que pensar en algo bueno. A sensu contrario, deberíamos tener cuidado en no interpretarla así cuando se refieren a alguien ruin, vil o despreciable, máxime si la llegan a usar en sustitución de vocablos, como delincuente, ladrón o asesino. Porque el uso de la palabra "joven" es una forma como otra cualquiera de blanquear la mierda del individuo al que se están refiriendo.

En todo caso podríamos utilizar el término "joven" si lo acompañáramos del calificativo adecuado. Así podríamos decir el joven asesino o el delincuente veinteañero. Porque si solo decimos "el joven", a poco que nos descuidemos habrá alguien que llegue a pensar que se está hablando de alguien que se asemeja a los angelitos regordetes de Rubens, al filántropo Vicente Ferrer o a la madre Teresa de Calcuta.

El sustantivo "joven", según la OMS es el grupo de gente cuya edad oscila entre los 15 y los 24 años, que es el tiempo que se considera que media entre la adolescencia y la madurez. Y no hay que olvidar que son los 18 años los que marcan la mayoría de edad, esa en la que algunos se apoyan para reivindicar determinados derechos. Y si se es mayor para unas cosas, también se debería ser para otras, como, por ejemplo, para elegir ser o no ser un delincuente.

Cualquier día llegaremos a escuchar, a leer, o a ver a algún informador que, refiriéndose a los delincuentes, llegue a utilizar calificativos aún más edulcorantes, y llegue a decir de ellos algo así como "el adorable asesino", "el exquisito atracador" o "el sugestivo traficante de drogas". Tiempo al tiempo

Resulta indignante que se utilice el término "joven" para referirse a un terrorista o a un descuartizador. Pero así está la cosa. Y, según sea el color del medio que lo mencione, así lo definirá de una u otra manera, aunque, por mucho que lo presenten con el torso desnudo y la melena al viento no dejará de ser un asesino.

Cualquier día llegaremos a escuchar, a leer, o a ver a algún informador que, refiriéndose a los delincuentes, llegue a utilizar calificativos aún más edulcorantes, y llegue a decir de ellos algo así como "el adorable asesino", "el exquisito atracador" o "el sugestivo traficante de drogas". Tiempo al tiempo.

Caso similar y paralelo a esta manera de calificar a determinadas personas es el uso de la palabra "presunto". Lo mismo se utiliza para anteponerla al nombre de una persona que haya sido sorprendida robando por los espectadores del estadio Santiago Bernabéu, que a otra sobre la que solo pese una presunción de culpabilidad en forma de indicio. Habría que ir pensando en algún otro vocablo que pudiera definir los distintos grados de "presunto", algo así como presunto de primera, de segunda, o de tercera categoría, para saber si se trata de alguien que está muy pringado o poco pringado, o menos pringado, con relación al delito con el que se le está relacionando.

Ya sabemos que presunto es alguien imputado, que no ha sido juzgado, o a falta de sentencia firme y que, por tanto, no ha sido declarado culpable. Da igual que se cuente en el proceso con las declaraciones de los cien mil testigos del Bernabéu, porque no se trata de hablar de la justicia en sentido estricto, sino de justicia legal o burocrática, que es la que marca los hitos por los que han de pasar los procedimientos para que el sistema sea lo más garantista posible.

"No culpable" es otro de los términos que se usa para decir que un determinado delincuente no ha sido declarado culpable, aunque lo sea mas que Caín, por el mero hecho de que determinada prueba no haya sido obtenida legalmente. No se trata pues de que sea una prueba cierta, ni de que sea culpable o inocente, sino de que la prueba se haya obtenido con sello, firma y timbre móvil, como los que había hace algunos años para las cosas oficiales. También se utiliza el término "no culpable", cuando presumiéndose que sí lo es, las pruebas no se han considerado suficientes.

No es eso lo peor de los "no culpables", sino su festoneo posterior ante la información pública, una vez producida la sentencia, cuando presumen de no haber ido a parar a la cárcel. Y a poco que se descuiden, haciéndolo desde un trabajo de tertuliano, excelentemente remunerado, en algún programa basura.

Vivimos en una sociedad enferma, en la que a los que cumplen con las leyes se les obliga a dialogar, a ser comprensivos, a ceder en sus derechos, mientras que, a los que llegan a saltárselas a la torera, se les reconocen todos los eximentes y consideraciones habidas y por haber.

Son las ventajas, o los inconvenientes, según los casos, de un sistema garantista como el nuestro. Raro es el día en el que no aparece alguna noticia relacionada con algún delincuente habitual, en la que resulta detenido y puesto en libertad, al no haber sido sobrepasados ciertos límites, aunque lleve cometidas más de veinte acciones delictivas.

Mientras tanto, el jubilado al que le han sustraído la paga en el cajero automático, se aprieta, en ese momento, otro agujero del cinturón.

Eso no quita para que alguien adorne la noticia utilizando algún vocablo como "joven" o "presunto", para suavizar el hecho.

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