Devociones marianas en mayo

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Cartas de los lectores

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La Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra, es muy querida en todo el Orbe católico. Muchos pueblos la tienen por Patrona y su gente se llena de emoción cuando escucha su nombre u oye cantar su himno. La devoción a la Virgen se hace singularmente ostensible en mayo: en este mes primaveral, cuando las flores adornan la campiña y los pájaros alegran el ambiente con sus dulces trinos, suelen celebrarse animadas romerías en su honor y peregrinaciones a sus santuarios.

La devoción colectiva de los cristianos a la Virgen, se remonta a la Edad Media. Antes del siglo XII, existía el Tricesimum (treinta días, entre agosto y septiembre, dedicados a la Virgen). En el siglo XIII, aparece la costumbre de ofrecer flores a María en mayo; seguramente, impulsada por el Rey Alfonso X el Sabio, que, en sus "Cantigas de Santa María", quiso "trovar en honor de la Rosa de las Rosas y de la Flor de las flores", e invitaba a invocar a la Madre de Dios en su altar en el mes de mayo. En el XIV, los joyeros de París ofrecían a la Virgen una ramita de plata que llamaban “mayo”. En el XVI, la devoción a la Virgen se extiende por Alemania, y apareció el folletín de un monje, "Mes espiritual”"; mientras, en Italia, San Felipe Neri aconsejaba, a los jóvenes, la veneración a la Virgen en mayo especialmente. En el siglo XVII, ya se consideraba mayo como el mes de María, y, en el XIX, se hizo universal el "Ejercicio mariano del mes de las flores", y perdura. Pero no sólo en las parroquias se erige un altar especial a la Virgen en mayo y se hacen “las flores”; también, hay hogares marianos con un altar adornado de flores en mayo, y reza la familia ante él; la misma tradición, en las escuelas, hasta que ha quedado cortada en nuestros días por falta de libertad religiosa en la práctica.

La devoción a la Virgen llena el corazón de amor y de esperanza, y es fuente de gracias, milagros y favores. A Ella debemos acudir cuando parece que la vida no nos sonríe, cuando tenemos problemas y aún sin tenerlos: María Inmaculada es Madre de Dios y Madre nuestra, y, a una madre, los hijos buenos la aman y escuchan. Por eso, es tan importante invocar a María, tenerla por intercesora ante Dios. En diversas ocasiones y lugares, esta Madre buena se ha aparecido en la Tierra: unas veces, para traer consuelo (antes de subir al Cielo, al Apóstol Santiago en Zaragoza por bilocación; en Knock, Irlanda, acompañada de San José y San Juan Evangelista; en Zeitun, El Cairo, a cristianos y musulmanes), o para advertir de la necesidad de hacer penitencia y oración, en Lourdes y Fátima, por ejemplo.

Josefa Romo

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