El valor de la vida

Es lo más grandioso para preservar una especie demasiado amenazada

Rescate de una niña en Siria

Rescate de una niña en Siria / SERTAC KAYAR

Gerardo González Calvo

Gerardo González Calvo

Me parece bastante sensato elaborar leyes para proteger a los animales, las plantas y todos los seres vivos que pululan por doquier, porque todos formamos parte de la grandeza de pertenecer a los seres vivientes en la tierra. Ella nos acoge y nos proporciona los suficientes recursos para vivir gozosamente, aunque a veces nos empeñemos en devastarla por ambición o ignorancia o cuando se desencadena una catástrofe natural, como el terremoto del pasado día seis en Turquía y Siria.

Dentro de estas tragedias se producen a veces escenas conmovedoras. A mí -y supongo que a todo el mundo- me ha impactado y emocionado la imagen del rescate de una niña siria recién nacida bajo los escombros en la población de Jinderis. Estaba aún unida por el cordón umbilical a su madre, que falleció poco antes junto a su padre, tres hermanas y una tía suya. Entre tanta tragedia, esta niña representa la esperanza de una nueva vida humana, que los creyentes consideramos trascendental y única.

Nada que ver con la práctica del aborto, llamado eufemísticamente interrupción voluntaria del embarazo, o de la eutanasia, que se camufla con el envoltorio de muerte digna. Lo legalizado no es necesariamente ni moral ni ético. En el siglo XVII se promulgaron leyes para autorizar la esclavitud y la tortura, y aún existen para condenar a muerte a otro ser humano, que tanto aterra -y con razón- a quienes defienden el aborto y la eutanasia. En 1748 el barón de Montesquieu, afamado filósofo y jurista francés, publicó su celebrada obra “Del espíritu se las leyes”, en la que justifica la esclavitud. “Es imposible –asegura- que estos seres tengan alma”.

La niña siria rescatada en Jinderis fue antes nasciturus, pero la madre la protegió en su seno, a pesar de vivir en un país cuarteado por una guerra atroz desde 2011

Con razonamientos similares se han justificado crímenes tan horrendos como los cometidos en Ruanda entre abril y junio de 1994, tachando previamente a los adversarios de cucarachas. Una vez deshumanizados, el asesinato no se consideraba un crimen.

Con el argumento de que el nasciturus no es persona se ha dado vía libre al aborto en casi todos los países europeos. Al que va a nacer se le niega así el derecho a la existencia, como se le negaría la posibilidad de ser espiga granada a la simiente de trigo, si se arranca poco después de asomar los primeros brotes.

La niña siria rescatada en Jinderis fue antes nasciturus, pero la madre la protegió en su seno, a pesar de vivir en un país cuarteado por una guerra atroz desde 2011. Quizá se planteó, al quedar embarazada de su cuarto hijo, si no sería mejor abortar, dadas las circunstancias de un país asolado por tanta devastación bélica, pero la realidad es que no lo hizo.

Hay millones de mujeres como esta en los llamados países del Tercer Mundo para quienes la descendencia es el mayor valor de su vida. Suele divulgarse que esta explosión demográfica es un freno al desarrollo y la causa del hambre. No es cierto. En España, por ejemplo, descendió drásticamente la natalidad al mismo ritmo que aumentó el nivel de vida en la segunda mitad del siglo pasado, sin necesidad de implementar una planificación familiar.

La vida de un ser humano, sea nasciturus o persona, en el seno de una familia rica o empobrecida, es lo más grandioso para preservar una especie demasiado amenazada.

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