Buena jera

“Corre, hijo mío, que viene la Patria”

La semana de la Constitución no ha servido para serenar ánimos ni lograr consensos

Congreso de los Diputados

Congreso de los Diputados / Óscar J.Barroso - Europa Press

Luis Miguel de Dios

Luis Miguel de Dios

Esta semana de la Constitución me ha dejado muy mal sabor de boca. Y eso que lo ocurrido no me ha pillado por sorpresa, sino todo lo contrario. Temía algo parecido. Las posturas están tan crispadas, tan radicalizadas que lo raro hubiera sido algún tipo de consenso, de acuerdo, de acercamiento. Es terrible tener esta sensación, y tener que escribirlo así, precisamente cuando todos (o la inmensa mayoría) deberíamos estar unidos en torno a una fecha clave en la Historia de España. Sin embargo…

Las broncas parlamentarias y sociales me llevaron a recordar aquel 6 de diciembre de 1978, el día del referéndum constitucional. Como redactor de El Norte de Castilla, recorrí gran parte de la provincia de Valladolid, y algo de la zamorana, para comprobar in situ lo que estaba sucediendo. Acompañado por el fotógrafo Patricio Cacho, viajé por parte de Tierra de Campos, Tordesillas, Medina del Campo, algunos pueblos de la Guareña y Olmedo. En todos ellos palpamos un ambiente de normalidad, de tranquilidad, de esperanza. Las gentes con las que hablamos querían dejar atrás divisiones y enfrentamientos cainitas y empezar una nueva e ilusionante etapa. Si había habido acuerdo en el Parlamento para aprobar la Constitución, ¿por qué no podía haberlo en una sociedad que casi acababa de salir del franquismo y que ya había votado en junio del 77 en las primeras elecciones libres en muchos años? Había también mucha incertidumbre, claro que la había, pero, por lo que escuché ese día, se imponían los aspectos positivos. Lo que detecté en aquel viaje iniciático fue similar a lo sucedido en toda España, donde apena hubo incidentes dignos de reseñar.

La Constitución se blande para atacar al rival, ya convertido en enemigo, no para proteger derechos y libertades. Y se retuerce para apoyar argumentos

¿Qué ha pasado en estos 44 años para que ahora andemos a estacazos dialécticos, insultos, descalificaciones y hasta amenazas verbales?, ¿en que nos hemos convertido?, ¿alguien pudo adivinar en aquel ambiente de alegría y euforia que cuatro décadas y media después podrían venir espectáculos como los contemplados recientemente nada menos que en el Congreso de los Diputados o en el Senado, templos de la soberanía popular? Creo que no. Que todos (o casi) estábamos convencidos de que no habría marcha atrás, de que la convivencia aquí no caería tan baja como ha caído. Y así ha sido durante muchos años, con alternativas de gobierno, con cambios, con nuevas (y polémicas) leyes, pero sin llegar, salvo alguna mala excepción, a lo que se ha llegado ahora. ¿Cómo explicarlo sin que esas explicaciones no contribuyan a agrandar el abismo político en el que nos hallamos?

Hago la pregunta anterior porque parece ser que nadie tiene la culpa de nada. La culpa es del otro, del de más allá, de Maroto el de la moto, del lucero del alba. Y si intentas razonarlo, se ahonda la brecha. Todo el mundo conoce a los responsables, que, evidentemente, no son los suyos, sino los de enfrente. Y da la impresión de que, además de eludir las propias responsabilidades, los políticos, y más los partidos, lo fían todo a las urnas y, de momento, a las encuestas que marcan programas y actuaciones. El bien común, el progreso, los avances, quedan en un segundo lugar. Lo vital son los datos demoscópicos, los porcentajes, las tendencias, las coaliciones. Y, faltaría más, las tácticas, las estrategias, las decisiones que se toman en nombre, ¡ay! de la Patria.

Quizás por eso y por lo que significa me he acordado de la frase que da título a este artículo: “Corre, hijo mío, que viene la Patria”. Y es que, visto lo visto (y sus trágicos antecedentes) en nombre de esa Patria, que tendría que ser acogedora, abierta, amparo de la convivencia, se han cometido, en todo el mundo mundial, tantas tropelías que hay que alertar al hijo para que se ponga a salvo. Bueno, pues, con la Constitución está ocurriendo algo similar. Se esgrime para justificar cualquier actuación, postura o acusación. La Constitución se blande para atacar al rival, ya convertido en enemigo, no para proteger derechos y libertades. Y se retuerce para apoyar argumentos. Y si no es la Constitución, vale otra cosa. Veamos lo sucedido en Murcia tras el España-Marruecos. El PP criticó al ayuntamiento socialista porque la fachada de la Casa de Aguas lucía los colores verde y rojo, los de Marruecos. Eran los mismos de otros años, incluso cuando gobernó el PP, pero dio igual. Lanzó el bulo una fundadora de Vox y los populares se tiraron a la yugular del alcalde, José Antonio Serrano, sin informarse, sin comprobar nada y sin reparar en el ridículo que estaban haciendo. La Patria les exigía defenderla a tope, incluso con mentiras.

Si cunde el ejemplo, habrá que tener cuidado con la bandera zamorana.

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