Todos los días, en algún punto del mundo, se libra una batalla por la dignidad o la libertad. Y salvo en las grandes epopeyas de la historia, las batallas suelen ser entre desiguales. Los iguales tienen mucho cuidado de no enfrentarse entre ellos porque ambos podrían salir muy malparados. Lo que está ocurriendo en Ucrania con la amenaza del nuevo zar de la gran Rusia es otro de esos momentos en que el pez grande intenta comerse al chico. El macarra del barrio amedrentar al vecino. El abusón del colegio tratando de evitar que el débil escape de su destructiva influencia.

Cuando Putin mandaba en el KGB, Ucrania era país sometido por la bota feroz del comunismo, como los países bálticos, como todas las naciones encerradas tras el telón de acero de la tiranía soviética. Apenas el muro de Berlín fue derribado por el afán de libertad de los alemanes del Este, como en un castillo de naipes, el resto de pueblos sometidos fueron liberándose uno a uno y la Unión Soviética quedó reducida a la gran Rusia. Así se mantuvo todo en la vieja Europa hasta que el omnipotente presidente, quiere ser el nuevo zar de una red de pseudodemocracias controladas por títeres.

Ocurre, sin embargo, que el que un día ha estado oprimido hasta límites inhumanos, una vez consigue evadirse de la opresión no quiere volver a recibir el abrazo del tirano. En 2014 tropas rusas entraron con toda la facilidad en Ucrania con la excusa de la protección a la parte de la población ucraniana rusófona ubicada fundamentalmente en el Este del país y el objetivo real y exitoso de controlar la estratégica península de Crimea. Ahora un contingente inmensamente más grande de tropas se alinea en la frontera entre ambos países.

La amenaza ya no es latente sino expresa, pero no está tan claro si se prevé una invasión o es solo el chantaje a Ucrania y al conjunto de Occidente para coartar la libertad de su país vecino. Rusia sabe que Ucrania se ha rearmado notablemente desde 2014 para que nada pudiera volver a ser igual. Y, sobre todo, Ucrania se ha rearmado moralmente. Sus ciudadanos, incluida la mayoría del tercio que habla ruso, no quieren perder su democracia. No quieren volver a caer bajo el oscurantismo de los sucesores del comunismo. No están dispuestos a dejar pisotear su dignidad como personas, familias y pueblo. Conocen de sobra cómo es eso, ya lo sufrieron de manera indecible.

Los ucranianos están dispuestos a resistir casa por casa ante la invasión. Como partisanos. Ante ese escenario Putin duda, no por la presión internacional, en la que Alemania y Francia -sus gobernantes más bien- no prestan especial ayuda para no perder los beneficios del gas ruso y Biden muestra debilidad en política internacional, sino porque a pesar de su fuerza mastodóntica sabe que no se puede doblegar a un pueblo si su espíritu resiste y lucha. Desde David y Goliath sabemos que no siempre el grande vence al pequeño si éste no se entrega sin más a su supuesto fatal destino.

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