El expresidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, no se ha cortado un pelo a la hora de elogiar a Otegi. Podía haber elegido a cualquier otro miembro de la res política que no tuviera el pasado escabroso que tiene el político abertzale. Si hasta el PNV ha censurado los elogios de Zapatero, recordándole por boca de Aitor Esteban, "que fue un miembro de ETA". No sé qué sacará Arnaldo Otegi de la loa del ex. Hay una cita muy conocida que reconoce: "Es malo ser loado de los muchos necios que en el mundo son". Últimamente son muchos los necios que se prestan a aupar al político de EH Bildu. No tanto por su actitud democrática, como por intereses bastardos, por ir a la contra o, directamente, por jorobar al prójimo representado en las víctimas de la barbarie etarra que este señor aplaudió tantas veces.

Marcelo Bielsa sostenía que "Los elogios debilitan, sobre todo cuando son exagerados y describen como definitivas las circunstancias que son parciales". Viene como anillo al dedo esta consideración porque el elogio de ZP a Otegi es exagerado y las circunstancias que lo originan son parciales. Me explico, el ex ha afirmado que cuando se gestó la tregua con ETA la contribución del político vasco fue "decisiva" para "Poder ver el final de la violencia". Por eso estuvo en la cárcel, por su contribución a la paz. Que se lo pregunten a las Asociaciones de Víctimas del Terrorismo, están que trinan con razón. Parece que no estuvieran dispuestas a pasarle una más a ZP.

Si es verdad que el elogio es "la alabanza de los méritos y cualidades positivas de una persona, un objeto o un concepto", que alguien me diga dónde están los méritos y cualidades positivas de Arnaldo Otegi. Ni méritos entonces, en pleno fragor de la batalla, ni ahora. En cuanto a cualidades positivas, hay que tener mucha fe o ser un santurrón para verle alguna. Concluida su etapa anterior, ha comenzado una nueva que no presagia nada bueno. Está pidiéndole a los vascos que se apunten a la "gimnasia" callejera, para calentar su gran objetivo: la autodeterminación del País Vasco. Con las armas no lo consiguieron. Con la palabra, que no es de ley, tampoco si nos atenemos a la letra de la Constitución, a la unidad de España que nos hace más fuertes frente a los riesgos exteriores. Sólo que los riesgos están en el interior.

Otegi no fue en ningún momento un político decisivo o me han engañado quienes en aquellos años del plomo lucharon a cara descubierta y con los que me he puesto en contacto por si la apreciación de ZP era compartida por los que sobrevivieron. Todos han coincidido en rechazar semejante apreciación. Hay cosas de Rodríguez Zapatero que nunca entenderé. Como por ejemplo que ahora salga con esas, justificando lo injustificable, defendiendo a quien no tiene defensa alguna. Según el ex "todos los partidos políticos señalaban que cuando ETA dejara las armas jugarían en el juego democrático". Ya se ve. Ahora ya no empuñan las armas porque se cerró el santuario francés, porque en Europa no tienen cabida, porque no tienen buena prensa ni donde antes la tenían, pero siguen yendo a lo suyo: la independencia del País Vasco.

Hay que recordar que Zapatero se reunió, no con el Dalai Lama, sino con Otegi en 2018 para conocerse, alegando que le transmitió que tenían que "asumir la culpa" y "sentirse mucho más cerca del dolor de las víctimas". Ni lo uno ni lo otro. Son deseos fallidos que no hacen mella en la piel dura como un caparazón de Arnaldo Otegi. Esta gente nunca va a asumir su parte de culpa que se extendió como una mancha de aceite por la democracia española, como tampoco empatizarán nunca con las víctimas, cerca del mil en las muescas de sus nueve milímetros Parabellum. Pero eso parece ser lo de menos para un elogioso Rodríguez Zapatero.