Elecciones tocan. Y visto el panorama, poco menos que a rebato. Dentro de las democracias europeas, actualmente en su forma tardía y degenerada de socialburocracias, las elecciones no pasan de teatro y rito.

En un auténtico sistema de libertades, a los comicios concurren fuerzas políticas que representan a individuos y clases activas, defendiendo sus legítimos intereses. Lo privado, la propiedad, el trabajo como responsabilidad y patrimonio propio, es lo que se dilucida a través de la elección y la representación.

Ello con un Estado neutral, cuyo cometido es mantener la paz pública y garantizar la independencia de las instituciones, conforme a lo dispuesto por la ley de todos los ciudadanos, no de un grupo o secta que se arroga patentes de corso democráticas. A día de hoy, nada de esto puede esperarse de las socialburocracias, donde las únicas fuerzas, no propiamente políticas, son facciones sociales y sindicadas como grandes grupos de presión. Sectores interesados que pugnan entre sí por el reparto desigual y en beneficio propio de recursos que incontables aparatos del Estado, en manos de una burocracia no menos insaciable, extraen vía impuestos de las clases activas y propietarias, para distribuirlos con criterios abiertamente discriminatorios bajo excusa de lo social, así como de las ideologías más peregrinas y fanáticas que cabe imaginar.

Todo lo cual es perversión y antítesis de la democracia y el sistema representativo. Lisa y llanamente, es totalitarismo camuflado bajo formas de momento aparentemente inocuas, pero desde el empeño como siempre en tomar el poder, no menos que en sentar, predicar e imponer doctrina sobre cuestiones de opinión, enseñanza, creencia y pensamiento.

O sea, inquisición y dogma puro y duro. En versión bananera aunque no menos peligrosa, socialchavismo degenerando, si ello es posible, en la variante chusca y chabolesca de madurismo.

"¡Exprópiese!"

Realmente, las clases medias españolas, activas y propietarias, merecen algo muy distinto. Y si no, a pensar en lo suyo y propio.