Termina la Semana Santa y nos quedan impresas en la sarga del alma -como la Santa faz en el paño de la Verónica -esas imágenes cargadas de dolor y dramatismo que ya forman parte del museo personal y colectivo que representa buena parte de lo que "pesa" y significa nuestra fe.

Pronto llegará la celebración de Pentecostés: el punto de partida de aquel pequeño colectivo de creyentes que seguían teniendo a Jesús por profeta, Maestro, y al mismo tiempo un amigo del que no querían perder noticias. Si con la Pasión comenzaron las penalidades del Maestro, ahora empezaban las de ese puñado de discípulos cuyo futuro personal tornaban a ver cada vez más claro, pero no más fácil.

Las primeras reuniones fueron organizadas tanto para protegerse como para organizarse unidos. Los ritos de celebración que practicaban esos primeros cristianos aún eran mayoritariamente los del Templo judío, y prácticas judías se siguieron haciendo, como la circuncisión, no sin polémica. Pero los Hechos de los Apóstoles ya relatan las primeras celebraciones sin otra liturgia que la de reunirse para comer juntos en memoria del Señor. También esto hubo que regularlo pues se aprovechaba ,a veces, para pasarse con la comida, olvidando la razón santa que la motivaba. La evolución de los acontecimientos, con el incremento de nuevos cristianos, en medio de la persecución, hizo posible poco más de un par de ritos, tales como el bautismo y el ágape eucarístico, del que los Hechos y San Pablo nos dan cuenta, junto con la lectura o el recuerdo de lo que dijo Jesús. Pero antes de la redacción de los evangelios corría de boca en boca el relato de la vida y muerte del Señor, y el de sus enseñanzas y parábolas. Al principio no se celebraba la Pasión, ni siquiera los cristianos se identificaban con el signo de la Cruz. El pez y el crismón fueron antes, signo y símbolo de creyentes cómplices en la semiclandestinidad. Nada de cruces ni calvarios.

Nosotros nos hemos inventado la semana Santa como fiesta y rito.

En los orígenes del cristianismo ni uno ni lo otro tuvieron lugar. Entonces por qué nosotros repetimos y celebramos un capítulo de la historia de Jesús que los más próximos a él en el tiempo, externamente no celebraban? La muerte ignominiosa de Jesús, puesta en escena, más que atraer podía suscitar desconfianza en los posibles conversos. De modo que al principio, la liturgia piadosa se reducía prácticamente al ágape eucarístico que incluía, como hoy, la celebración de la muerte y redención del Señor. Lo demás quedaba dicho en los evangelios. Pero en éstos, la mayoría de lo que Jesús predica (las parábolas sobre todo) son para gente del campo y de la mar. Y aquí llegamos a nuestros ancestros, abuelos y tatarabuelos, que leyeron impresionados los evangelios de la Pasión y vieron a un hombre que venía del campo ( Simón de Cirene) y le cayó el marrón de cargar con la Cruz de un pobre hombre condenado injustamente. Creo que mis parientes y los de ustedes encontraron en esta escena el arranque de la Pasión, en "pasos", que repite el camino del Calvario, años tras año, desde hace siglos por las calles de Zamora y provincia. Lo que es extensible a toda España. Y no es difícil encontrar su punto de partida, su reflexión lógica y teológica, tras ver la renuencia de aquel labrador cansado que venía del campo y fue forzado a llevar el madero de Jesús , que probablemente ya no se tenía en pie. Aquí me aventurero a poner los propósitos no escritos de aquellos labradores de antaño para enmendarle la plana al cirineo:

"Ahora te van a sobrar brazos, Señor nuestro, porque con los tuyos clavados nos salvaste". Esta pudo ser la frase y la plegaria, "el santo y seña" de todo lo que vino después.

Tu cargaste con nuestras culpas, nosotros cargaremos contigo. Tu fuiste a la muerte como un paria, pero nosotros vamos a llevarte en trono como a un rey, sobre mesa ricamente labrada. Te pasearon con burla. A nuestros hombros irá subida tu misericordia.

Conservo el Rosario de penitente de mi abuelo, que tantos años hizo descalzo "La carrera" del Jueves Santo en Villarrín; del mismo modo que entró en la ermita de Pajares venerando a su Santa Madre, la Virgen del Templo, como ha venido siendo tradición.

Ya lo dijo San Agustín: "Oh feliz culpa, que mereció tan grande Redentor!".

Bien merece quien murió por nosotros, lo que venimos haciendo con tanto arte como orgullo, con sacrificio y amor.

Bendita tradición.