Quiso el invierno ponerse bonito y el azar que retrasara la salida de mi ciudad, o viceversa. Precavido de la nieve, el coche y la carretera, amanecí con la luna, aunque no antes que algunos barrenderos que, solitarios y mirando entretanto al último alcance, barrían. Me pregunté qué barrerían y quise pensar que lo que barrían eran sus propias lágrimas, lastimados porque otra vez, tras la navidad, Zamora se vaciaba. Esa era mi estampa. Niebla, frío y rocío por las mejillas de los que barren.

Aunque digan aquello de que uno no es de donde nace sino de donde pace, yo me resisto. Y, que conste, Madrid es buen abrevadero. Pero Zamora es mi ciudad. Y no solo la siento mía porque la lleve en el tuétano, sino porque es la tierra en la que nació mi padre que aunque lo conocí en esa condición, una vez fue niño; y la de mi madre a la que también, alguna vez, mis abuelos le calzaron unos zapatitos de la talla 27. E incluso mis propios abuelos, a quienes reconozco en mi memoria arrastrando los pies torpemente e insistiendo en la felicidad de sus nietos, decidieron anclarse a esta tierra. Todo ello me vincula a Zamora de una manera atávica y, claro, de la raíz profunda es difícil desprenderse.

Cuando un hombre alcanza su madurez, quiere volver a su raíz. Desea regresar al lugar al que arraigó cuando niño. Pienso mucho en el vínculo entre abuelos y nietos y no creo que sea casual. Es ese un amor diferente. Algo parecido a abrazar nubes algunas veces y, otras, a rebozarse en barro. Amor incondicional, pero también gamberro. Furtivo. Una relación a veces frenética ¡A ver cómo nos las apañamos mi nieto y yo para burlar a su madre y hacer lo que nos dé la gana!

Y dicho esto, me pregunto: ¿quién volverá a Zamora cuando viejo? ¿Qué niños llegarán para ver a esos abuelos y contar cigüeñas? ¿Quién habitará Valorio? ¿Cuántas manos entrelazadas recorrerán la ciudad, itinerantes, en busca de procesión? ¿Quién mirará la Catedral desde el otro lado del puente? ¿Quién barrerá sus propias lágrimas porque nos fuimos de nuevo? Pero, sobre todo, ¿quién se pregunta si alguna vez volveremos? Y es que quizá un día, muchos no vuelvan y, entonces, no tendrán por quien llorar los que barren. Porque yo alguna vez he querido irme de Zamora como quien se va. Aunque de momento, en vano.