Cerecinos de Campos celebró este fin de semana el certamen, convocado por Espigas (Federación de Asociaciones Culturales zamoranas de «Tierra de Campos», del Pan, Lampreana, Norte Duero) de Canción Tradicional.

Cerecinos para mí es un pueblo lleno de evocaciones: allí tuvieron casa y fábrica de aguardiente «Los Modroños», de niño pasaba días; allí fue mi primera escuela, de aquellas bodegas saqué orujo; allí, en el baile de la boda de Rafa y Julita, pasé con Sarita invitada, en el esplendor de nuestros 18 años, una noche inolvidable, dando «dentera» a los mozos del pueblo; allí, cuando éramos más jóvenes, en la bodega de los Miranda, por San Antonio, tuvimos gloriosas noches de risas; allí iba a ver a Cres a casa de Julines; por la fiesta no me perdía los partidos de pelota.

Ese pueblo de Campos, tan peculiar ha inspirado mis relatos «El negrillo de la iglesia» y «La siega». No podía perderme el festival.

Y disfruté: habían montado el escenario junto a la pared del frontón, el «juego de pelota», escenario de las hazañas de Goyo «El Chufas», de «Chamarreta», de «Mimí»; de «Leo», de «Simines», del «Litri», de «Raposo»... ; oficiaba la ceremonia con su gran profesionalidad María Luisa Gallego; patrocinaba y llenaba de carteles el faldón del escenario Caja Rural; allí estaba el jefe Cipriano; le acompañaba Esteban, exgerente de Adri-Palomares, alma de «Espigas», y el diputado de la zona, alcalde Villafáfila, un muchacho que me cae muy bien; ni un político más (pues no me gustaría coger a Cañete por banda).

Actuaron grupos de Revellinos, Villalba, Manganeses, Torres, Moreruela, Monfarracinos, Coreses, Fresno, Gallegos, Belver, Villalpando y Cerecinos. Los grupos casi exclusivos de señoras, y mayores; sus canciones son el grito de los pueblos que se resisten a morir. Unas con el traje regional, otras con vestido azul, atreviéndose, todavía, a lucir pantorrilla; las de Cerecinos de largo, muy elegantes; a las de Villalpando, como las tengo tan vistas, casi no me fijé, disfrutando con su «Carbonero» e «Inés». Además tenían cuatro recias voces varoniles: David, el de Biomaser, Alejos, «Palomo»; Antonio (descendiente de Cerecinos, el pueblo de «los Calduveros») y Tomás Infestas. Marcaron la diferencia.

Lo más bonito fue el broche: cuando el grupo «Ceres» cantaba la jota, ¿«Qué tienes con san Antonio»?, la bailaban un grupo de niñas del pueblo al que la «diosa» le dio su nombre, y las había nietas de las cantoras...

No me quedé al refresco. Regresé a la villa. Me la encontré llena de preciosos corceles, jinetes, amazonas, sevillanas, faralaes, botos, viseras, trajes, de corto... Vamos, casi, casi con el «Real» de la de «abril», en mayo. No, casetas no tenemos, pero sí los muros y el ábside mudéjares, aún en pie, de Santa María.

De todos modos, si me dan a escoger me quedo con lo de Cerecinos.