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Al grano

¿Es usted empático y coherente?

La polarización nos está estrangulando

¿Es usted empático y coherente?Foto de Víctor

Es el mal de estos tiempos de extremos identitarios cada vez más afilados. La falta de empatía está engordando la polarización en España (también en el mundo, eh, que no se libra nadie, pero aquí en esto estamos muy arriba) y alimenta los sectarismos, reconvertidos en populismos con olor a almizcle. Uno, periodista, siente vergüenza de algunos de sus colegas de profesión, más identificados con la ideología del partido de turno que con el ideario de defensa de la verdad que se supone faro de este santo oficio (en minúsculas).

Nadie sale a la calle con pancartas para decir “basta”, a pesar de que hay ciudadanos (haberlos, haylos) que están hasta ahí de que desde redes sociales, medios de comunicación y tribunas de toda laya, más visibles las políticas, se incentive el enfrentamiento, la agresividad y la mala baba utilizando un aspersor de medias verdades o mentiras sin contrastar, que se nutre del pozo sin fondo de la ideologización, ese que presta agua a conveniencia para pagar los servicios prestados y que cuando conviene responde como Quinto Servilio Cepión a los capitanes que mataron a Viriato: “Roma no paga traidores”.

La empatía debería propiciarse en los colegios de donde salen, cada vez más, humanos individualistas y egoístas, amantes adictos hasta la enfermedad de la globalización tecnológica. No se lleva eso de identificarse con los demás e intentar compartir sus sentimientos. Y si añadimos otra necesaria condición para vivir, la coherencia, o sea la actitud lógica y consecuente con los principios que se profesan, el número de oficiantes con sentido común queda reducido a la mínima expresión.

Empáticos, coherentes, honestos, buenos y capaces de ver la viga en el ojo propio, así deberíamos ser. Hay profesiones en las que estas cinco cualidades tendrían que ser obligatorias para obtener el carné al uso. Entre ellas aquí van cuatro: políticos, jueces, periodistas y servidores públicos en general, aunque estos valores deberían ser propios de todas las profesiones y aureolar todos los comportamientos humanos.

Pero, claro, ya sé, ya sé, lo que ustedes están pensando ahora y la pregunta que me hacen: ¿Acaso tú, que das lecciones de ética y moralidad a diestro y siniestro, eres empático y coherente? No, bueno, no lo sé. Lo único que sé es que lo intento. No sé si es mucho, pero es la verdad. Déjenme que pregunte yo ahora: ¿Ustedes, los pocos que han llegado hasta aquí leyéndome, también lo intentan? Si la respuesta es un “sí” mayoritario, bajaré el telón a gusto. Y si es un “no”, pues eso, perdiz muerta.

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