Creo suficientemente comprobado que las elecciones generales del 20 de diciembre de 2015 fueron un completo desastre. Sembraron la confusión en la ciudadanía de tal manera que no se ha desenredado la madeja ni parece que vaya a desenredarse en breve tiempo. Los votantes no pueden estar satisfechos con las soluciones que ofrecen los políticos responsables de la situación. En el mejor de los casos -el mejor, porque solo entrarían en la composición tres partidos- los votantes del Partido Popular, los de Ciudadanos y los del PSOE tendrían que aceptar un gobierno con propuestas de otros dos partidos. En la solución ofrecida por Podemos y muy meditada por el PSOE, se encontrarían en la combinación una multitud de votantes que deberían aceptar lo que convinieran otros 12 (?) partidos. Está reconocido que las mayorías absolutas no son buenas; pero lo que ha resultado, a pesar de la diferencia entre el partido más votado y el siguiente es grande, es mucho peor que cuando se da la mayoría absoluta, si esta, como ocurre en nuestro país, es la única manera de salir claramente un ganador, que no tendría la victoria asegurada ni siquiera a falta de un escaño (ya ha ocurrido varias veces).

Hay que reconocer una cosa buena a la situación actual: los partidos se han manifestado de tal manera que hoy conocemos los pros y los contras de cada uno de los contendientes. Para acertar, solo hay que fijarse bien y aplicar el sentido común; el error es menos posible, porque puede evitarse con facilidad. Sin pretender ser exhaustivo en la materia, yo veo de esta manera la realidad de los principales partidos:

El Partido Popular tiene algunas cosas a favor: En Economía ha logrado bastante en cuanto a salir de la crisis; ha ganado la confianza dentro y fuera del país en beneficio de la inversión. Y el día 28 hemos comprobado la eliminación de gran número de desempleados, principal lacra de nuestra sociedad (y de bastantes países). Ventaja, pues, en Economía y en el problema del paro. Tiene en contra el asunto de la corrupción: porque se han dado en él muchos corruptos y, si bien ha ejercido dureza para castigar, ha sido poco diligente en averiguar conductas reprobables. También, en este terreno, ha dejado de conocer casos en los adversarios y no se ha molestado en airear los que se han conocido. En esto -como en otras cosas- ha ido demasiado "de bueno" por la vida. Aquí los adversarios le han comido el terreno.

El PSOE ha sabido en sus largos años de mandato mantener España unida y bastante tranquila. No ha sido tan bueno en Economía: tanto Aznar como Rajoy han encontrado la Economía bastante deteriorada. En la memoria de cualquier español tiene que estar muy vivo el recuerdo de la situación que nos dejó el gobierno del señor Zapatero. Todos los gravísimos apuros que hemos debido sufrir (y sufragar) en estos cuatro años del mandato popular han sido el resultado de la pésima gestión económica del PSOE en años anteriores. En cuanto a la corrupción, hay que agradecerle lo bien que ha sabido descubrir y airear los casos de corrupción en el Partido Popular; lo que no es tan ejemplar es la comisión de tales delitos en sus votantes, el silencio al que los ha sometido y haber aprovechado -tal vez en exceso- los momentos electorales para mostrarnos los casos del Partido Popular. El reciente caso escandaloso de Valencia, ¿ha sido tan oscuro para el PSOE como para el PP, para no haberse descubierto antes? Otra cosa: ¿Es razonable negarse incluso a escuchar?

De Ciudadanos, aunque no hay nada en contra que atribuirle, no es muy laudable su situación indecisa en el momento. Parece que atinó el señor Iglesias cuando dijo que : "el señor Rivera no es de derechas ni de izquierdas, sino de quien le interese". Parece indeciso entre apoyar al señor Rajoy, aunque sea con abstención, o al señor Sánchez.

Y el líder de Podemos lidera tal multitud de partidos que ahí se encuentra todo lo que se pueda suponer: secesión, independencia, antisistema, desobediencia? Parece que todos los demás partidos están de acuerdo en rechazar a Podemos.

Todo lo anterior nos pone en tal situación para elegir que, dada la gran dificultad de los políticos para resolver en pro de la democracia, tendría que ser el pueblo quien dijera lo que debe hacerse. Los que se abstuvieron el 20 de diciembre deben atribuirse su parte de culpa en la confusión actual; y contribuir con su voto en las próximas a despejar la situación.