La Opinión de Zamora

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Agustín García Calvo: Magisterio y Memoria

AGUSTIN GARCIA CALVO DANDO CLASES EN LA ESCUELA DE SABIDURIA POPULAR EN EL CUARTEL VIRIATO DURANTE LA TOMA L O Z

“Pero hoy he visto que vencer la muerte / no es solo hacer el verso sin olvido”.

Con la admiración y el respeto debido, tomo estos dos versos del poema II de su gran libro “Valorio 42 veces” para iniciar este escrito de amor y recuerdo hacia el querido maestro, Agustín García Calvo, porque quiero agradecer desde aquí la inmensa huella que su persona y su obra han dejado en mí desde que empezase a conocerlo a mediados de los años setenta.

Guardar memoria y “parar mientes” –como él diría- en aquellos “muertos vivos” que nos han ido conformando, es algo más que ofrecer un reconocimiento al hecho fundamental de haberlos conocido y haber aprendido de ellos, porque considerar la relevancia de su cercanía y la fuerza de su entrega, nos obliga, personal y públicamente, a luchar por su vigencia, y por el conocimiento de su obra.

A alguien tan dispuesto e inquieto como Agustín, -rodeado siempre de jóvenes ávidos de lucha, debate y acción desde la Universidad o a través de los distintos foros de discusión en los que tantas veces estuvo y compartió, ya fuera en centros educativos, en periódicos, en plazas, en libros, o desde las ondas de la radio-, no podemos relegarlo al olvido, así, sin más, después de habernos dejado un legado tan inmenso con obras importantes y señeras de pensamiento y acción sobre el lenguaje clásico y el popular, sobre los diferentes tipos de habla, sobre la poesía y el teatro, sobre el ritmo y la música, sobre la sociedad y lo político, o sobre las relaciones amorosas y familiares, entre otros temas importantes y cruciales para él.

A alguien tan preocupado por todo aquello que concierne a la mejora de las vidas de los de abajo, siempre sometidos a los vaivenes del poder y a sus intrigas, no podemos condenarlo al ostracismo de las culturas provincianas

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A alguien tan preocupado por todo aquello que concierne a la mejora de las vidas de los de abajo, siempre sometidos a los vaivenes del poder y a sus intrigas, no podemos condenarlo al ostracismo de las culturas provincianas, normalmente despistadas, aparcando su recuerdo en el simple rótulo del nombre de una calle o de una placita recoleta, en la denominación de un organismo estudiantil de roma importancia, o en el armazón de una escultura más o menos vistosa para asiento y descanso de las aves y sus desahogos.

Es claro, por ello, que al querido Agustín le debemos atención, reconocimiento, memoria y consideración; por eso, y con el debido respeto a quienes por allí estábamos, recuerdo y hago mías de nuevo aquellas tardes de reivindicación, charla y debate en la machadiana Escuela de Sabiduría Popular del antiguo Cuartel Viriato en las que la palabra, la música y los sonidos nos hicieron sentir “a lo vivo” y durante más de dos años, la necesidad de “dejarnos hablar” sobre diversos temas necesarios y urgentes para pensar sobre todo lo que para bien o para mal padecíamos y aún seguimos padeciendo en esta sociedad anestesiada.

Es importante para algunos, y al menos para mí, a pesar de los impedimentos que tantas veces nos han venido poniendo y aún nos ponen, seguir cantando como también hacen algunos otros músicos amigos, todos esos poemas de “Valorio 42 veces”, del “Ramo de romances y baladas”, de “Más canciones y soliloquios” o “Del tren”, que en tantas ocasiones y en diversos lugares de disfrute, amistad y reivindicación, hemos venido cantando a través de los años; porque su voz, su senda y sus versos no pueden perderse ni quedarse olvidados entre libros, estantes y anaqueles dormidos.

Agustín es un faro necesario para alumbrar la vida y la oscuridad de los tejemanejes falsamente llamados culturales, contra tanta ganga superflua, tanta logorrea y tanto hueco en el hacer, el decir y el pensar

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Urge, es necesario, ya es tiempo de que, como paisanos y amigos de alguien tan fundamental para la vida cultural y política de este torvo y descuidado país nuestro, nos pongamos manos a la obra a fin de que su legado y sus grandes aportaciones no se pierdan, se destruyan o sean denostadas por esas hordas mondas de cultura y acéfalas que, si las cosas siguen de esta guisa, puede tocarnos padecer y sufrir.

Agustín García Calvo no fue un hombre preocupado únicamente por lo político, ni fue un filósofo, ni fue un poeta, ni un pensador, profesor o funcionario al uso. Agustín es un faro necesario para alumbrar la vida y la oscuridad de los tejemanejes falsamente llamados culturales, contra tanta ganga superflua, tanta logorrea y tanto hueco en el hacer, el decir y el pensar.

Por eso, como en los versos que hemos citado al comienzo: “vencer la muerte / no es solo hacer el verso sin olvido”, sino abrirse a comprender que a la memoria sobre alguien relevante, crucial y necesario como él, hay que añadir el esfuerzo por mantener y defender su llama y su voz siempre vivas y preguntarnos ante su importancia y con sus propios versos: “¡Qué era lo que fue? / ¿Qué fue lo que era?”

De nosotros, de todos; de nuestro cuidado y respeto, depende.

¡Salud y risas!

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