Miguel, "el del Numancia”, se ha ido a los 65 años, cumplidos el 18 de abril. El asfalto se ha cobrado a otro zamorano de carisma, de blancos y negros, este gran hostelero, que murió este 1 de septiembre en accidente de moto, supo evolucionar para enganchar a las nuevas generaciones de clientes a su Café, inaugurado con su esposa Isabel el 6 de febrero de 1985.

Situado en un callejón de la Plaza de Cristo Rey, lo que era un local completamente vacío se transformó en apenas cinco años en un lugar mítico, de encuentro para los amantes de la movida, de la marcha nocturna, tanto que era visita obligada para zamoranos y turistas. Un local que hoy tiene a las puertas flores y coronas en señal de duelo: "Vuela alto, Miguel, te echaremos de menos", puede leerse en las cintas florales:

Fachada del Numancia, con flores y mensajes.

Para entonces, Miguel Ángel Fernández Ares e Isabel Pascual Pordomingo habían dejado atrás los inicios con el bar de pinchos, con “las espadas” como estrella, otro de los inventos del hostelero: una pequeña daga en la que pinchaba los chipirones y gambas, recuerda su compañera de vida, con nostalgia de aquellos tiempos de ilusiones y duro trabajo, tras emprender una vida en común en 1980, cuando decidieron casarse después de conocerse en la cafetería del hotel II Infantas, donde el camarero conquistó a la jovencísima clienta.

Miguel e Isabel en una foto reciente. Familia Fernández Pascual

Lo que nunca perdió "el “Numan” fue la esencia, ese ambiente rockero, descarado y transgresor que le daba su dueño, regado con sus famosas “pintas rubias”, sí o sí, servidas en esos grandes vasos que corren por la barra bajo la vigilancia del “guerrero numantino, decía él", recuerda el mayor de sus dos hijos, Rodrigo, al referirse a la escultura que ha servido como seña de identidad del local.

Clientes del Café Numancia permanecen a la puerta del local tras conocer la muerte de Miguel. ANA BURRIEZA

Desde su peana de piedra, ese guerrero con lugar distinguido en el bar, suelta una peineta: desafío y osadía, dos cualidades que definen a Miguel, ese viejo rockero que mantenía, a pesar de las canas, su bigote y su larga perilla, dividida, a veces, en dos trenzas. Esa creación de Óscar y Mila se convirtió en el símbolo del Numancia, y la amistad con el matrimonio alfarero ha ido dejando figuritas de plastilina en el bar tan dispares como Freddie Mercury, Correcaminos o Mery Poppins.

Tras la barra, ese camarero de rasgos duros, voz bronca y mirada inquisitorial -quizás fruto de la experiencia atesorada desde los 14 años como aprendiz en el bar La Farola- sabía ser amigo, generoso, a pesar del porte borde que sacaba a veces, que la vida a ese lado es dura.

Miguel e Isabel con sus hijos Pablo (izquierda) y Rodrigo en el concierto de los Rolling

Sin embargo, se derretía con su nieto Ángel, que cumplirá pronto los tres años, a la espera de que llegara, por fin, la niña, Blanca, que nacerá este mismo mes, ambos hijos de Pablo, el benjamín de Miguel e Isabel. En proyecto estaba el viaje a Sevilla, donde residen sus dos hijos, para conocer a la futura nieta.

Y el anual concierto con los dos hijos, ya un clásico, "el año que viene íbamos los cuatro a ver a Bruce Springsteen en Barcelona", cuenta Rodrigo. Este año había tocado disfrutar de los Rolling Stones, del último concierto que ofreció el grupo en su gira de despedida.

Apuesta por la música

La apuesta por la música comenzó pronto en el Numancia, “el primer concierto que organizamos fue en 1989 con el grupo Los Lobos Negros. Nos han llamado hace unos días para pedirnos fotos", recuerda emocionada Isabel. El segundo concierto fue para un grupo de peso local, "Cianuro, al poco tiempo". Después llegaría el turno de cientos de grupos, músicos locales y de fuera han pasado por el Café en estos 33 años de actividad vinculada a la música para dar vida a una ciudad escasa de iniciativas. En los próximos días, tenían previstos tres conciertos en la terraza.

Con ese buen olfato de empresario, no dudaba en poner en marcha celebraciones que terminaron por ser citas ineludibles para decenas de zamoranos que llenaban el local, como la fiesta de la noche de los Reyes Magos con rifa de regalos incluidas, difícil era irse sin llevarse una de esas sorpresas que iban desde las muñecas de tómbola de los años 70, a peluches de metro y medio, radios, jamones e, incluso, alguna gallina viva ante el asombro del público entregado, que recibía con cada consumición una papeleta con los números de la suerte. Los canapés estaban garantizados.

Miguel en su Harley Davidson de ruta. Familia Rodríguez Pascual

Logró convertir su emblemático negocio en lugar de confluencia de futboleros. La Liga, La Champion, los mundiales..., el mítico estribillo de la "Booombaaa" celebraba los goles del Real Madrid, el equipo de la mayoría de los aficionados que acudían a compartir los encuentros retransmitidos. Y su equipo, aunque "él no era muy futbolero", cuenta Rodrigo. El jamón, la empanada y otras viandas no faltaban para agasajar a sus leales clientes.

Miguel en una de las jornadas de fútbol.

El cariño era mutuo. En el 25 aniversario del Numancia, los clientes le regalaron un perro, "Numan, le llaman los de confianza. Pusieron un bote y se lo compraron". Miguel siempre tenía algún perro, "la primera, "Neska", la trajo de Londres" y le dio a Kira y esta a Jaque, ya muertos.

Otra pasión, las motos

Las motos han sido su otra gran pasión. Por fin, tenía su Harley Davidson -después de otras, la última la Yamaha Virago- para hacer sus escapadas con otros moteros, para disfrutar de la libertad que dan las dos ruedas, de los paisajes y de las buenas comidas que tanto le gustaban.

En 2015, inició las concentraciones de moteros en la terraza del Numancia, la última sería este sábado, con más de 200 motoristas llegados de toda España. Estaba enfrascado en los últimos retoques para esa gran despedida. De lo que no quería despedirse era de su querido Numancia, la jubilación, tal vez, le sonaba a claudicar.

El dueño del Numancia preparando copas. Familia Fernández Pascual

El café, sus clientes, eran parte esencial de su vida, tras su familia, allí charlaba, entraba en debates, reía y abroncaba si era preciso, era todo su universo entre las decenas de máscaras de todo el mundo que adornan las paredes, muchas de ellas regalos de sus clientes, compradas expresamente para el Numancia.

Un local adornado con los más singulares objetos, desde un teléfono antiguo a placas de calles, juguetes antiguos, un gramófono... o esos dos tipos apostados en sus sillas, de piernas cruzadas, dos "sobraos" con gafas de sol y sombrero, los Blues Brothers, que presiden el bar y a los que tantos "robados" les han hecho los clientes.

Lo que nunca hizo fue bailar, la alegría ya la transmitía Isabel, una de las mejores "Dj" de la capital, capaz de enlazar ritmos de lo más diverso sin que los presentes perdieran comba. A veces, ella misma se unía al jolgorio, por lo general, ya a última hora, cuando los últimos en irse ya eran casi como de la familia.

Misa de Funeral

La pérdida irreparable del hombre con el que ha compartido toda su vida vuelve a sacudirle y entre lágrimas lamenta, “¡¿qué vamos a hacer sin él?!”, mientras esperaba la llegada de sus dos hijos desde Sevilla, arropada por sus hermanas, cuñados y sobrinos, compartiendo el dolor también con la familia de su esposo.

 A las 17.00 horas, los zamoranos dieron el último adiós a Miguel en la iglesia de Cristo Rey, a las 17.00 horas. Quizás las motos rujan junto al Numancia para despedirle... y así fue:

Te puede interesar:

Cientos motoristas se concentraron a las puertas del templo y el entorno de la rotonda de Cristo Rey para despedir, junto a numerosos zamoranos, a su amigo Miguel y arropar a su familia. A las 18.10 horas, el coche fúnebre era escoltado por los moteros al abandonar el templo entre ovaciones y el rugido de los motores en homenaje al hostelero. La emotividad estuvo presente durante todo el funeral, dentro y fuera de la iglesia, donde los semblantes reflejaban la aflición y gran conmoción por la muerte del dueño del Numancia.