La Opinión de Zamora

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La cesta de la compra vacía la cartera de los zamoranos

Los ciudadanos aguantan “como se puede” el encarecimiento de los alimentos, que alcanza el 17% en el último año

Un hombre hace la compra en la ciudad. Emilio Fraille

Habrá que tirar hasta donde se pueda, con cuidado de gastar poco”. Plácida Fernández utiliza un tono resignado y a la par dulce para explicar cómo ve ella el tema de la subida de precios. Con la mascarilla enfundada, esta jubilada del barrio de San Lázaro cuenta, sin perder la calma, que todo se ha puesto por las nubes en la cesta de la compra: “Los tomates, los plátanos, el aceite...”, enumera, antes de levantar la voz por primera vez al percatarse de uno de los incrementos que más le escandaliza: “¡Ay, y los huevos!”.

La impresión de esta zamorana tiene relación directa con los datos. Según la OCU, en el último año, los huevos han subido en torno a un 47%. En el mismo periodo, el precio del aceite de oliva se ha incrementado en casi un 49% y los plátanos se han encarecido un 63,6%. También otros productos como los macarrones (55,6%), la margarina (75,2%) o el aceite de girasol (117,85%) se han disparado sin control.

A la izquierda, un hombre se asoma para comprobar la evolución de los pollos asados de su establecimiento; a la derecha, un cliente compra en una frutería. | Emilio Fraile

La impresión de esta zamorana tiene relación directa con los datos. Según la OCU, en el último año, los huevos han subido en torno a un 47%. En el mismo periodo, el precio del aceite de oliva se ha incrementado en casi un 49% y los plátanos se han encarecido un 63,6%. También otros productos como los macarrones (55,6%), la margarina (75,2%) o el aceite de girasol (117,85%) se han disparado sin control.

Plácida cuenta su experiencia diaria como consumidora desde la sombra de un banco ubicado a la salida de un establecimiento en la calle Obispo Nieto. El sofocante calor que azota a Zamora hace que se detenga con su bolsa un rato para coger resuello antes de poner rumbo a casa. El día está para poco más. La ciudad arde por el sol, pero la inflación quema en los bolsillos. Muchas familias viven con la sensación de tener agujeros en el pantalón y en la cartera, ante el milagro de la multiplicación de los precios que nadie querría haber visto.

Según las cifras ofrecidas esta semana por el Instituto Nacional de Estadística, el IPC se ha disparado hasta el 11,9% interanual en Zamora. En el caso de los alimentos, esa subida llega al 17%, después de un nuevo incremento en el mes de junio. La primera mitad del año ha golpeado a las economías domésticas, impactadas por un conjunto de factores que cada uno ve de un modo en la calle. Al final, la cuestión es que “todo es más caro” y que hay determinados grupos sociales que sufren particularmente esa realidad.

Ahí aparecen los jubilados como Plácida, que apela a la edad como si quisiera recordar que las han pasado peores: “Mi abuela, que era muy sabia, decía que mejor que te sobre una perra gorda a que te falte una perra chica”, recuerda la mujer, que reconoce que el tema sale constantemente en las tertulias con las vecinas, con los hijos y con sus hermanas. En los rellanos, se habla de calor y de dinero.

Una mujer pasa con un carro de la compra por una frutería. | Fraile

En una plaza contigua, José Luis Figuero y Conchi Ríos se paran a las puertas de una de las tiendas del barrio. “Esto está bastante mal”, comienza él. “Han subido mucho más los precios que las pensiones. Si no tuviera vivienda propia, no podría pagar una renta”, insiste este vecino del barrio de San Isidro, que afirma que, en estos tiempos que corren, “te las ves y te las deseas para llegar a fin de mes”.

En el banco público ubicado en la esquina de Obispo Nieto con la calle Doctor Fleming, Luis, Máximo y Vicente montan la tertulia en torno a los precios mientras miran por encima el folleto de un supermercado. Los tres coinciden en un diagnóstico sin demasiada elaboración, pero bastante cristalino: “Es una vergüenza”. Vicente añade además que de poco vale contar las penas en el periódico: “No adelantamos nada”, se resigna.

La cesta de la compra vacía la cartera de los zamoranos

Su indignación se traslada a las pensiones, un tema delicado de tratar: “El dinero al final es para ellos, porque lo que te dan por un lado te lo comen por el otro”, sentencia Vicente. A unos metros, en la parada del autobús, dos mujeres elevan el tono al saber de qué va el tema: “¿Y qué le vamos a decir de los precios si lo ve todo el mundo? Nos da igual la fruta que la verdura; el pescado que la carne”, clama con energía una de ellas antes de agarrar la bolsa con su sandía y coger el transporte público sin decir su nombre.

Los consumidores mantienen un nivel de cabreo bastante elevado, pero no son los únicos afectados. Los comercios de barrio también tienen lo suyo con la inflación. Entre lo que les suben los precios, tratar de contener el traslado a los clientes y las quejas que tienen que aguantar en algunos casos van bastante servidos. La responsable de una frutería de la zona baja de San Lázaro señala que “este año se ha juntado todo”. No son solo los factores económicos más ajenos a la gente; también está el tema climático.

La cesta de la compra vacía la cartera de los zamoranos

Esta frutera lo tiene claro: “Tormentas, granizada, calorina... No todo lo que sube es por culpa del gasoil”, argumenta, antes de reforzar con su experiencia cercana lo que dicen los datos sobre el incremento desatado del precio de los plátanos. Ese producto sí está fuera de órbita. Lo demás, a su juicio, cuesta lo que debe costar en un año como este: “El producto local también se vende un poquillo más caro porque es otro nivel”, matiza.

En otro de los negocios de la zona, Andrés Ariza tolera con buen humor el calor que desprenden la calle y los pollos asados que cocina en su establecimiento, donde también vende menús de comida para llevar: “Hemos tenido que subir algunas cosas”, reconoce el responsable de la tienda. El pollo ha pasado de 1,85 a 2,70 euros el kilo este año, un incremento que no se ha trasladado del todo al consumidor, pero que sí ha provocado otro toque al bolsillo: “En general, la gente lo entiende”, sostiene este joven, que ve cómo la luz y el gas forman otro cóctel dañino para sus intereses y para los de la gente del barrio. La suma es lo que ataca.

La comprensión de los ciudadanos llega hasta donde alcanza el presupuesto. A partir de ahí, todo se vuelve más complejo y comienzan los apaños para recortar un poco de allí y otro tanto de allá. Tras el mostrador de una de las panaderías del barrio, Juan Carlos Barrueso constata que la gente “tiene que venir sí o sí a por la barra”, pero alerta de que ya hay quien intenta alargarla un par de días para guardarse esos céntimos que, a la larga, se convierten en un valioso puñado de euros.

Barrueso enumera la subida de la leche, del pan de kilo que ha pasado de 1,70 a 2 euros o de las magdalenas que, cada poco, tiran unos céntimos hacia arriba. Él mismo tiene que revisar el precio de la bolsa cuando entra un cliente, ante el encarecimiento constante del producto en los últimos meses: “Con esto pasa igual, la gente las sigue comprando, pero desayuna dos en vez de cuatro”, asume con pesar el empleado de la panadería.

Su desazón se traslada a los costes de la gasolina en los repartos por los pueblos. Llenar la furgoneta grande ya le supone más de 200 euros, a pesar del descuento de veinte céntimos por litro del Gobierno. “Ese servicio tendría que estar subvencionado, porque es clave para la cohesión social”, advierte Barrueso, historiador de formación. Pero ese ya es otro tema. De momento, a muchas familias de los pueblos y de los barrios de la capital les basta con aguantar el tipo y encontrar dinero en la cartera mientras aceptan que la vida se haya puesto así de cara.

Quizá, el ejemplo más revelador llega en esa misma calle Obispo Nieto, muy concurrida por la mañana y plagada de comercios. Una pareja de personas muy mayores sale con dos bolsas de un local. Al escuchar la pregunta recurrente sobre el encarecimiento de los precios de los alimentos, el hombre sonríe y replica: “¿Qué no sube?”. A continuación, se da la vuelta y sigue su camino sin más conversación.

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