Y el verbo se hizo Waldo Era, sí, el más juglaresco de los poetas zamoranos. Y será, por siempre, el más puramente original -su pensamiento estaba poblado de gorriones y alondras, que buscaban la libertad- de los escritores de esta tierra. Waldo Santos García falleció ayer, a los 83 años, querido y admirado. Es autor de muchos libros: de poesía, de relatos. El primero, "Mi voz mi palabra", allá por 1969. El último, "Oyendo cómo crecen las ortigas", el pasado año. Había nacido en Castronuevo de los Arcos en 1921, y era bueno como sólo son los verdaderamente buenos. Como un terrón esponjoso, en primavera, en los cosecheros Campos de Tierra, aunque él dejó escrito, en un autorretrato, que «crecí como terrón sin agua». Fue un soñador, y alguna vez hizo el milagro laico de convertir la utopía en Realidad. Quería alcanzar una estrella, nada menos. La más lejana. Luchó y luchó. Le vencieron, pero se levantó con más fuerza. «Mil veces rehecho y mil veces maltrecho», decía. Fracasó, sí. «Tuve esa suerte». Pero nunca dejó de gritar su libertad. Por eso hablaba tan alto, tan recio, tan claro. Estudió. Mucho, mucho. Sufrió penurias. Muchas. Pero nunca fue un derrotado.

Hablaba con una parla, a veces, restallante. Hablaba «a ambuestas», confesaba. Pero su palabra era como un aguacero germinador. Admiraba a Quevedo, a Pablo de Tarso, a Teresa de Avila. Por eso, tal vez, no soportaba a gentes como éstas: «los dogmáticos, los seguros, los perfectos, los déspotas, los dictadores, los modorros, los incesantes, los ladinos». ¿No tenía, acaso, motivos y razones para ser gritador? Y, también, para la radicalidad en tierra de pusilánimes.

Su poesía es una lírica personalista: de estructura y de léxico. En ocasiones, con su carga ideológica. Siempre demandante de amor. Leonpelipiana, elegiaca, unamuniana. De tierna ferocidad. De viva feracidad. Brava y emotiva. El utópico Waldo quería llegar al cogollo de las cosas. Ahí están sus libros: Mi voz y mi palabra, Palabra derramada, Toba, clavel y...viento, Grito de estopa, Sangre colgada a garfios, Con la sed bocarriba, Imposible alondra, Desde la sangre al rojo, Sufridlo en esperanza, Alaciar de la luz estremecida, Del atardecer de Iberia (relatos) y Oyendo cómo crecen las ortigas. Esa poesía -la temporalidad, ay, le dolía en lo hondo- derramaba pasión. Era como una lluvia solidaria.

Rebelde, impaciente, estudioso, altitonante. Estaba reñido con el silencio y, sin embargo, sufrió la más dura soledad. Esta le escuchaba atentamente. Waldo, áspero y tierno, tan poco realista... A veces podía ser surrealista sin saberlo o pretenderlo. Era, la suya, una Realidad Soñada. Este poeta con apariencia de viejo agitador,de hombros cansados -tantos hachazos-, se ha ido a dar una vuelta por ahí. ¿Por los Tres Arboles? Más allá. Más lejos. Se escuchará, seguro, una música que viene de esa cultura de la sangre. Iba a la búsqueda de la estrella más lejana, aunque no sea la de luz más brillante. El, tan confiado, desconfiaba de las gentes que no miraban a la cara, a los ojos. A lo puro. Y qué memoria la suya: no sabía estarse callado, resignado, y se ha ido en silencio. Sin meter ruido ni bulla. Y Allí, cuando llegó, recibió su primer asombro. Era popular. Sí. No era, no, un visionario.

Amó, contra viento y marea, la libertad sobre todas las cosas

Seminarista de latinajos y filosofías, maestro de buenas letras, funcionario, procurador de los Tribunales, flamencólogo, cervantista... Waldo Santos -en la memoria, siempre, los nombres de Rafael, su padre, y del cura Felipe- amó la libertad sobre todas las cosas. Cuando no conocía dolor y cuando la enfermedad minó sus energías. Y su estampa, inconfundible - capa, boina, clavel rojo en la solapa y bastón-, estuvo presente en las calles zamoranas hasta los últimos días. El poeta había obtenido el reconocimiento de sus paisanos: recibió, el 12 de diciembre de 2002 -en el Teatro Principal, con el cantaor José Menese, varios poetas y cantantes de la tierra-, el homenaje que le tributaron un "colectivo de amigos", representantes de la cultura zamorana. Una carpeta recogió poemas e ilustraciones en su honor.

Waldo Santos, tan querido por los suyos -Lola Villaseñor, su esposa, sus hijos, sus nietos, sus bisnietos, sus hermanos-, será inhumado hoy en el camposanto de san Atilano. El funeral de "corpore insepulto", oficiado a las 13,15 horas en la iglesia parroquial de san Torcuato, constituirá también la despedida de sus amigos. Tantos. Que le lloran, con emocionada verdad. Hay personas y vidas que, con su ejemplo cívico, nunca nos abandonan. La Utopía sigue viva.