Jirones de Tinieblas

De carracas, matracas, tenebrarios y lamentaciones

Smo. Cristo del Espíritu Santo

Smo. Cristo del Espíritu Santo

Rubén Sánchez Domínguez

Rubén Sánchez Domínguez

"Otra vez Jesús les habló, diciendo:

Yo soy la luz del mundo;

el que me sigue,

no andará en tinieblas,

sino que tendrá la luz de la vida".

Juan 8,12

El llamado Oficio de Tinieblas aglutinaba, en una sola celebración, los maitines y los laudes de la Liturgia de las Horas correspondientes al Jueves y Viernes Santos, y al Sábado de Gloria. Con el fin de no interferir en la preparación de los oficios del Triduo Sacro, se adelantaban a la víspera del día anterior, en vez de rezarse de madrugada y al amanecer de cada jornada, como era habitual. Durante este oficio, la iluminación del templo se reducía a la que proporcionaba un candelabro triangular de quince velas, cuyo uso se remonta, al menos, hasta el siglo VII. El número de velas fue fijado durante el pontificado de San Pío X ya que, anteriormente, fue variable, llegándose a documentar algunos con setenta y dos. Cada una de ellas corresponde a los salmos que se van cantando durante el oficio, y se les ha querido dar una interpretación en clave simbólica: los once apóstoles –sin Judas, el traidor–, las tres Marías y la Virgen, que suman un total de quince. La hora de celebración de este oficio, que debía acabar después de la puesta del sol, y la escasa iluminación del templo, hizo que la celebración tomara el nombre de "Tenebrae" o Tinieblas y, por extensión, el candelabro utilizado ella, "tenebrario".

El oficio del miércoles recorre la pasión completa del Señor, el del jueves abunda sobre su muerte y larga agonía, mientras que el del viernes rememora su entierro. Presenta casi todas las características de un oficio de difuntos: salmos, antífonas y responsorios lúgubres y lamentables, sin himnos ni "doxologías", en tono severo y sin ningún acompañamiento musical. Las lecturas de maitines se tomaban del libro de las Lamentaciones del profeta Jeremías, uno de los libros proféticos del Antiguo Testamento, compuesto en el habitual verso de paralelismo semántico común en la lírica hebrea. Se atribuye, sin mucho fundamento, al profeta Jeremías, pese a que hay elementos que contradicen fuertemente esta hipótesis. Contiene cinco elegías o endechas, poemas de lamento por la destrucción de Jerusalén tras haber caído en manos de Nabucodonosor II en 587 a. C. Evocan, por tanto, la destrucción de Judá y el horror del sitio de la ciudad, que es con frecuencia, personificada en un ser humano. Con ese pretexto pregona la necesidad de un retorno al cumplimiento estricto de la Alianza y ataca las prácticas idólatras y los abusos de los fuertes contra los débiles, así como la hipocresía y superficialidad de los ritos.

«Jirones de tinieblas» que demuestran, una vez más, el alto nivel de eclecticismo de nuestra Semana Santa, y el interesante contexto, histórico, litúrgico y cultural (una diócesis no demasiado permeable a las reformas conciliares), en el que se constituyen algunas de nuestras más recientes cofradías

Al finalizar el canto de cada salmo del oficio se apagaba una vela del tenebrario, intercalándose de izquierda a derecha, hasta quedar el templo casi en total oscuridad. Tan solo una vela permanecía encendida, la llamada "vela María", que representaba a la Virgen, y que se ocultaba detrás de altar durante el canto del Miserere (Salmo 50). Esta dramaturgia simbolizaba el triunfo aparente de las tinieblas sobre la luz, la quiebra de la confianza de los apóstoles, y la esperanza de María –y de la Iglesia–, en la Resurrección de Cristo.

Terminado el salmo el director del oficio comienza a hacer ruido con el libro que portaba en sus manos, o con carracas y matracas de madera –llamadas precisamente "tinieblas" por su uso en esta celebración–. Este gesto era emulado por los fieles participantes y, a veces, sonaban grandes carracas y matracas instaladas en torres y campanarios, que sustituían a las campanas estos días. Todo este estruendo trataba de simbolizar el cataclismo natural acaecido tras la muerte de Cristo, que finaliza con la reaparición de la vela oculta detrás del altar, la "Vela María", que simboliza la esperanza en la Resurrección, la luz de la vida que llegará con la Pascua.

La oración terminaba con el motete "Christus Factus Est", tomado de un fragmento de la carta del Apóstol San Pablo a los Filipenses (Flp. 2, 8-9), cuyo texto en castellano dice: "Cristo se hizo obediente por nosotros hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios también lo exaltó y le dio un nombre sobre todo nombre".

Este oficio cae en desuso con la aprobación, del "Nuevo Breviario Romano" del Papa San Juan XXIII, en 1962. La reforma conciliar posterior, no lo prohíbe, pero mantiene que su celebración quedase bajo autorización expresa de los obispos, por lo que prácticamente desaparece. Sin embargo, la Semana Santa de Zamora conserva algunos elementos descontextualizados, de esta liturgia tan singular, que vamos a encontrar en cofradías fundadas entre las décadas de los 50 y los 70, un momento de transición y reforma litúrgica que va a cristalizar en el Concilio Vaticano II.

Las "Lamentaciones de Jeremías" fueron cantadas por el coro de la Hermandad Penitencial del Smo. Cristo del Espíritu Santo en el año 1977, tras la proclamación de la Pasión de Nuestro Señor en el atrio de la S. I. Catedral, y se recuperaron en 2015, para anteceder al canto del "Christus Factus Est", que se incorpora, en 1979, con versión de Miguel Manzano Alonso. Este mismo autor, compondrá, en 1984, para la Hermandad Penitencial del Smo. Cristo de la Buena Muerte, el canto "Oh Jerusalem", cuyo texto está formado por textos de las Lamentaciones. El tema principal, que funciona como estribillo –y se repite varias veces–, está formado por la frase con la que termina cada una de ellas: "Jerusalem, Jerusalem, convertere ad Dominum Deum tuum" ("Jerusalén, Jerusalén, conviértete al Señor tu Dios").

Por otro lado, tanto la Hermandad de Penitencia, como la del Smo. Cristo del Espíritu Santo incorporan tinieblas en su procesión, la primera matracas tradicionales de aldaba –desde 1957–, y la segunda carracas, –en 1977–, para sustituir a las primeras matracas de tablilla y que no terminaron de convencer por su escaso sonido. Estas carracas están formadas por la unión central de ocho carracas simples, que son percutidas con una rueda dentada –situada en el centro de unión–, a través de una pequeña manivela. Se construyeron siguiendo el modelo de las que se utilizaban en el Real Monasterio de Sancti Spiritus, de la ciudad de Toro.

Finalmente, y aunque no constituyan tenebrarios reales (ya que tan solo pueden acoger a siete velas), los candelabros de las andas del Smo. Cristo del Espíritu Santo, están inspirados en éstos. Fueron diseñados por Antonio Pedrero y forjados en hierro por Miguel Fernández Calles, constituyendo su primera obra para la hermandad.

Varios "jirones de tinieblas" que demuestran, una vez más, el alto nivel de eclecticismo de nuestra Semana Santa, y el interesante contexto, histórico, litúrgico y cultural (una diócesis no demasiado permeable a las reformas conciliares), en el que se constituyen algunas de nuestras más recientes cofradías.

Feliz Miércoles de Tinieblas a todos.

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