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Nieta del escultor Florentino Trapero

Isabel Trapero : "En Francia echamos en falta fenómenos colectivos como la Pasión de Zamora"

"Las procesiones de esta ciudad son el ejemplo de un hecho antropológico que la Unesco ha de proteger igual que ha hecho con tradiciones de todo el mundo"

Isabel Trapero : "En Francia echamos en falta fenómenos colectivos como la Pasión de Zamora"Foto José Luis Fernández

Nieta del escultor Florentino Trapero, Isabel Trapero Girardot ha tenido la oportunidad esta Semana Santa de viajar a Zamora para conocer en vivo el paso de La Borriquita y las esculturas realizadas para La Resurrección. Funcionaria de la Biblioteca del Senado en Francia, Isabel Trapero ha disfrutado de la Pasión de Zamora, un bien que "podría ser protegido por la UNESCO como un ejemplo de interés antropológico", un movimiento colectivo que "echamos en falta en Francia".

-¿Conocía Zamora antes de venir esta Semana Santa?

-Mi abuelo era de la provincia de Segovia y también de Madrid, de donde procedían sus hermanos. Igualmente viajaba a Aguilafuente, donde está el Museo en el que pude observar el boceto de La Borriquita. Es la primera vez que he podido ver el grupo escultórico de verdad en una ciudad, Zamora, que conocía por mi trabajo de profesora de literatura. Siempre he sabido aquello de "Zamora no se hizo en una hora" o las batallas del rey Sancho. Esta ciudad hermosa, repleta de iglesias románicas, un sitio legendario, es el que he conocido esta Semana Santa.

-Por lo que parece la profesión de enseñanza de su abuelo se transmitió de generación en generación, ¿no es cierto?

-Así es. La enseñanza juega un papel muy importante, y por eso, me emocionó mucho el saber que a mi abuelo Florentino lo habían echado de este ámbito profesional, un oficio que podría recobrar más adelante. La vida cultural o el arte se transmite de generación en generación, también a través de mi abuela Cristina.

-¿Conocían en la familia los avatares de Florentino Trapero y sus problemas con el régimen franquista?

-Soy la hija del hijo de Florentino que se fue a Francia, adonde emigró por amor y donde trabajó en la UNESCO. Mi padre hizo mucho para que se reconociera el trabajo del abuelo y animó a sus hermanos para fundar el museo de Segovia y después, el de Aguilafuente. Cada uno transmite a su manera, y esta era la suya. En todo caso, cuando falleció el abuelo, yo solo era una niña.

-Es decir, que usted lo conoció...

-Sí, era una persona muy positiva y el arte lo hacía feliz.

-¿Cómo lo recuerda?

-Como una persona muy bondadosa. Cierto es que era algo sordo y si la conversación no le atraía, desenchufaba (ríe)... Me gustaba mucho que saliera al campo o a cualquier parte a pintar y volvía con un dibujo de un monumento, un paisaje, completamente feliz. Por eso, tengo una visión del arte como algo que hace feliz a la gente y que la anima a vivir.

-¿Qué relación tenía su abuelo con su familia?

-Excelente. Era una buenísima persona. Por su parte, su esposa Cristina, mi abuela, amaba la política.

-Y llegó la Guerra Civil en España...

-Fue una catástrofe para la familia. Perdieron la casa, lo que había dentro, tuvieron que huir y mi abuela María Cristina, una persona muy enérgica, cargó con los niños, se fue a Francia y los salvó. Cuando mi abuelo estaba en la cárcel ya toda la familia hablaba francés. Siempre hemos recordado la leyenda familiar, pero no los detalles del trauma.

-En su artículo, José Luis Hernández, constata que el dibujo sirvió a Florentino de terapia durante los años de presidio...

-Cierto. Además, mi abuelo era buena gente y por eso, los carceleros lo trataban muy bien. Solía decir que en prisión aprendió a comer de todo.

-¿La cárcel lo transformó en otra persona?

-No, en absoluto. Pero sí fue una prueba tremenda. Eran años muy difíciles de la posguerra y tener trabajo, como rojo, era casi imposible. Felizmente, la familia salió adelante y se recompuso. Florentino hizo algo muy importante, la restauración del altar mayor de la Catedral de Sigüenza. Tenía una forma de tallar muy moderna y reconocible. Allí he visto la huella de mi abuelo.

-Parece que el mayor interés del franquismo fue borrar la transferencia del conocimiento a través de la educación, ¿ustedes lo percibían desde Francia?

-Yo era una niña, pero sí recuerdo que entre los hermanos Trapero les encantaba el debate y la política, mi abuelo no se metía. Cuando íbamos con otra gente, de repente, el silencio.

-Por lo tanto, el miedo continuó, ¿verdad?

-Permaneció durante muchos años. Por ejemplo, mi padre se sentía más libre en París.

-¿Cómo era la familia de Florentino Trapero?

-Mi abuelo tuvo cuatro hijos: Ángel, mi padre; Cristina, como la abuela; Florentino, que trabajó en la editorial Taurus como traductor de textos como La mala reputación de Brassens; y el pequeño, Juan Jesús, arquitecto. Estos dos últimos hijos trabajaron mucho en el libro que se escribió sobre el abuelo.

-Pese a todas las dificultades de su abuelo, expulsado de la profesión de la enseñanza durante más de veinte años, la familia continuó con su legado, ¿verdad?

-Sí, es verdad. La sabiduría es un tesoro interno. La familia de mi abuelo, en Aguilafuente, venía del campo. Pero el saber siempre estuvo presente.

-¿Revolucionó la familia la figura de su abuelo?

-Sobre todo, lo que más me emociona del arte de mi abuelo es que se inspiraba en la gente que veía. Su obra está en la línea del misterio de la Encarnación: una religión encarnada en la gente. Le encantaba hacer retratos de campesinos, tipos castizos, distintos, que luego se verán en las caras de los pasos. Hay otra cosa que me gusta de los pasos, que el arte se saque a la calle y que sea muy popular. No es solo que la gente rece y esté en silencio, sino que el arte pueda ser de todos en las calles. Hay otras religiones que lo hacen, pero la Semana Santa tiene también una verdad antropológica.

-¿Sabían en la familia que Florentino había trabajado para Zamora?

-Sí. De cada lugar en que estuvo, hacía una imagen, un dibujo. En la entrada de la casa de mi tía, había un dibujo de Zamora. Florentino tenía un afecto particular por Burgos y también por esta tierra, el corazón de su inspiración. Entre Sigüenza, Madrid, Segovia y Zamora.

-¿Qué impresión le ha causado observar en vivo el paso de La Borriquita en el Museo?

-Ha sido emocionante y me ha gustado muchísimo.

-¿Qué le ha venido a la cabeza?

-Antes que nada, me gustaría agradecer la labor de José Luis Hernández y el encuentro con el presidente de La Borriquita, Ramón Alba, cuyo abuelo fue muy amigo del mío. Recuperar esta historia es emocionante, también para mi hija, que ahora tiene 27 años.

-En Jesús en su entrada triunfal en Jerusalén, ¿ha reconocido la imagen de algún familiar?

-Puede que la hebrea del paso sea mi abuela María Cristina. Era una persona importante, de temperamento, inalterable... Una persona bajita, pero muy fuerte y enérgica y eso se ve en este personaje. También tenemos una fotografía, ya perdida, donde figura mi padre, que se parece a los niños del paso.

-¿Le ha servido este viaje para estar en paz con su abuelo?

-Hace muchos años que estoy en paz con él, pero este viaje ha sido el inicio de una nueva etapa.

-¿Qué le han parecido las procesiones de Zamora?

-Para mí, es mi cultura, mis raíces. Me parece algo extraordinario, pero no lo veo como algo ajeno. Hay mucha pedagogía en la Semana Santa de Zamora: el silencio, la gente esperando, los niños no se quejan, todo muy bien organizado... Es una reunión colectiva junto a algo en lo que creen. Esto tiene mucho sentido. Esto es religioso, yo soy católica, pero hay una dimensión que va más allá de la fe. Personalmente, me parece que echamos en falta esto en Francia. A la gente les gustan las procesiones. Cuando hubo este atentado horrible, a los franceses les gustó unirse con el mensaje "Je suis Charlie", mostrar que somos gente unida.

-La Semana Santa como muestra de un vínculo colectivo...

-En parte, sí. Es algo que se respeta. Como en un árbol, si se cuida, no hay problema. Pero si se arranca, luego es más difícil que vuelva a prender. Esto es lo que ocurre en Francia, donde nos preguntamos qué pasa con la laicidad, qué hacemos con los musulmanes, una sociedad llena de contradicciones. Mostrar lo que hemos visto aquí en Francia sería como algo muy exótico.

-¿Cree que debemos conocer más a Florentino Trapero en Zamora?

-Sí me pide mi opinión, creo que hay que conocerlo mejor. Por mi parte, esto es algo familiar que debemos llevar en conjunto, participando todos de esta función de divulgación.

-Su padre trabajó en la UNESCO, ¿cree que la Semana Santa de Zamora debe optar a ser patrimonio mundial?

-Yo vería bien que la Semana Santa fuera patrimonio inmaterial. Vivo enfrente de la sede de la UNESCO en París. Allí han mostrado imágenes de los bienes protegidos y esta representación sí podría estar, la Semana Santa como un ejemplo antropológico que hay que proteger. Lo que hemos visto esta semana une tradición, cultura y arte popular, para que la gente se interese por él.

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