Pocas veces lució tanto la plaza de la Catedral de Zamora. Más de una hora antes de que comenzase el desfile, el sol hacía brillar los caperuces de terciopelo rojo que comenzaban a verse por los jardines del Castillo. Imponentes y amarillas, las piedras de la perla del Duero veían llegar a los hermanos que, poco después, iban a ofrecer su silencio al Cristo de las Injurias, que esperaba pacientemente en el interior del templo en el que algunos de sus hijos le dedicaban su último rezo sonoro antes de la procesión.

Antes de que llegara la solemnidad del juramento, los pebeteros eran llevados hacia los jardines por sus cargadores, aún a cara descubierta como el resto de sus hermanos. Apenas pasaban veinte minutos de las ocho de la tarde cuando los cofrades, solemnemente, comenzaban a ponerse los caperuces. Por el arco de los jardines podía verse una algarabía de terciopelo y estameña blanca a través del humo y el incienso cuyo olor anegaba ya la plaza.

Los clarines comenzaron a sonar puntualmente a las ocho y media y los tambores hicieron lo mismo para indicar a los hermanos que podían ocupar su puesto en la plaza de la Catedral, llena como de costumbre para ver a los hermanos jurando silencio ante el Cristo de las Injurias. Aunque aún se oían murmullos entre la gente, pocos minutos después, las autoridades y la imagen de Jesús en la cruz tomaban posiciones en el atrio del templo para ver cómo el terciopelo rojo acudía a la llamada del silencio de la misma forma que la sangre brota de una herida que acaba de abrirse.

El crucificado renacentista, con su anatomía perfectamente esculpida y su expresión de dolor antes de expirar, preside ya la celebración en la verja de entrada al templo. La plaza se va llenando lentamente y pasa casi media hora hasta que los hermanos del Silencio llenan por completo el espacio reservado para que escuchen, en primera línea, las palabras que la ciudad de Zamora, en boca de su alcaldesa, dedica al Cristo de las Injurias, una de sus imágenes más queridas y veneradas no solamente en el tiempo en que dura la Pasión.

Solamente un par de minutos antes de las nueve, los hermanos ya en formación, las autoridades civiles y eclesiásticas y el público presente en las gradas y alrededores de la plaza, asistieron al discurso del juramento de Rosa Valdeón, el último que pronunciará como alcaldesa de Zamora. Entre el recuerdo a los que ya no están y las palabras de agradecimiento por estos años, no faltaron palabras de aliento para los que sufren y son olvidados, las notas de un violonchelo ponían la emoción en los ojos de muchos de los hermanos y de otros tantos de los presentes.

Tras las palabras de Valdeón, el obispo de la ciudad tomó juramento a los hermanos. "¿Juráis guardar silencio durante todo el recorrido de la procesión?", preguntaba el prelado. Los cofrades, de rodillas, rompían por última vez su silencio con un atronador grito de "sí, juramos". Pocos minutos después, emprendían su recorrido mudo por las calles de la ciudad para acompañar a su Cristo de las Injurias en su caminar por las calles, entre olor a incienso y cera quemada.

Horas después, la talla se recogía en el Museo de Semana Santa tras recibir las miradas silentes de la ciudad que, en solidaridad con sus hermanos, también ofreció su silencio a los pies de la cruz. Como prometió el obispo en sus palabras, el Señor premiaría a todos por su ofrenda de silencio si cumplen su promesa y, si no, en su infinita misericordia, los perdonaría. La ciudad de Zamora y sus hermanos dieron ayer de nuevo su palabra y, el Cristo de las Injurias, como cada Miércoles Santo, agradeció el silencio de sus hijos. Todos callaron bajo su imagen para que él, sin hablar, continúe protegiéndolos durante doce meses más.