"La esfinge maragata" cumple 110 años

Concha Espina recoge vocablos de entronque asturleonés que aún perviven en Tierra del Pan

Gerardo González Calvo

Gerardo González Calvo

"La esfinge maragata" de Concha Espina se publicó en 1914 y fue galardonada con el Premio Fastenrath de la Real Academia Española. Este premio, entonces el de mayor prestigio literario en España, se creó en 1909 y se mantuvo hasta 2003. El primer galardonado fue Carlos Fernández Shaw con "La vida loca" y el último José Álvarez Junco por el ensayo "Mater dolorosa. La idea de España en el siglo XIX".

Concha Espina ambienta "La esfinge maragata" en Castrillo de Polvazares (Valdecruces en la novela), comarca maragata de León. Estuvo bastante tiempo en este y otros pueblos maragatos antes de escribir la novela. Anotó sus rancias costumbres, sus tradiciones y hasta sus modos de habla que pone a veces en boca de sus personajes femeninos, que son los genuinos protagonistas. Penetró en los entresijos de una profunda pobreza rural y en la penosa situación de las mujeres, cuyo papel era trabajar la tierra y criar muchos hijos para paliar la mortalidad infantil, mientras sus maridos andaban como arrieros por tierras más feraces. La abuela de Mariflor, la protagonista de la novela, tuvo trece hijos y solo sobrevivieron dos.

"La esfinge maragata" no es una novela costumbrista, como las que escribió su paisano José María de Pereda. Hace en ella un profundo análisis social y un minucioso estudio etnográfico, en donde parece que el tiempo se ha detenido. Concha Espina define así a la mujer maragata: "una esfinge tímida, silenciosa y persistente: ¡la esfinge maragata, el recio arquetipo de la madre antigua, la estampa de ese pueblo singular, petrificado en la llanura, como un islote inconmovible sobre los oleajes de la historia!".

Pero Concha Espina no condena las costumbres. Pone en boca del cura este razonamiento: "en estos matrimonios que ayuntan la costumbre y la conveniencia, hay, sin embargo, un fondo de respeto y fidelidad ejemplares… Si no saben sonreír a su esposa ni compadecerla, tampoco saben engañarla ni pervertirla: no la tratan ni bien ni mal, porque apenas la tratan. La toman para crear una familia, la sostienen con arreglo a su posición". Fueron otros tiempos, felizmente superados, que no solo existieron en la Maragatería, sino en bastantes pueblos españoles de montaña, aislados y aferrados a unas costumbres ancestrales.

He releído la novela y he anotado palabras de entronque asturleonés, Algunas aún perduran en la Tierra del Pan. Un personaje de la novela lo llama "falaje de la tierra" (habla de la tierra). Pongo algunos ejemplos:

"Aguantar", andar de prisa, apresurarse. ("Aguanta, niña"; "hay que aguantar, señor, si no quiere que se le escape el tren".)

"Atropos" como desorden, una palabra que se sigue empleando en la Panlampreana con la expresión "¡qué atropos!", lo mismo para expresar desorganización dentro de la casa que un desastre provocado en una huerta, en una tierra al arar... El Diccionario de la Lengua Española recoge zaleos con el mismo significado. Un grupo musical pajarés se llama "Atropos".

"Cerras" por flecos de un pañuelo maragato.

"Contar" por suponer o creer ("conté que lo sabías").

"Chacha", como abreviación de muchacha, tan usual en Castilla y León.

"Abregancias", llares o cadenas colgadas en la chimenea para sujetar los calderos. Su uso no era habitual en la Tierra del Pan, en donde se disponía de un pote de hierro para calentar el agua y de trébedes para soportar los calderos, sartenes, etc.

"Pan dondio" (blando).

"Jijas", agallas ("te faltan jijas hasta para fuir".)

"Falispas" con significado de ráfagas de nieve. En Maragatería significa también morcella (morceña en la Tierra del Pan).

"Gurar", empollar, incubar los huevos las aves, lo mismo que en Sanabria y Aliste. Guarar en la Tierra del Pan.

"Parajismos" ("¡cuántos parajismos!"), esparajismos, aspavientos.

"Pasal" por peldaño ("pasón" en la Tierra del Pan).

"Trilla" con significado de la mies extendida en la era para trillarla y recogerla después en la parva. Es lo mismo que se dice en la Tierra del Pan, aunque el Diccionario de la Lengua Española llama parva a la trilla.

Emplea Concha Espina estos y otros modos de habla, entreverados de locuciones asturianas, pero lo hace con discreción para que la narración transcurra limpiamente por los cauces de una novela moderna, sin escamotear la cruda realidad de cómo se malvivía en la entonces olvidada tierra maragata, como sucede actualmente -con matices mucho menos arcaicos, pero igualmente dramáticos- en los pueblos de la España vaciada.

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