Mao, los gorriones y la hambruna china

Consecuencia de aquel plan de exterminio de los gorriones, fue el fallecimiento por inanición de muchos millones de chinos

Agustín Ferrero

Agustín Ferrero

El gorrión es una pequeña ave de apenas catorce centímetros de longitud y treinta gramos de peso. Una insignificancia. También conocida como pardal, forma parte del hábitat urbano en las zonas templadas del planeta. Es una especie más que forma parte de la biodiversidad, y que contribuye a fomentar el equilibrio del ecosistema de la Tierra.

Y si no, que se lo pregunten a Mao, donde quiera que ahora se encuentre, a propósito del plan para la extinción de las "cuatro plagas" que puso en práctica, bajo su liderazgo, su presidencia o su dictadura, según quien sea el que se dirija a él. Aquellas cuatro plagas no eran otras que la mosca, el mosquito, la rata y el gorrión.

El pobre gorrión, sin comerlo ni beberlo, se vio involucrado en aquel plan de exterminio, por ser considerado un enemigo del proletariado, ya que se comía el grano, producido tras el duro trabajo de los obreros del campo, según opinión de algunos. Aunque, se supone que, en realidad, lo que pretendiera Mao fuera luchar contra la hambruna que se cebaba con el pueblo chino de entonces ( 1958-1962).

Para su extinción el gobierno chino no reparó en usar los métodos más expeditivos, incluido el envenenamiento. De tal forma que, en poco tiempo acabó prácticamente con toda la población de gorriones, unos seiscientos millones, según algunos historiadores.

Pero héteme aquí que Mao, o sus asesores, intencionadamente o no, se olvidaron de tener en cuenta que, si bien los gorriones comían los granos de trigo, también eliminaban determinados insectos: así son las leyes de la naturaleza. La extinción del gorrión, o el pardal, hizo que proliferaran insectos nocivos para el equilibrio medioambiental con fatales consecuencias.

El pueblo chino siguió el plan de Mao al pie de la letra , haciendo todo el ruido posible con cazuelas y sartenes hasta volver locas a aquellas pequeñas aves, haciéndolas caer muertas por agotamiento. El hecho, es que ese plan hizo que proliferaran las langostas, que agrupadas en plagas llegaron a comerse el grano de los campos con total impunidad.

La Revolución Cultural de Mao Zedong (La gente de mi generación lo conocimos con el nombre de Mao Tse Tung) requería de grandes obras y de arriesgadas decisiones, y así fue como pagaron el pato aquellas pequeñas aves que no tenían nada que ver con quienes se oponían al marxismo-leninismo.

Claro que los imperios orientales tienen otra forma de expresar las cosas. De hecho, el gato chino que parece saludarnos moviendo el brazo, que llevan en la parte trasera algunos automóviles, no expresa precisamente eso, sino que nos está invitando a entrar en el coche.

La cuenta que debió echar aquel régimen pudo ser la de considerar que con el grano que se comían un millón de gorriones había para alimentar a unas sesenta mil personas. Y como quiera que eliminaron a unos seiscientos millones de aves, quería ello decir que habría comida para casi cuarenta millones de personas. Pero lo cierto es que consecuencia de aquel plan de exterminio de los gorriones, fue el fallecimiento por inanición de muchos millones de chinos.

Mientras tanto, el pobre gorrión que suele vivir siete años en libertad y casi el doble en cautiverio, poco entendía de aquella masacre, como tampoco por qué la libertad les sentaba tan mal.

Tiempo después China pidió a otros países, entre ellos a Rusia, que les facilitaran gorriones para repoblar de nuevo su inmenso país. Y es que las cuentas que se hacen en los despachos y en los estados mayores, a veces no coinciden con lo necesario, y llegan a pasar estas cosas. De hecho, Mao zanjó el problema sustituyendo en las "cuatro plagas" a los gorriones por las cucarachas.

De poco le sirvió a Mao inventar aquel cuello de camisa que se impuso en todo el mundo llevando su nombre, porque la enorme tragedia que llegó a provocar exterminando a los gorriones nadie ha podido perdonárselo.

Ahora, igualmente, en muchas partes, llegan a tomarse demasiado a la ligera determinadas decisiones que algún día los historiadores llegarán a valorar en toda su magnitud. Aunque, al igual que en el caso de Mao, los forjadores de tales ideas ya no estarán aquí para que nuestros descendientes puedan pedirles cuentas por ello.

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