No sé quién

Imagen de una manzana.

Imagen de una manzana. / Pexels.

Juan José Millás

Juan José Millás

 La manzana de Apple, la manzana de Eva, la manzana de Blancanieves, la manzana de Newton, la manzana de la discordia… La manzana es una de las frutas que más juego metafórico han dado a lo largo de la historia. Más que el higo, por poner un ejemplo,

El caso es que me hallaba en una tienda de muebles, buscando un archivador, cuando di con uno cuyos cajones tenían el tamaño de una ficha: justo lo que andaba buscando. Abrí uno de ellos, para comprobar que corrían bien, y resultó que dentro había una manzana, una manzana mordida como la de Apple y como la de Eva. No sé si Newton llegó a probar la suya. En cuanto a la de la discordia, creo recordar que era de oro, por lo que no habría resultado fácil hincarle el diente. En todo caso, qué hacía aquella manzana allí. ¿La había abandonado un cliente? ¿Era el desayuno a medio comer de un empleado de la tienda? ¿Se trataba de un mensaje que me enviaba el destino?

 Me llevé el mueble con la fruta dentro. Ya en casa, la saqué del cajón y estuve contemplándola un buen rato. Me daba apuro, y quizá un poco de asco, comérmela, puesto que había pasado ya por otra boca. Pero tal vez si la probara, pensé, alcanzaría el poder de la multinacional tecnológica estadounidense llamada Apple, o el conocimiento que la serpiente prometió a Eva. Aunque fue después de morderla cuando ella y Adán se hicieron conscientes de su desnudez, quizá de su indigencia intelectual. Podría ocurrirme a mí lo mismo. Estuve varios días jugando con la idea, observando cómo la pieza se deshidrataba y encogía y cómo se oxidaba por la parte mordida. Me informé en internet de sus cualidades nutritivas y eran abundantes, pero producía estreñimiento. Una persona estreñida, en su sentido figurado, es una persona rígida, emocionalmente reservada, poco flexible o demasiado formal, no sé, la idea no me resultaba atractiva.

 Finalmente, decidí morderla antes de que se echara a perder del todo y en un principio no sentí nada, aunque con el paso de los días no deja de crecer dentro de mí la impresión de que vivo dormido, como Blancanieves, y que todos mis actos son en realidad un sueño, un sueño profundo del que alguien debería despertarme con un beso, pero no sé quién.