Nombrar alcanza

Presentación de la Primera Temporada del Teatro Principal

Presentación de la temporada en el Teatro Principal

Presentación de la temporada en el Teatro Principal

José María Esbec

José María Esbec

Idea Vilariño daba carpetazo a su vida literaria con un poema de una precisión esclarecedora. Tan solo un par de versos que rezan así: "Inútil decir más. Nombrar alcanza". Parece que toda su poesía se hubiera ido destilando hasta estar el poema al borde de la desaparición. Como las esculturas de Giacometti, que se adelgazan tanto que están al punto de la ausencia. Sin duda, Vilariño deja claro que la precisión terminológica abre los senderos al discurso. Nombrar alcanza. El Teatro Principal ha dado nombres. Ha nombrado. ¿De quiénes son todos estos nombres? Mejor dicho: ¿quiénes son todos estos nombres? Está claro que el nombre genera estratos de ficción. Me explico: cuando una persona a la que no conocemos arroja su nombre en una conversación cotidiana, lo hace con el convencimiento de que se presenta en su totalidad, en toda su identidad. Sin embargo, para quien recibe el nombre, no va más allá de una información velada que quizá seamos capaces de completar desde el prejuicio, o sea, desde la ficción. Detrás de cada nombre hay una galaxia.

Simone Weil, quien nos legó un magisterio luminoso, escribió un texto breve pero profundo, a medio camino entre la filosofía y la mística: La persona y lo sagrado. En él expresa que la persona, en todos sus límites, es sagrada. Sagrada por encima de la colectividad, ya que esta carece de identidad en sí misma. Para Weil, cada ser humano es sagrado y va más allá de la apariencia. Por eso, nuestra filósofa no cree en el derecho, puesto que casi siempre –piensa– se dimensiona en pos de algunos y en detrimento de otros. Por el contrario, aboga por el término de justicia que, por cierto, era el que los griegos de la Atenas clásica acuñaban al no reconocer el derecho, inexistente por entonces. Así pues la persona se definía por aquello que se le debía atribuir: la belleza, la verdad, la justicia y la compasión. Conceptos, por cierto, vinculados al teatro desde su nacimiento.

Hemos considerado tan importante nombrar a los espectadores como a los actores y a los personajes. Porque el revelado del teatro lo lleva a cabo el espectador. Porque el teatro lo hacemos todos y somos conscientes de ello. Porque hay que individualizar la colectividad del público. Porque sabemos quiénes sois y hoy inauguramos juntos una nueva temporada en familia. Más de 60 funciones repartidas en varios ciclos, sesiones ordinarias, un festival, una co-producción con el Centro Dramático Nacional… Una temporada con muchos nombres

Cuando un autor teatral nombra a un personaje lo hace desde la certidumbre. Sabe a quién nombra y por qué. Y cómo debe comportarse bajo el cobijo de esa designación. En el juego de la onomástica es clarividente Lorca. ¿Acaso otro personaje que no fuese Leonardo, de Bodas de sangre, podría decir estos versos mientras huye de la muerte con el personaje de La novia?: "¡Qué vidrios se me clavan en la lengua!/ Porque yo quise olvidar/ y puse un muro de piedra/ entre tu casa y la mía/ Es verdad. ¿No lo recuerdas?/ Y cuando te vi de lejos/ me eché en los ojos arena. / Pero montaba a caballo/ y el caballo iba a tu puerta. / Con alfileres de plata/ mi sangre se puso negra, / y el sueño me fue llenando/ las carnes de mala hierba. / Que yo no tengo la culpa/ que la culpa es de la tierra/ y de ese olor que te sale/ de los pechos y las trenzas". Si observamos con detenimiento el reparto del autor granadino, salvo este, ningún otro personaje goza de nombre propio: la madre, el novio, la suegra, la mujer de leonardo, la luna, la muerte... Porque, con el nombre, la caracterización de la persona es mayor. Por eso Lorca sabía que Leonardo, en su etimología, es aquel que tiene la fuerza de un león. Ningún personaje mejor que Leonardo representa la pulsión animal en esta tragedia del poeta. En el teatro del Siglo de Oro, con evidentes reminiscencias bíblicas, los autores caracterizaban a los personajes desde el nombre. Así, Pedro era la piedra, el galán; en cambio, Juan era el lampiño, el joven inmaduro y, muchas veces, amanerado; Laurencia proviene del laurel con toda la acepción sagrada de la planta. Como vemos, también en el teatro nombrar alcanza.

Es frecuente hallar en el teatro intérpretes que diluyen la delgada línea entre actor y personaje. Lo hemos visto en infinidad de casos. En la fina respiración que separa a Lola Herrera de Menchu Sotillo en Cinco horas con Mario; en la estrecha sombra que diferencia a Marlon Brando de Stanley Kovalski en Un tranvía llamado deseo o en la expresiva mueca que Heath Ledger le trasladó a su Joker. Los nombres se confunden en ese sueño misterioso que es el teatro. Dijo Shakespeare que estamos hechos de la misma materia que los sueños. Pero esto no responde a una concepción moderna del arte interpretativo. No solo se corresponde con el Método y esas teorías que anulan la diferencia entre actor y personaje. Es conmovedor el relato que recoge el historiador y gramático latino Aulio Gelio cuando, en el siglo II a.C., acudió a ver a Polo: un actor griego que alcanzó gran fama en la época. La cuestión es que Polo perdió a su hijo más amado. Cuando consideró que había pasado el tiempo oportuno para volver al escenario después del duelo, aceptó interpretar la Electra de Sófocles en Atenas, quien portaba una urna con los huesos de su hermano Orestes, tal y como versa el argumento de la obra. Aulio Gelio dejó escrito esto: "Ataviado con el lúgubre vestido de Electra, el actor Polo sacó del sepulcro la verdadera urna con los huesos de su propio hijo, y abrazado a ella, como si contuviese los de Orestes, llenó el aire, no de simulacros e imitaciones, sino con verdadero duelo y lamentos palpitantes. Y cuando parecía que se representaba la obra, se representaba el dolor". Con relatos como este, la piel llega a erizarse. Le damos muy poca importancia a la piel. Es nuestro punto de encuentro con los otros, la primera señal cuando hace frío y se acompasa con el corazón cuando sobreviene una emoción. La piel del espectador es el barómetro de nuestro teatro.

En el Teatro Principal hemos considerado tan importante nombrar a los espectadores como a los actores y a los personajes. Porque el revelado del teatro lo lleva a cabo el espectador. Porque el teatro lo hacemos todos y somos conscientes de ello. Porque hay que individualizar la colectividad del público. Porque sabemos quiénes sois y hoy inauguramos juntos una nueva temporada en familia. Más de 60 funciones repartidas en varios ciclos, sesiones ordinarias, un festival, una co-producción con el Centro Dramático Nacional… Una temporada con muchos nombres: Lolita Flores, Israel Elejalde, Vicky Luengo, El Kanka, Belly Basarte, Pedro Casablanc, Lucía Gonzalo, Candela Peña, Javi Gutiérrez, Marwan, Sergio Portales; pero también con estos otros: Dani Gómez, Ester Antón, José Iván Vacas, Conchi Bartolomé, Silvia Riquelme, Teo Primo, María Ángeles Marcos, Dori Campos, Maribel Blanco, José Crespo, Maribel Serna, Mercedes López, Javier Prieto, María José Román… Y tantos otros…

Tantos nombres que revolotean en el patio de butacas como una bandada de pájaros. No sabemos por qué, pero los pájaros, además de las funciones biológicas, cumplen otras estéticas y de adivinación. Como si estando ahí arriba, al pie de los dioses, lo escuchasen todo y nos lo trasladasen a través de esos vuelos que son locos desvaríos. Esos caminantes celestes lo saben todo. Y Eduardo Galeano conocía este secreto. Una vez dijo: "los científicos dicen que estamos hechos de átomos. A mí un pajarito me dijo que estamos hechos de historias". Christian Bobin, una de las voces poéticas más audaces de este tiempo, escribió esto: "como mis amigos los gorriones trabajo apaciblemente en el desplome de los bancos y las residencias de ancianos". En el mundo de Bobin, los teatros estarían siempre en pie con fieles cancerberos de pico y pluma. La fe de nuestra querida Zamora en el teatro es inquebrantable, como el Credo de otro gran poeta, Jesús Montiel, que dejó escrita esta belleza: "Ciegamente, lo creo: un árbol se ha posado en ese mirlo".

Feliz Primera Temporada 2024.

(*) Director del Teatro Principal

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