Siete días y un deseo

Conflictos

Ustedes abren un libro de Historia de España y se encontrarán de bruces con decenas de guerras

La amenaza de una guerra nuclear persiste

La amenaza de una guerra nuclear persiste / Shutterstock

José Manuel del Barrio

José Manuel del Barrio

Algunas personas se llevan las manos a la cabeza porque vivimos en una época de numerosos y terribles conflictos. Si seguimos así, apaga y vámonos. Que si la amnistía, que si las tractoradas, que si la carestía de la vida (también llamada inflación), que si el "terrorismo" climático (¡qué barbaridad utilizar semejante calificativo para referirse a una de las grandes emergencias mundiales!), que si la Agenda 2030 (escríbase así, por favor, que es el gran pacto firmado por la Asamblea General de Naciones Unidas en septiembre de 2015), que si las guerras en Ucrania y en Palestina (¡qué espanto!), que si los 32 conflictos abiertos en otras zonas del mundo (sí, 32, según la llamada de Médicos sin Fronteras que recibí -créase lo que digo- mientras escribía estas líneas). Ya ven, conflictos por aquí y por allá; algunos, muy cerquita de nuestra residencia habitual, y otros, a cientos o miles de kilómetros de distancia. Pero todos, indistintamente de su proximidad, se desarrollan en nuestro hogar. ¿Se imaginan de cuál estoy hablando? Efectivamente, del Planeta Tierra, ese globo terráqueo que nos cobija y que, según parece, da igual cuidarlo que maltratarlo. Porque de eso van todos los conflictos: de cuidar (¡qué guay!) o maltratar (¡qué horror!) el espacio que nos acoge, pensando que podemos vivir al margen de cómo se encuentre la estructura del edificio que compartimos, y, ya de paso, de cuidar o lastimar a los 8.000 millones de personas que residimos en él.

Los conflictos han sido muy frecuentes en la historia de la humanidad. Ustedes abren un libro de Historia de España y se encontrarán de bruces con decenas de guerras: la conquista del Nuevo Mundo, las Comunidades de Castilla, la rebelión de las Germanías, la conquista de Navarra, la rebelión de las Alpujarras, la Guerra de las Naranjas, la Guerra de Independencia, las sucesivas guerras carlistas, la Guerra de África, la revolución cantonal, la Guerra del Rif, la revolución de 1934, la Guerra civil de 1936, etcétera. Y mucho antes de que la palabra "España" significara algo, los pueblos autóctonos de la península Ibérica vivían en paz o guerra según el momento y el lugar. Sin olvidar las guerras cuyos protagonistas fueron Cartago, Roma, los godos, los reinos feudales, los cristianos y los musulmanes, etc. Por no hablar de los conflictos diarios que se han sucedido en los campos y las ciudades, analizados por quienes se han dedicado a la historia económica, política y social desde una vertiente que explora las experiencias de la gente común y corriente, privilegiando colectividades por encima de individuos. Y con las guerras, sus consecuencias: muertes, hambre, pestes, enfermedades infecciosas, destrucciones, pérdidas y separaciones, etc. ¿Para qué estudiar la historia de la humanidad si, por lo que parece, somos incapaces de aprender las lecciones más básicas? De estas cosas deberíamos ocuparnos y no de las sandeces y estupideces que circulan por ahí.

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